miércoles, 24 de enero de 2007

Año ecuménico 2006


El miércoles, 24 de Enero del 2007, Benedicto XVI nos habla del camino ecuménico del pasado año
durante la audiencia general, dedicada a la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos que se concluye este jueves, festividad de la conversión de San Pablo.

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Queridos hermanos y hermanas:

Se clausura mañana la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene por tema las palabras del Evangelio de Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Marcos 7, 37). Podremos también nosotros repetir estas palabras que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Cristo al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por la recomposición de la unidad de de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de «escucharnos» y no sólo de «oírnos»; cómo nos ha soltado la lengua de manera que la oración que le elevamos tenga más fuerza de convicción para el mundo. Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido muchas gracias y a la luz de su Espíritu ha iluminado muchos testimonios. Han demostrado que todo se puede alcanzar rezando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherir al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos.

«El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera --afirma el Concilio Vaticano II--, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas» («Unitatis redintegratio», 5). El primer deber común es el de la oración. Rezando, y rezando juntos, los cristianos alcanzan una mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y rezando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Seño y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad.

El ecumenismo es ciertamente un proceso lento, a veces quizá incluso desalentador cuando se cede a la tentación de «oír» y no de «escuchar», de decir las verdades a medias, en vez de tener la valentía de proclamarlas. No es fácil salir de la «sordera cómoda», como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de reflorecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros.

El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Ahora bien, es un camino que, tras las iniciales dificultades y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la plena comunión.

La experiencia de estas décadas, después del Concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se realiza a diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde cumplir un gesto de buena voluntad a favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria. En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la plena comunión de los cristianos, se enmarcan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente el ritmo de mi ministerio, el ministerio del obispo de Roma, pastor de la Iglesia universal. Quisiera ahora recorrer los acontecimientos más significativos que han tenido lugar en 2006, y que han sido motivo de alegría y de gratitud hacia el Señor.

El año comenzó con la visita oficial de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas. La comisión internacional católico-reformada presentó a la consideración de las respectivas autoridades un documento que concluye con un proceso de diálogo emprendido en 1970, que ha durado por tanto 36 años. Este documento lleva por título «La Iglesia como comunidad de testimonio común del Reino de Dios».

El 25 de enero de 2006, por tanto, hace un año, en la solemne conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos participaron, en la Basílica de San Pablo Extramuros, los delegados para el ecumenismo de Europa, convocados conjuntamente por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa y por la Conferencia de las Iglesias Europeas para la primera etapa de acercamiento a la tercera Asamblea Ecuménica Europea, que se celebrará en tierra ortodoxa, en Sibiu, en septiembre de este año 2007.

Con motivo de las audiencias de los miércoles he podido recibir a las delegaciones de la Alianza Bautista Mundial y de la Evangelical Lutheran Church de los Estados Unidos, que se mantiene fiel a sus visitas periódicas a Roma. Tuve la oportunidad, además, de encontrar a los jerarcas de la Iglesia ortodoxa de Georgia, a la que sigo con afecto, continuando ese lazo de amistad que unía a Su Santidad Ilia II con mi venerado predecesor, el siervo de Dios Papa Juan Pablo II.

Continuando con esta cronología de los encuentros ecuménicos del año pasado, se encuentra la Cumbre de jefes religiosos, celebrada en Moscú en julio de 2006. El patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Alejo II, solicitó con un mensaje especial la adhesión de la Santa Sede. Después fue útil la visita del metropolita Kirill del patriarcado de Moscú, que manifestó la intención de llegar a una normalización más explícita de nuestras relaciones bilaterales.

Fue también apreciada la visita de los sacerdotes y de los estudiantes del Colegio de la «Diakonía Apostólica» del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia. Quiero recordar también que en su Asamblea General, en Porto Alegre, el Consejo Mundial de las Iglesias dedicó amplio espacio a la participación católica. En esa ocasión envié un mensaje particular.

Quise hacer llegar también un mensaje a la reunión general de la Conferencia Mundial Metodista en Seúl. Recuerdo, además, con gusto la cordial visita de los secretarios de la Christian World Communions, organización de recíproca información y contacto entre las diferentes confesiones.

Continuando con la cronología del año 2006, llegamos a la visita oficial del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana del pasado noviembre. En la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico compartí con él y con su séquito un significativo momento de oración.

