lunes, 23 de julio de 2007

El Espíritu Santo, el «gran desconocido». Mensaje del Papa a los jóvenes

Para preparar Sydney 2008, el Papa presenta a los jóvenes al Espíritu Santo, el «gran desconocido»

Publicado el mensaje de la Jornada Mundial de la Juventud 2008LORENZAGO DE CADORE, domingo, 22 julio 2007 (ZENIT.org).-

El mensaje que Benedicto XVI ha escrito para preparar la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Sydney (Australia) en julio de 2008, presenta a los jóvenes del mundo el Espíritu Santo, el «gran desconocido».

La misiva, publicada este 21 de julio por la Santa Sede, comenta el tema que él ha escogido para ese acontecimiento que reunirá a medio millón de chicos y chicas de todos los continentes: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hechos de los Apóstoles 1, 8).

«El hilo conductor de la preparación espiritual a la cita de Sydney es el Espíritu Santo y la misión», explica el mensaje pontificio publicado por el Vaticano en italiano y que ahora está siendo traducido a los demás idiomas. «Por este motivo, es fundamental que cada uno de vosotros, jóvenes, en su comunidad y con sus educadores, pueda reflexionar sobre este Protagonista de la historia de la salvación, que es el Espíritu Santo o el Espíritu de Jesús», constata el mensaje pontificio.«De hecho, no son pocos los cristianos para quienes Él sigue siendo el "gran desconocido”», constata.

Como preparación espiritual para Sydney, tanto a los jóvenes que participarán en el encuentro, como a los que no podrán viajar, el sucesor de Pedro presenta tres objetivos exigentes. En primer lugar, les invita a «reconocer la verdadera identidad del Espíritu, escuchando ante todo la Palabra de Dios en la Revelación de la Biblia».Después, les sugiere que «tomen conciencia lúcida de su presencia continua, activa, en la vida de la Iglesia, redescubriendo en particular que el Espíritu Santo se presenta como “alma”, aliento vital de la propia vida cristiana, gracias a los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía».En tercer lugar y con estas bases, el Papa exhorta a los jóvenes a «madurar un conocimiento de Jesús cada vez más profundo y gozoso y, al mismo tiempo, a aplicar eficazmente el Evangelio en la aurora del tercer milenio».

La preparación para Sydney, según el Santo Padre, quiere ser una oportunidad para «verificar la calidad de vuestra fe en el Espíritu Santo, volverla a encontrar si se ha perdido, reforzarla si se ha debilitado, disfrutarla como compañía del Padre y del Hijo, Jesucristo, gracias precisamente a esta obra indispensable del Espíritu Santo». «Muchos jóvenes ven su vida con preocupación y se plantean muchos interrogantes sobre su futuro. Se preguntan preocupados: ¿cómo integrarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que en ocasione parecen prevalecer? ¿Cómo dar pleno sentido a la vida?», constata el obispo de Roma.Por este motivo el mensaje dice a los jóvenes creyentes: «No olvidéis nunca que la Iglesia, es más la misma humanidad, la que os rodea y espera en vuestro futuro, espera mucho de vosotros, jóvenes, pues lleváis en vosotros el don supremo del Padre, el Espíritu de Jesús».

martes, 17 de julio de 2007

Motu Proprio Summorum Pontificum


CARTA APOSTÓLICA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN FORMA DE "MOTU PROPRIO" SUMMORUM PONTIFICUM
SOBRE EL USO DE LA LITURGIA ROMANA ANTERIOR A LA REFORMA

Sábado 7 de julio de 2007

Los sumos pontífices hasta nuestros días se preocuparon constantemente porque la Iglesia de Cristo ofreciese a la Divina Majestad un culto digno de "alabanza y gloria de Su nombre" y "del bien de toda su Santa Iglesia".

