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miércoles, 1 de abril de 2009

Los misioneros y la conquista de América: el sermón de Fray Montesinos en 1511

Desde Chihuahua, Hesiquio Trevizo pone en un contexto histórico los comentarios del Papa sobre cómo fue la evangeliación en América Latina.

En su viaje a Brasil el Papa dijo que la fe no se impuso a los indígenas. De inmediato muchos empezaron a contar diversas masacres y abusos de los conquistadores españoles. Sin embargo, los críticos son incapaces de separar entre los conquistadores y los evangelizadores, ni son capaces de matizar en procesos complejos que duraron siglos a lo largo de un continente en muy diversas circunstancias.

En ForumLibertas.com nos ha gustado un artículo de Hesiquio Trevizo en El Diario de Chihuahua (www.eldiariodechihuahua.com.mx) recordando el papel de los misioneros y religiosos en defensa de los indios al menos desde el sermón de Fray Antonio de Montesinos en 1511. Republicamos la mayor parte de este artículo.

(...) El tema de la relación entre fe y cultura ha sido siempre muy importante para mis venerados predecesores. He querido retomarlo confirmando a la Iglesia que está en América Latina y el Caribe en el camino de una fe que se ha hecho y se hace historia vivida, piedad popular, arte, diálogo con las ricas tradiciones precolombinas, además de con las múltiples influencias europeas de otros continentes.

(....) Ciertamente, el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización: no es posible olvidar los sufrimientos e injusticias que infligieron los colonizadores a la población indígena, pisoteada a menudo en sus derechos fundamentales. Pero el deber de mencionar estos crímenes injustificables, condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y teólogos como Francisco de Vitoria de la Universidad de Salamanca, no deben impedir reconocer con gratitud la maravillosa obra que ha llevado a cabo la gracia divina en esas poblaciones a lo largo de los siglos.

Benedicto XVI, en Roma el 22 de mayo de 2007,
ver en
http://www.zenit.org/spanish/visualizza.phtml?sid=108165


La Iglesia y la colonización

Lo que es México comienza a existir con la "Conquista". Abusos lo hubo, (y los sigue habiendo). Pero defensas heroicas, las hubo igual. A modo de ejemplo trascribo un episodio que muestra la defensa de los indios que hicieron los misioneros denunciando los abusos injustificables de los colonizadores. (No hubo nada igual en la colonización de lo que hoy es Estados Unidos).

Fray Antonio de Montesinos

"El domingo anterior a la Navidad, en 1511, el dominico Antonio de Montesinos pronunció en la isla de Hispaniola (Haití), en una iglesia con techo de cañas, un sermón "revolucionario". Comentando el texto "Soy una voz que clama en el desierto" (Jn. 1,23), Montesinos emitió la primera protesta pública importante y deliberada contra la clase de trato que sus compatriotas infligían a los indios.

Esta primera llamada hecha en el Nuevo Mundo en nombre de la libertad humana fue esencial en la historia de América y, según la expresión de Pedro Henríquez Ureña, uno de los grandes acontecimientos de nuestra historia espiritual". Así empieza la reciente obra de Lewis Hanke, 'Colonisation et conscience chrétienne au XVI siécle', historiador de gran calidad que no compromete la apologética ni idealiza una teología prematura.

El sermón, pronunciado ante la minoría dirigente de la primera ciudad española fundada en el Nuevo Mundo, escandalizó e indignó a sus oyentes.

Montesinos clamaba con voz de trueno:

"Para hacernos conocer vuestras faltas contra los indios he subido a este púlpito, yo, la voz de Cristo que clama en el desierto de esta isla; debéis, por tanto, escucharme, no distraídos, sino con todos vuestros sentidos y con todo vuestro corazón, para oír esta voz, la más extraordinaria que habéis oído jamás, la más áspera, la más severa, la más temible que jamás hayáis pensado oír.

Dice que estáis en estado de pecado mortal, que vivís en este estado, que moriréis en él, a causa de vuestra crueldad hacia una raza inocente. Decidme, ¿qué principio, qué justicia os autoriza a mantener a los indios en una tan horrorosa esclavitud? ¿Con qué derecho habéis declarado una guerra tan atroz contra esta gente que vivía pacíficamente en su país? ¿Por qué dejáis en tal estado de agotamiento, sin alimentarlos suficientemente, sin preocuparos de su salud? Porque el trabajo excesivo que le exigís, los abruma, los mata. Mejor dicho, sois vosotros los que los matáis, queriendo que cada día os traigan su oro.