Por lo que se refiere al inolvidable viaje apostólico a Turquía y al encuentro con Su Santidad Bartolomé I, me complace recordar los numerosos gestos que fueron más elocuentes que las palabras. Aprovecho la oportunidad para saludar una vez más a Su Santidad Bartolomé I y para darle las gracias por la carta que me escribió a mi regreso a Roma; le aseguro mi oración y mi compromiso de actuar para que se saquen las consecuencias de aquel abrazo de paz, que nos dimos durante la Divina Liturgia en la iglesia de San Jorge en el Fanar.

El año concluyó con la visita oficial a Roma del arzobispo de Atenas y de toda la Grecia, Su Beatitud Christodoulos, con quien nos intercambiamos dones exigentes: los iconos de la «Panaghia», la «Toda Santa», y la de los santos Pedro y Pablo abrazados.

¿No son acaso estos momentos de elevado valor espiritual, momentos de alegría, de gran alcance en esta lenta subida hacia la unidad, de la que he hablado? Estos momentos iluminan el compromiso, con frecuencia silencioso, pero intenso, que nos une en la búsqueda de la unidad. Nos alientan a hacer todo esfuerzo posible para continuar por esta subida lenta, pero importante.

Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores para que nos apoyen y nos ayuden a no desfallecer en los buenos propósitos, para que nos alienten a intensificar todo esfuerzo, rezando y trabajando con confianza, convencidos de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa cómo y cuando a Él le plazca. Y, fortalecidos por esta confianza, continuemos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía.

Traducción al español por Zenit

jueves, 4 de enero de 2007

Orar en la Ciudad

Dios está en la ciudad y allí se le puede encontrar. La ciudad tiene ciertamente un poco de la fascinación de Babel y mil tentaciones que la llenan y que parece que constantemente pueden desviarnos del Señor. Pero en el desierto, también podemos ser tentados. En medio de las soledades podemos ser charlatanes y a la sombra de los claustros se puede ser muy mundano. Dios está en la ciudad y es preciso buscarle allí. A quien llama, él le abrirá. A quien pide, le dará. Y quien le busca, lo encontrará.

Yo me digo frecuentemente, después de haber oído desde hace años tantos testimonios sobre este tema, que la iglesia más grande es el metro. ¡Si se supieran todas las oraciones que por centenares de millares se recitan allí cada día, desde antes de la aurora hasta avanzada la noche! En el cielo nos sorprenderemos descubriendo a todos aquellos que en el metro, autobús, en el taxi y en los coches particulares, se han santificado desgranando las cuentas del rosario o rezando simplemente por los que les rodean.

A veces me gusta imaginarme a la ciudad, representándomela como Verlaine desde mi celda, "por encima del tejado". Allá, bajo nuestro ojos, alrededor de la catedral, todas esas iglesias, esas basílicas, esas capillas, esos oratorios, esos conventos, esos monasterios, esas mil y una lámparas de oración que arden y brillan invisiblemente a lo largo de los días y en medio de la noche... son otros tantos signos perceptibles de la Presencia de Dios.

Desde las maternidades a los velatorios, desde las camas de los hospitales a las celdas de los prisioneros, en los apartamentos ricos y en las buhardillas insalubres, en los despachos edificados en torres de cristal, en los subsuelos de los talleres en semioscuridad, en comercios y tiendas, por todas partes, unos labios balbucean su oración, unas manos se vuelven hacia el cielo, unas almas se elevan hacia Dios. Corazones que gritan, susurran, suspiran, cantan a Dios. ¿Cómo no lo encontramos en la ciudad si, abriendo los ojos, lo podemos encontrar en cada cruce del camino? Se alza en medio de las plazas. Corre a lo largo de las calles. Reside detrás de cada fachada y él mismo baña la ciudad entera de la luz de su Palabra y la llena del misterio de mil eucaristías.

Remontemos, pues, las aceras de nuestras ciudades. Está claro que si no prestamos atención, todo puede desviarnos de Dios. Pero todavía es más cierto que, si lo queremos, todo puede sernos ocasión para volvernos hacia él y encontrarlo de verdad. Aquí, una alabanza por este cruce de miradas puras, por este gesto de caridad percibido a medias, por la belleza contemplada de la arquitectura, la maravilla de esa proeza técnica. Más allá una súplica por ese rostro extenuado, ese cartel insultante, esa miseria que nos interroga, ese escaparate innoble o inútil de despilfarro o de sensualidad.