Desde tiempo inmemorable, como también para el futuro, es necesario mantener el principio según el cual, "cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe. (1)

"Entre los pontífices que tuvieron esa preocupación resalta el nombre de San Gregorio Magno, que hizo todo lo posible para que a los nuevos pueblos de Europa se transmitiera tanto la fe católica como los tesoros del culto y de la cultura acumulados por los romanos en los siglos precedentes. Ordenó que fuera definida y conservada la forma de la sagrada Liturgia, relativa tanto al Sacrificio de la Misa como al Oficio Divino, en el modo en que se celebraba en la Urbe. Promovió con la máxima atención la difusión de los monjes y monjas que, actuando según la regla de San Benito, siempre junto al anuncio del Evangelio ejemplificaron con su vida la saludable máxima de la Regla: "Nada se anticipe a la obra de Dios" (cap.43). De esa forma la Sagrada Liturgia, celebrada según el uso romano, enriqueció no solamente la fe y la piedad, sino también la cultura de muchas poblaciones. Consta efectivamente que la liturgia latina de la Iglesia en sus varias formas, en todos los siglos de la era cristiana, ha impulsado en la vida espiritual a numerosos santos y ha reforzado a tantos pueblos en la virtud de la religión y ha fecundado su piedad.

Muchos otros pontífices romanos, en el transcurso de los siglos, mostraron particular solicitud porque la sacra Liturgia manifestase de la forma más eficaz esta tarea: entre ellos destaca San Pío V, que sostenido de gran celo pastoral, tras la exhortación de Concilio de Trento, renovó todo el culto de la Iglesia, revisó la edición de los libros litúrgicos enmendados y "renovados según la norma de los Padres" y los dio en uso a la Iglesia Latina.

Entre los libros litúrgicos del Rito romano resalta el Misal Romano, que se desarrolló en la ciudad de Roma, y que, poco a poco, con el transcurso de los siglos, tomó formas que tienen gran semejanza con las vigentes en tiempos más recientes.

Fue éste el objetivo que persiguieron los Pontífices Romanos en el curso de los siguientes siglos, asegurando la actualización o definiendo los ritos y libros litúrgicos, y después, al inicio de este siglo, emprendiendo una reforma general"(2). Así actuaron nuestros predecesores Clemente VIII, Urbano VIII, san Pío X (3), Benedicto XV, Pío XII y el beato Juan XXIII.

En tiempos recientes, el Concilio Vaticano II expresó el deseo che la debida y respetuosa reverencia respecto al culto divino, se renovase de nuevo y se adaptase a las necesidades de nuestra época. Movido de este deseo, nuestro predecesor, el Sumo Pontífice Pablo VI, aprobó en 1970 para la Iglesia latina los libros litúrgicos reformados, y en parte, renovados. Éstos, traducidos a las diversas lenguas del mundo, fueron acogidos de buen grado por los obispos, sacerdotes y fieles. Juan Pablo II revisó la tercera edición típica del Misal Romano. Así los Pontífices Romanos han actuado "para que esta especie de edificio litúrgico (...) apareciese nuevamente esplendoroso por dignidad y armonía"(4).

En algunas regiones, sin embargo, no pocos fieles adhirieron y siguen adhiriendo con mucho amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, que habían embebido tan profundamente su cultura y su espíritu, que el Sumo Pontífice Juan Pablo II, movido por la preocupación pastoral respecto a estos fieles, en el año 1984, con el indulto especial "Quattuor abhinc annos", emitido por la Congregación para el Culto Divino, concedió la facultad de usar el Misal Romano editado por el beato Juan XXIII en el año 1962; más tarde, en el año 1988, con la Carta Apostólica "Ecclesia Dei", dada en forma de Motu proprio, Juan Pablo II exhortó a los obispos a utilizar amplia y generosamente esta facultad a favor de todos los fieles que lo solicitasen.

Después de la consideración por parte de nuestro predecesor Juan Pablo II de las insistentes peticiones de estos fieles, después de haber escuchado a los Padres Cardenales en el consistorio del 22 de marzo de 2006, tras haber reflexionado profundamente sobre cada uno de los aspectos de la cuestión, invocado al Espíritu Santo y contando con la ayuda de Dios, con las presentes Cartas Apostólicas establecemos lo siguiente:

Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la "Lex orandi" ("Ley de la oración"), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante el Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma "Lex orandi" y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la "Lex orandi" de la Iglesia no llevarán de forma alguna a una división de la "Lex credendi" ("Ley de la fe") de la Iglesia; son, de hecho, dos usos del único rito romano.

Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia. Las condiciones para el uso de este misal establecidas en los documentos anteriores "Quattuor abhinc annis" y "Ecclesia Dei", se sustituirán como se establece a continuación:

Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar sea el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 que el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, exceptuado el Triduo Sacro. Para dicha celebración siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita ningún permiso, ni de la Sede Apostólica ni de su Ordinario.

Art. 3.- Las comunidades de los institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, de derecho tanto pontificio como diocesano, que deseen celebrar la Santa Misa según la edición del Misal Romano promulgado en 1962 en la celebración conventual o "comunitaria" en sus oratorios propios, pueden hacerlo. Si una sola comunidad o un entero Instituto o Sociedad quiere llevar a cabo dichas celebraciones a menudo o habitualmente o permanentemente, la decisión compete a los Superiores mayores según las normas del derecho y según las reglas y los estatutos particulares.

Art 4.- A la celebración de la Santa Misa, a la que se refiere el artículo 2, también pueden ser admitidos -observadas las normas del derecho- los fieles que lo pidan voluntariamente.

Art.5. §1.- En las parroquias, donde haya un grupo estable de fieles adherentes a la precedente tradición litúrgica, el párroco acogerá de buen grado su petición de celebrar la Santa Misa según el rito del Misal Romano editado en 1962. Debe procurar que el bien de estos fieles se armonice con la atención pastoral ordinaria de la parroquia, bajo la guía del obispo como establece el can. 392 evitando la discordia y favoreciendo la unidad de toda la Iglesia.

§ 2.-La celebración según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.

§ 3.- El párroco permita también a los fieles y sacerdotes que lo soliciten la celebración en esta forma extraordinaria en circunstancias particulares, como matrimonios, exequias o celebraciones ocasionales, como por ejemplo las peregrinaciones.

§ 4.- Los sacerdotes que utilicen el Misal del beato Juan XXIII deben ser idóneos y no tener ningún impedimento jurídico.

§ 5.- En las iglesias que no son parroquiales ni conventuales, es competencia del Rector conceder la licencia más arriba citada.

Art.6. En las misas celebradas con el pueblo según el Misal del Beato Juan XXIII, las lecturas pueden ser proclamadas también en la lengua vernácula, usando ediciones reconocidas por la Sede Apostólica.

Art.7. Si un grupo de fieles laicos, como los citados en el art. 5, §1, no ha obtenido satisfacción a sus peticiones por parte del párroco, informe al obispo diocesano. Se invita vivamente al obispo a satisfacer su deseo. Si no puede proveer a esta celebración, el asunto se remita a la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei".

Art. 8. El obispo, que desea responder a estas peticiones de los fieles laicos, pero que por diferentes causas no puede hacerlo, puede indicarlo a la Comisión "Ecclesia Dei" para que le aconseje y le ayude.

Art. 9. §1. El párroco, tras haber considerado todo atentamente, puede conceder la licencia para usar el ritual precedente en la administración de los sacramentos del Bautismo, del Matrimonio, de la Penitencia y de la Unción de Enfermos, si lo requiere el bien de las almas.

§2. A los ordinarios se concede la facultad de celebrar el sacramento de la Confirmación usando el precedente Pontifical Romano, siempre que lo requiera el bien de las almas.

§3. A los clérigos constituidos "in sacris" es lícito usar el Breviario Romano promulgado por el Beato Juan XXIII en 1962.

Art. 10. El ordinario del lugar, si lo considera oportuno, puede erigir una parroquia personal según la norma del canon 518 para las celebraciones con la forma antigua del rito romano, o nombrar un capellán, observadas las normas del derecho.

Art. 11. La Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", erigida por Juan Pablo II en 1988, sigue ejercitando su misión.

Esta Comisión debe tener la forma, y cumplir las tareas y las normas que el Romano Pontífice quiera atribuirle.

Art. 12. La misma Comisión, además de las facultades de las que ya goza, ejercitará la autoridad de la Santa Sede vigilando sobre la observancia y aplicación de estas disposiciones.