¿Por ventura no son hombres? ¿No tienen una razón, un alma? ¿No tenéis el deber de amarlos como a vosotros mismos? Estad seguros de que, en estas condiciones, no tenéis más posibilidades de salvación que un moro o un turco".

Después de esto, Montesinos, con la cabeza erguida, abandonó precipitadamente la iglesia, entre los murmullos de los administradores y de los colonos, estupefactos e irritados. Éstos fueron en masa a la residencia del Gobernador, para protestar contra el sermón, en el cual veían una negación escandalosa de la soberanía real sobre las Indias.

Enviaron también una delegación indignada al convento, para exigir excusas y una desautorización. El superior, Pedro de Córdoba, a quien no impresionó la amenaza de hacer expulsar al religioso agresivo, les afirmó que Montesinos había hablado en nombre de la comunidad de los dominicos. Prometió, no obstante, que Montesinos volvería a tratar del tema en su sermón del siguiente domingo. Ante lo cual, los colonos se retiraron, convencidos de que no habían obtenido una satisfacción. (Lo trágico de la situación es que la injusticia que denunciaba fray Montesinos es cruelmente actual y hoy ni existen sermones que lo denuncien ni quienes los oigan).

Contaban con una explicación, y la noticia corrió rapidísimamente, así, el domingo siguiente, la mayoría de los notables españoles se apretujaban en la iglesia. Montesinos subió al púlpito, y tomó como tema este texto poco tranquilizador. "Soporta todavía por un instante mis palabras, y yo te diré lo que tengo que añadir en nombre de Dios".

En vez de hacer rectificaciones sutiles de su primer sermón, se cebó con nuevo ardor en los colonos, advirtiéndoles que, en adelante, los religiosos les negarían la confesión y la absolución, como si fuesen ladrones de camino real. Y que podían escribir a España lo que quisieran y a quien quisieran.

Este discurso pronto tuvo eco en España, incluso en la Corte. El 20 de marzo de 1512, Fernando ordenó al Gobernador que hiciera entrar en razón a Montesinos. Si el dominico y sus hermanos de la comunidad persistían en su error, ya condenado diez años antes por una asamblea de sabios, de teólogos y de canonistas (¡uufff!) reunidos para discutir sobre la cuestión, el Gobernador debía remitirlos a España en el primer barco, a fin de que su superior español pudiera castigarlos, porque "harán mucho daño por cada hora que pasen en las islas con ideas tan nefastas".

Tres días más tarde, el 25 de marzo de 1512, el superior español de los dominicos, Alonso de Loayza, amonestaba a Montesinos en un mensaje oficial al provincial de Haití, a quien ordenaba prohibir la predicación de una doctrina tan escabrosa. Entonces comenzó el primer gran combate por la justicia en el Nuevo Mundo.

Las injusticias son hoy flagrantes en nuestro Continente, y la pobreza, la desigualdad, el nuevo colonialismo --contra el que nadie dice nada--, son el común denominador; seguimos siendo el Continente explotado y pobre. Por ello mismo la lucha de denuncia, debe de continuar en este caso, desde la originalidad del evangelio, a ejemplo de Montesinos, de Bartolomé de las Casas, de Tata Vasco, y muchos otros.

Si usted quiere entender las raigambres políticas que se han movido a lo largo de cinco siglos en el continente, y no le gusta echarse a cuestas pesados tomos de historia, le recomiendo --pero, hágalo--, la película "La Misión", una extraña joya de la cinematografía contemporánea. Ahí va a descubrir usted, por una parte, la acción de los misioneros, en este caso los jesuitas, en las "reducciones del Paraguay", un modelo de organización social que de haber triunfado, escribe J. V., no hubieran surgido los Estados Unidos como poder hegemónico del Continente. La destrucción de "las reducciones" fue el efecto de los conflictos religiosos europeos cuando la franco masonería apoyándose en las casas borbonas logró desterrar de todos los territorios españoles a los jesuitas.

O bien, si le gusta leer, y es chihuahuense, puede leer "Las Antiguas Misiones de la Tarahumara", escritas por Peter Masten Dunne, S.J., obra reeditada por el entonces gobernador Patricio Martínez.

Entonces, he de cambiar el título de este artículo; en vez de "El Papa debe de tener cuidado", deberíamos titularlo "Debemos tener cuidado con lo que se dice y escribe en los medios".