Necesitamos aprender a orar en la ciudad. Prolongar los murmullos y elevar los suspiros y los gritos hacia el cielo. Incluso inventar una nueva espiritualidad, como los Cistercienses lo hicieron en la vida rural, Teresa de Jesús en la vida del convento, Bruno en la soledad, Benito en el trabajo, la liturgia y la lectio... Pero no digamos que esto no se puede realizar. El evangelio nos dice que sí (Lc 24, 49). «Queridos compañeros en la fe –exclamaba el hermano Carlos Caretto dirigiéndose a los que habían escogido el desierto en la ciudad– sois los testigos de lo Invisible, los creyentes en el Dios único, los adoradores del Espíritu, los partidarios del Reino de los Cielos. Sois los que esperan en el desierto de la ciudad el regreso de Cristo, diciendo como los primeros cristianos: ¡Maranata! ¡Ven señor Jesús! Estos cristianos velan orando y su casa es un nuevo monasterio». Sí, Dios está en el corazón de las ciudades, podemos encontrarlo allí de verdad y siempre.

Pierre-Marie Delfieux. Fraternidades Monásticas de Jerusalén

Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2007

Adital - Hace oír a los sordos y hablar a los mudos (Mc 7:37) - La Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2007 invita a los cristianos a expresar su unidad cada vez mayor, y, para ello, a "romper el silencio" y a unir sus fuerzas con objeto de hacer frente a los sufrimientos humanos.

Preparada conjuntamente desde 1968 por Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos de la Iglesia Católica Romana, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra tradicionalmente del 18 al 25 de enero. En el hemisferio Sur, se prefiere adoptar otras fechas (por ejemplo en torno a Pentecostés).El tema de la Semana de oración de este año tiene su origen en la experiencia de las comunidades cristianas de la región sudafricana de Umlazi, cerca de Durban, que es una región afectada por problemas como el desempleo y la pobreza, y, sobre todo, por el SIDA (se calcula que el 50% de la población de Umlazi está contaminado por el virus).

El tema "romper el silencio" impugna las normas culturales que impiden hablar de temas vinculados a la sexualidad. En lengua zulú, el término ubunqunu, que significa literalmente "desnudez", indica que esos temas son tabú - y esa resistencia a romper el silencio se está cobrando muchas vidas humanas. Para las iglesias de Umlazi, que ejercen su ministerio en esas circunstancias, la "unidad visible de todos los cristianos" es mucho más que una noción teológica. Las iglesias pueden ser y son realmente agentes de curación sólo cuando ellas mismas son curadas, cuando son verdaderamente el cuerpo uno de Cristo.

Las iglesias divididas no cuentan con la fortaleza necesaria para hacer frente a los sufrimientos que causan la pandemia del VIH/SIDA y otras fuerzas deshumanizantes. Sin embargo, los cristianos y las iglesias pueden romper el silencio, hablar con una sola voz, e ir hacia el otro como un solo cuerpo, actuando con compasión y en unidad.

Los materiales para la Semana de oración incluyen una introducción al tema; una propuesta de celebración ecuménica que las iglesias pueden adaptar a los respectivos contextos culturales, sociales y litúrgicos; reflexiones bíblicas y oraciones para el Octavario; y otras oraciones basadas en la situación ecuménica de Sudáfrica, el país que ha preparado los materiales, así como una reseña de esa situación.

Materiales de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2007:
http://wcc-coe.org/wcc/what/faith/wop-index.html

miércoles, 3 de enero de 2007

Necesidad de Dios




Don Miguel de Unamuno contó la vivencia que un día le tocó vivir. Fueron momentos de sufrimiento… Concretamente la esposa de Don Miguel estaba enferma. Llamaron a un eminente médico. «Mientras el médico, en la habitación, hacía una valoración de la enfermedad de mi esposa..., yo, paseando nervioso por el pasillo... invocaba con el corazón... a Aquel que tanto... yo había negado... con mi mente…».

Leonardo da Vinci afirmaba: «Cuanto más oscuro está el cielo astronómico… más claras y brillantes se ven las estrellas». El dramaturgo, Eugene Ionesco, durante una entrevista, manifestó: «No es cierto que hoy sean pocos los que buscan a Dios. Las personas lo buscan siempre. Quizá lo buscan en los ídolos de la canción, del deporte, de la política, del terrorismo… No es posible una sociedad sin Dios… No sé si, desde mi pobre fe, puedo decir que creo en Dios... pero sí sé -con seguridad- que Dios me falta».