Todo cuanto hemos establecido con estas Cartas Apostólicas en forma de Motu Proprio, ordenamos que se considere "establecido y decretado" y que se observe desde el 14 de septiembre de este año, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, pese a lo que pueda haber en contrario.

Dado en Roma, en San Pedro, el 7 de julio de 2007, tercer año de mi Pontificado.


NOTAS
(1) Ordinamento generale del Messale Romano 3ª ed. 2002, n.937
(2) JUAN PABLO II, Lett. ap. Vicesimus quintus annus, 4 dicembre 1988, 3: AAS 81 (1989), 899
(3) Ibid. JUAN PABLO II, Lett. ap. Vicesimus quintus annus, 4 dicembre 1988, 3: AAS 81 (1989), 899
(4) S. Pio X, Lett. ap. Motu propio data, Abhinc duos annos, 23 ottobre 1913: AAS 5 (1913), 449-450; cfr JUAN PABLO II lett. ap. Vicesimus quintus annus, n. 3: AAS 81 (1989), 899
(5) Cfr Ioannes Paulus II, Lett. ap. Motu proprio data Ecclesia Dei, 2 luglio 1988, 6: AAS 80 (1988), 1498

Traducción no oficial del Vatican Information Service (VIS) del original en latín.

China: El cardenal Zen habla por primera vez de sus luchas

Entrevista con Dorian Malovic, experto en AsiaROMA, martes, 10 julio 2007 ( ZENIT.org).-

Diez años después de la devolución de Hong Kong a China (1 de julio de 1997), el cardenal Joseph Zen Ze-kiun –obispo de Hong Kong- habla por primera vez de sus luchas.

Mgr Zen, un homme en colère. Entretiens avec le cardinal de Hong Kong, de Ediciones Bayard, es el título de la última obra en francés de Dorian Malovic; jefe de la sección de Asia del diario católico francés La Croix, es especialista en China. La obra será en breve traducida al chino en Hong Kong. Antiguo corresponsal en Hong Kong en los años '80, el autor sigue desde hace veinte años la evolución de la Iglesia Católica de China y sus relaciones con el Vaticano.

"Estaba un poco cansado de comprobar que no se decían nunca las cosas claramente, que se nos dan imágenes o reflejos caricaturescos y que cada uno permanece en la ignorancia del otro", comparte Dorian Malovic en esta entrevista concedida a Zenit, explicando su propia "lucha" de periodista, de testigo y de "transmisor" de la historia.El autor recibió en mayo pasado una mención especial del Gran Premio de literatura católica, concedido por el Jurado de la Asociación de Escritores Católicos, por una obra sobre el obispo de Shanghai: Le Pape jaune, Mgr Jin Luxian, soldat de Dieu en Chine communiste (El Papa amarillo, mons. Jin Luxian, soldado de Dios en la China comunista), publicado el año pasado.

"A lo largo de los años, se ha tejido una fidelidad y una confianza", explica Dorian Malovic, quien admira en estos dos hombres "el coraje de los que no dudan en denunciar las injusticias y no temen a los poderosos".

-¿Nos puede explicar la génesis de su libro sobre el cardenal Zen ?

-Malovic: He sido durante varios años corresponsal del diario "La Croix" en Hong Kong, y con los años se vio que el obispo de Hong Kong, nombrado en 1996, era por así decir uno de los personajes clave, un personaje capital en la sociedad de Hong Kong, que sobrepasa con mucho los 250.000 católicos, sobre siete millones de habitantes con que cuenta el territorio.

Los mensajes, intervenciones y tomas de posición de monseñor Zen eran escuchados por todo el mundo, y fue percibido, en vísperas de la devolución de Hong Kong a China, en 1997, como un personaje que defendía las libertades individuales, la libertad de expresión y era un bastión contra las potenciales amenazas de Pekín de retirar un cierto número de libertades. Hasta tal punto que en 2003 fue elegido como el personaje más popular del territorio.
Pienso que en la gran familia de los cardenales, y todavía más en Asia, hay que vérselas con cardenales y prelados muy discretos que son más bien tímidos. Con carácter muy abierto, él no duda en expresar las frustraciones de los habitantes de Hong Kong ni en denunciar abiertamente las injusticias, convocando a los medios, expresándose en televisión y en radio.

