Algunos de los problemas que serán examinados por esta reunión del CELAM fueron enumerados en el documento preparativo, redactado por ciertos obispos latinoamericanos clave y publicado en septiembre de 2005. Incluyen la inadecuada formación religiosa recibida por muchos católicos latinoamericanos, tendencias sincretistas entre católicos que tratan de conciliar doctrinas distintas y la incapacidad de algunos latinoamericanos de actuar de manera consistente con lo que dicen creer como católicos.
El mismo documento señala problemas particulares confrontados por las sociedades latinoamericanas: una corrupción enfermiza que desfigura prácticamente cada ángulo de la vida latinoamericana, especialmente en la política y en el sistema judicial. La claridad con la que los obispos hablan de las malvadas causas de la corrupción y sus catastróficos efectos casi no tiene precedente en el hemisferio.
También hay un rechazo de los obispos a "la creciente tendencia de aplaudir el surgimiento de líderes mesiánicos de naturaleza populista". "Prometen el paraíso", añaden los obispos, quienes lamentan que con tales posturas y actitudes grandiosas a menudo socavan los derechos humanos básicos. Aunque no mencionan nombres, no hay duda de que los obispos se refieren a personajes como el presidente Chávez de Venezuela y Morales de Bolivia, quienes han promovido sigilosamente o de manera abierta ataques contra la presencia de la Iglesia en América Latina.
Dados los altos niveles de pobreza en América Latina, no sorprende que los obispos le dediquen mucha atención a ese tema y que repetidamente se refieran a la creciente desigualdad económica y a la caída del nivel de vida por todo el hemisferio.
Algunos de los obispos culpan parcialmente a la globalización, lo cual es sorprendente, ya que precisamente el hecho de que gran parte de América Latina no se ha integrado al mercado global ha contribuido significativamente a la pobreza. Eso queda claro cuando observamos el progreso de China y de la India en la última década. Con su continua integración a la economía global, millones de chinos e indios están saliendo de la pobreza.
Claro que sigue habiendo pobreza en esas naciones, pero nadie pone en duda que la verdadera pobreza se está reduciendo en Asia desde que China y la India adoptaron la liberalización económica y el libre comercio. Eso mismo sucedió en Chile y El Salvador.
Que algunos obispos no acepten enteramente tales hechos refleja ciertos residuos de la teología de la liberación, una reliquia de los años 70. Tales residuos los encontramos también en la tendencia de algunos católicos latinoamericanos en culpar de sus males al resto del mundo, en lugar de reconocer que las dificultades económicas del hemisferio provienen de sus estructuras económicas mercantilistas y del fracaso de hacer respetar los derechos de propiedad y el estado de derecho.
Si los obispos que se reunirán el año próximo en Brasil quieren ver una reducción de la pobreza en la región deben examinar lo que los oligarcas de derecha y los oligarcas de izquierda han hecho para obstruir la incorporación de América Latina a la economía global.
Los oligarcas de derecha incluyen a los empresarios mercantilistas que presionan y logran que los gobiernos impongan aranceles a las importaciones y los favorezcan con subsidios, protegiéndolos de toda competencia. Los oligarcas de izquierda incluyen a los políticos populistas y a los líderes sindicales cuyas posiciones privilegiadas dependen de que haya mucha gente descontenta y pobre.
El libre comercio y la libertad económica amenazan a ambos grupos al exponer a los oligarcas de derecha a la disciplina de la competencia y disminuye el poderío de los oligarcas de izquierda, en la medida de que la población mejora su nivel de vida.
Comparado con Europa occidental, el catolicismo latinoamericano está muy bien: abunda la fe, aumenta la vocación y la región goza de muchos buenos y prudentes obispos. La CELAM de mayo de 2007 ofrece una estupenda oportunidad a la América Latina católica de fortalecerse y alejarse de creencias económicas equivocadas, relacionadas con una teología fracasada y moribunda.
Samuel Gregg, doctorado en Filosofía por la Universidad de Oxford. AIPE
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