Es aquello que dice Osuna: «La ruptura de Dios... no suprime la necesidad de Dios». Mauriac, escritor católico francés, Premio Nobel de Literatura, confesaba: «Donde hay un corazón humano que sufre..., allí pone Cristo su morada». Y añadía: «Dios no da una respuesta… a nuestras preguntas llenas de ansiedad… Dios, Cristo, se da a sí mismo».

J. M. Alimbau. La Razón.

Turquía no ha cancelado a Ratisbona

BALANCE DE LA VISITA DEL PAPA

En efecto, durante la visita a Turquía Benedicto XVI multiplicó los gestos de respeto y estima hacia el "verdadero Islam" (frase acuñada por Juan Pablo II tras los trágicos atentados del 11-S) pero no aflojó los nudos principales de su famosa lección universitaria sobre la fe y la razón.

Pasados algunos días, y con algo más de perspectiva, el jesuita Khalil Samir, uno de los islamólogos más expertos y menos políticamente correctos del momento, ha publicado un artículo en la revista digital del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras Asia News en el que sostiene que el mensaje del Papa en Turquía es una continuación del de Ratisbona. Es interesante notar que Samir no escribe desde un cómodo despacho occidental, sino que mantiene su cátedra en El Cairo y respira cada día el ambiente de una sociedad abrumadoramente musulmana, en la que las minorías cristianas han tenido que aprender a vivir durante siglos de incontables dificultades.

Y a diferencia de algunos exponentes católicos, tan timoratos y aprensivos a la hora de afrontar el fondo del problema, mantuvo una defensa razonada de la tesis central de Ratisbona como verdadera contribución a relanzar un diálogo que en demasiadas ocasiones no pasa del formalismo y las buenas intenciones, capitalizadas siempre, por supuesto, en idéntica dirección.
Precisamente la peculiar situación de Turquía ofrecía a Benedicto XVI la posibilidad de renovar su doble llamamiento-eje de Ratisbona: a Occidente para que asuma una laicidad abierta a la dimensión religiosa, y al mundo islámico para que conjure el peligro de una religiosidad que, al separarse de la razón, puede ceder a la tentación de la violencia.

Samir subraya que el Papa nunca ha establecido una equivalencia entre Islam y violencia, tanto es así que el versículo del Corán citado en Ratisbona es el que afirma que no debe existir constricción alguna en materia de fe. Sin embargo, el peligro de una justificación de la violencia en el seno del Islam no es una mera hipótesis, sino un hecho perfectamente verificable a lo largo de la historia, y también a día de hoy. Al dirigirse en silencio a Dios ante el mihrab de la Mezquita Azul de Estambul, Benedicto XVI mostró de un modo bellísimo aquello que nos une más profundamente a cristianos y musulmanes; pero ante el Presidente de los Asuntos Religiosos de Turquía, Alí Bardakoglu, el Papa subrayó que la base de la colaboración entre ambos es el reconocimiento de la verdad del carácter sagrado y de la dignidad de toda persona, y por tanto, el respeto absoluto hacia sus convicciones religiosas.

Algo que con frecuencia no experimentan los cristianos en tierras del Islam, donde con frecuencia se ven reducidos a la situación de ciudadanos de segunda clase, sin olvidar que las conversiones están penadas con la muerte civil e incluso física. Así pues, los gestos de estima se han entrelazado en este viaje con las palabras claras del Papa, y sólo la frivolidad o el prejuicio pueden concluir que ha dado marcha atrás respecto de Ratisbona.

Podríamos decir que junto al gran significado ecuménico del viaje, del que ya hablamos en otra ocasión, su leit-motiv ha sido la defensa de la libertad religiosa. En este sentido Benedicto XVI ha elogiado la formulación de este derecho fundamental en la Constitución turca, pero ha insistido en que dicha libertad debe poderse ejercer en el día a día de las personas y de los grupos, y la realidad cotidiana de los cristianos en la propia Turquía (no digamos en otras latitudes del Islam) dista mucho de ese ideal. Ante el Cuerpo Diplomático reunido en Ankara, el Papa ha reivindicado el papel esencial de las religiones en la construcción del bien común, rebatiendo la tesis del laicismo según la cual el único espacio reservado para ellas es la conciencia individual.