Ha tocado el corazón de toda la población de Hong Kong que necesitaba un portavoz, no sólo político, sino moral. Ha adquirido de este modo un peso y una legitimidad incomparable.

-Hasta el punto de ser un "hombre enojado" como subraya el título de su obra. ¿Cómo se ha convertido el cardenal Zen en el intermediario ineludible entre la Iglesia continental y el Vaticano?

-Malovic: Antes de estar enojado, el cardenal Zen adquirió efectivamente una gran legitimidad por lo que ha hecho en su vida, su formación y sus acciones. Por una parte, nació en Shanghai, de donde huyó antes de 1949 y de la llegada de Mao y los comunistas al poder, para encontrar refugio en Hong Kong, donde entra en una escuela salesiana y decide muy pronto hacerse sacerdote. Enviado a Milán (Italia) para estudiar, permanece una decena de años, antes de volver a Hong Kong, donde será sacerdote.

En los años '80, en el momento en que China se abre, cuando el desarrollo económico empieza a despegar, es el primer sacerdote chino de Hong Kong que puede ir a enseñar a los seminarios oficiales del continente, pero también a los seminarios clandestinos. Esta experiencia le permite adquirir un gran conocimiento de la realidad de la Iglesia Católica en China. Se puede ver que ha sido el único en esta época en tener este valor y sobre todo esta paciencia. Dios sabe cuántas gestiones administrativas y políticas hizo para ser aceptado en el continente en un medio católico de futuro muy complicado.

El cardenal Zen permaneció mucho tiempo silencioso en acción permanente. Se dio cuenta muy pronto del estado de la Iglesia Católica china tras 35 años de maoísmo. La prioridad, para él, era formar nuevos sacerdotes para asegurar el relevo.

Preparado por esta experiencia de campo, fue nombrado obispo titular de Hong Kong, con un papel muy claro por parte del Vaticano: desempeñar un papel de Iglesia-puente entre la Iglesia Católica china y la Iglesia universal.
En el renacimiento de la Iglesia Católica china, Hong Kong ha desempeñado un papel primordial, tanto a nivel humano, enviando profesores al continente, como acogiendo a jóvenes seminaristas continentales. A nivel financiero, han sido enviadas ayudas consistentes a numerosas diócesis y parroquias para renovar iglesias, reabrir seminarios, comprar material pedagógico.

-Usted publica en su libro seis largas entrevistas de más de dos horas mantenidas con el cardenal Zen el año pasado. En 2006 Pekín no hacía otra cosa que soplar caliente y frío en sus relaciones con Roma. ¿Es esta actitud la que desencadenó su enojo?

-Malovic: El año 2006 es un poco el punto de origen de una situación de la Iglesia de China que había evolucionado mucho en los últimos años. Vivió un cierto número de acontecimientos capitales: 2006 empezó con perspectivas de esperanza en una recuperación del diálogo y las relaciones diplomáticas hasta el mes de marzo. Había rumores de aproximación, de un posible viaje de Benedicto XVI. Al principio del año, el obispo de Hong Kong fue creado cardenal por Benedicto XVI, pero a partir del mes de mayo se dan tres consagraciones ilícitas de obispos en el continente que van a "sabotear" -según el término del cardenal Zen- todo el proceso de aproximación anterior entre Pekín y Roma.

En ese momento, sus tomas de posición son muy firmes y radicales. Se enoja cuando ve la duplicidad de Pekín, que por una parte afirma ser favorable a un reanudación del diálogo y por otra deja hacer a la "Asociación Patriótica" que consagra ilícitamente a varios obispos sin el aval de Roma. Esto le pone furioso. Y no ha sido el último en denunciar esta duplicidad, localmente, pero también en el Vaticano, donde ha desempeñado, durante todo el año 2006, un papel capital para que el expediente de la Iglesia de China sea retomado de nuevo por el Vaticano.

Pienso que ha adoptado respecto a Pekín esta actitud acusadora y de firmeza en cuanto chino, nacido en Shanghai, que conoce el sistema político. Está convencido de que frente a Pekín no hay que rebajarse, callar ni aceptar cualquier cosa.

-Una actitud que algunos han criticado, estimando que no era una productiva a los ojos de Pekín. ¿Él era consciente de esto?

-Malovic: Pienso que su enfado era construido y calculado. Este comportamiento era asumido con todo conocimiento de causa. Algunos, en efecto lo han criticado, diciendo que esto provocaba una serie de problemas para la Iglesia local en China. Él era muy consciente de ello. Pero no cesaba de decirme: "Vivo en Hong Kong, en un país de libertad, soy chino, debo adoptar esta actitud, portavoz de los que no tienen derecho a la palabra en el continente y que deben, sin cesar, llegar a componendas con las autoridades políticas chinas para poder sobrevivir".

Al final, él sabía que ésta era una actitud que resultaría rentable. Visiblemente ha sido entendida por el Papa y se tiene ahora la sensación de que la reciente carta del Papa a los católicos chinos, a la vez firme y con tonalidad muy abierta, pone las bases sanas para relanzar un diálogo más eficaz.

-Se compara a menudo su personalidad y su manera de actuar con la del arzobispo anglicano Desmond Tutu de Sudáfrica.

-Malovic: Creo que el paralelismo con Desmond Tutu es muy adecuado porque Desmond Tutu era a la vez un hombre sobre el terreno, intelectualmente muy competente y también un portavoz, a la vez local en Sudáfrica, pero cuyo mensaje traspasaba las fronteras. Pienso que es exactamente lo que hace el cardenal Zen en el marco de Hong Kong.

-¿Y usted? ¿Cuál es su motor? El año pasado publicó una larga encuesta sobre la personalidad del obispo de Shanghai, el jesuita monseñor Jin Luxian, otro personaje clave de la vivencia de los católicos chinos. ¿Cómo gana su confianza? Se nota en sus obras una cierta intimidad entre usted y estos personajes clave en la difícil vivencia de los católicos chinos.

-Malovic: Hace veinte años, cuando empecé a ocuparme de China, descubrí un universo totalmente desconocido. Por otro lado, toda la historia de la Iglesia Católica de la China contemporánea era desconocida. Y enseguida me sentí un poco cansado al darme cuenta de que no se decían nunca las cosas claramente, que se nos daban imágenes o reflejos caricaturescos y que cada uno permanece en la ignorancia del otro.

Mi curiosidad me ha llevado hacia personajes que podían trasmitir la historia china reciente. Considero que, en cuanto occidental, no soy más que un transmisor de la historia que tiene una particularidad, lo que me gusta mucho por otra parte, y que me hace verdaderamente saltar el puente, estar sobre dos culturas, china y europea.

Nos encontramos con que monseñor Jin de Shanghai también ha sido destacado en China y Europa y que conoce los resortes y los funcionamientos de estos dos universos, de estas dos sociedades. Él y el cardenal Zen encarnan este conocimiento a la vez chino y europeo.

Pienso que mi conocimiento, modesto, del terreno, de China durante una veintena de años, y mi identidad de occidental, permite una comprensión mutua enriquecedora. Puedo comprender sus límites y ellos pueden comprender lo que pregunto y lo que quiero transmitir a los lectores occidentales. Me gusta ir al fondo de los seres. Esta fidelidad y esta confianza, tejidas al hilo de los años con estos dos personajes (20 años con monseñor Jin y 10 años con el cardenal Zen) han permitido crear esta intimidad que usted ha notado. Me dieron su confianza. Yo no era ni un sacerdote, ni un misionero, era un laico, por lo tanto fuera de la esfera propiamente eclesiástica, pero un periodista de un gran diario católico francés, por lo tanto creíble para ellos. Pienso que las incomprensiones entre Occidente y Oriente tienen sobre todo su origen en una profunda ignorancia mutua. Cada uno debe dar un paso para encontrarse en medio del puente, abrir el diálogo y así comprenderse mejor. Esto es lo que trato de hacer.