Eso sí, también ha puesto énfasis en que las religiones no deben ejercer un poder político directo, y deben renunciar taxativamente a justificar el recurso a la violencia. Como el propio Benedicto XVI sintetizó durante la Audiencia general, "por una parte, es necesario redescubrir la realidad de Dios y la importancia pública de la fe religiosa y, por otra, garantizar que la expresión de esa fe sea libre, sin degeneraciones fundamentalistas, capaz de rechazar decididamente cualquier forma de violencia". En definitiva, Ratisbona no ha sido cancelada, sino que quizás ha abierto la puerta de una nueva etapa, más franca y sincera.

José Luis Restán. Iglesia LD

lunes, 1 de enero de 2007

Momento crucial para el catolicismo en América Latina

Algunos de los problemas que serán examinados por esta reunión del CELAM fueron enumerados en el documento preparativo, redactado por ciertos obispos latinoamericanos clave y publicado en septiembre de 2005. Incluyen la inadecuada formación religiosa recibida por muchos católicos latinoamericanos, tendencias sincretistas entre católicos que tratan de conciliar doctrinas distintas y la incapacidad de algunos latinoamericanos de actuar de manera consistente con lo que dicen creer como católicos.

El mismo documento señala problemas particulares confrontados por las sociedades latinoamericanas: una corrupción enfermiza que desfigura prácticamente cada ángulo de la vida latinoamericana, especialmente en la política y en el sistema judicial. La claridad con la que los obispos hablan de las malvadas causas de la corrupción y sus catastróficos efectos casi no tiene precedente en el hemisferio.

También hay un rechazo de los obispos a "la creciente tendencia de aplaudir el surgimiento de líderes mesiánicos de naturaleza populista". "Prometen el paraíso", añaden los obispos, quienes lamentan que con tales posturas y actitudes grandiosas a menudo socavan los derechos humanos básicos. Aunque no mencionan nombres, no hay duda de que los obispos se refieren a personajes como el presidente Chávez de Venezuela y Morales de Bolivia, quienes han promovido sigilosamente o de manera abierta ataques contra la presencia de la Iglesia en América Latina.

Dados los altos niveles de pobreza en América Latina, no sorprende que los obispos le dediquen mucha atención a ese tema y que repetidamente se refieran a la creciente desigualdad económica y a la caída del nivel de vida por todo el hemisferio.

Algunos de los obispos culpan parcialmente a la globalización, lo cual es sorprendente, ya que precisamente el hecho de que gran parte de América Latina no se ha integrado al mercado global ha contribuido significativamente a la pobreza. Eso queda claro cuando observamos el progreso de China y de la India en la última década. Con su continua integración a la economía global, millones de chinos e indios están saliendo de la pobreza.

Claro que sigue habiendo pobreza en esas naciones, pero nadie pone en duda que la verdadera pobreza se está reduciendo en Asia desde que China y la India adoptaron la liberalización económica y el libre comercio. Eso mismo sucedió en Chile y El Salvador.

Que algunos obispos no acepten enteramente tales hechos refleja ciertos residuos de la teología de la liberación, una reliquia de los años 70. Tales residuos los encontramos también en la tendencia de algunos católicos latinoamericanos en culpar de sus males al resto del mundo, en lugar de reconocer que las dificultades económicas del hemisferio provienen de sus estructuras económicas mercantilistas y del fracaso de hacer respetar los derechos de propiedad y el estado de derecho.

Si los obispos que se reunirán el año próximo en Brasil quieren ver una reducción de la pobreza en la región deben examinar lo que los oligarcas de derecha y los oligarcas de izquierda han hecho para obstruir la incorporación de América Latina a la economía global.

Los oligarcas de derecha incluyen a los empresarios mercantilistas que presionan y logran que los gobiernos impongan aranceles a las importaciones y los favorezcan con subsidios, protegiéndolos de toda competencia. Los oligarcas de izquierda incluyen a los políticos populistas y a los líderes sindicales cuyas posiciones privilegiadas dependen de que haya mucha gente descontenta y pobre.

El libre comercio y la libertad económica amenazan a ambos grupos al exponer a los oligarcas de derecha a la disciplina de la competencia y disminuye el poderío de los oligarcas de izquierda, en la medida de que la población mejora su nivel de vida.

Comparado con Europa occidental, el catolicismo latinoamericano está muy bien: abunda la fe, aumenta la vocación y la región goza de muchos buenos y prudentes obispos. La CELAM de mayo de 2007 ofrece una estupenda oportunidad a la América Latina católica de fortalecerse y alejarse de creencias económicas equivocadas, relacionadas con una teología fracasada y moribunda.

Samuel Gregg, doctorado en Filosofía por la Universidad de Oxford. AIPE