"Una fe que se ha hecho y se hace historia vivida, piedad popular, arte, diálogo con las ricas tradiciones precolombinas...", dice Benedicto XVI. Un ejemplo es este interesante estudio en PDF: La herencia jesuita en el arte de los indígenas del noroeste de México, de Miguel Olmos Aguilera, 2002.
http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/136/13602707.pdf

Eusebio Kino, jesuita explorador en la frontera apache
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=8110

José de Anchieta: el primer literato de Brasil, enfermero, misionero y fundador de ciudades
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=7930

Vasco de Quiroga: político, obispo y constructor de comunidades utópicas en México
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=7685


lunes, 24 de noviembre de 2008

La Parroquia ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte II)

1. Un esquema rural trasladado a las urbes.

La parroquia aceptada ya sin discusión alguna durante siglos como una institución de cristiandad queda privada en su modo y fondo para convertirse en una instancia misionera. En ella todo es institucionalizado. Fue una respuesta para el mundo rural de antaño: un mundo de familia y vecindario, un ambiente tradicional donde la fe se trasmitía por inercia, un esquema ya hecho receloso de novedades, una estructura piramidal en la que el pueblo recibía todos los elementos para su salvación en esta vida y para la otra: doctrina, sacramentos, consejos, mandamientos, estilos de vida, patrones de conducta.

Al pasar la sociedad de su época rural al mundo de la ciudad, se trajo el esquema parroquial que se suponía seguiría funcionando. En efecto, continuó su vida propia pero cada vez más reducida en su respuesta, cada vez más limitada en su alcance: se le fueron los jóvenes, los obreros, los matrimonios, los profesionales, los conductores sociales, los artesanos y los artistas. La parroquia se fue envejeciendo y “afeminando” en el sentido de estar conformada prioritariamente por mujeres, las que siempre han sido más fieles que los varones para cumplir sus compromisos.

Muchos calman sus conciencias al ver parroquias bullentes de integrantes. ¿Representará eso un diez por ciento del pueblo territorial? O sea, de cada cien habitantes, diez podrían estar vinculados a las estructuras parroquiales y 90 se quedan fuera, no solamente sin ser atendidos sino absolutamente desconectados de ellas.
Las posibilidades pastorales de la parroquia quedan limitadas a la recepción de los que ya están, a los que les satisface algunas necesidades religiosas. En eso cumple su finalidad: para eso está. Lo que no se le puede pedir es que sea una plataforma de misión porque eso necesita otros fundamentos.

El autor que hemos citados ya un par de veces señala: “La parroquia es parcela de la diócesis, con funciones sacramentales y administrativas y con el fin de ejercer un cierto control religioso. Víctima de su carácter geográfico y ajena a los ambientes sociales, la parroquia se inmoviliza y confunde con el exterior. El edificio, la casa parroquial o la oficina administrativa. Reducida a un ghetto sacral y administrativo, se convierte en un inmueble en el que se imparten ciertos servicios de una demanda religiosa tradicional. Es ajena al mundo y a la sociedad, posee capacidad para el diálogo, no transforma los valores, mantiene una fe sociológica inmadura y repite, sin creatividad, ritos culturales”.


2. La parroquia y sus rostros.

La parroquia es una comunidad humana; pero también es una estructura, unos servicios, una organización y unos espacios.

Como comunidad quiere estar abierta a todos los estratos sociales, pero de hecho no llega a lo que se conoce como el proletariado: el pueblo de los quintiles preocupantes para las estadísticas de los gobiernos y vergonzosos para la cultura llamada occidental-cristiana. Ya es conocida la frase de que los pobres van a las parroquias a pedir ayuda y para hacer oración van a los cultos pentecostales. La comunidad parroquial no tiene espacios para los pobres aparte de sus servicios de ayuda social que salvan situaciones inmediatas pero no capacitan para mejorar la calidad de vida.

Como estructura física, la parroquia es la cara visible de la comunidad católica en un territorio. Identifica a la comunidad. Donde se levanta la torre con la cruz se sabe que hay una parroquia o una capilla dependiente de la parroquia. Poco a poco han ido apareciendo, particularmente en las barriadas populares, otro tipo de estructura física más de acuerdo al medio social donde se inserta. Pero la identidad más visible la da la gran estructura. Los esforzados y sacrificados personeros que levantaron templos con la mentalidad de cristiandad a la que fueron fieles, nunca imaginaron el cúmulo de problemas que iban a dejar en herencia a las generaciones futuras: espacios enormes y vacíos, usados solamente un par de horas a la semana, de altísimo costo de manutención, en constantes reparaciones, cargados de simbolismo pero que no reflejan vida, sacralizados para acoger a gente de fe que al mismo tiempo posee un respeto rayano en el temor: en esos templos se habla en voz baja, apenas hay saludos, los reunidos se ubican como en los teatros en donde la gente mira un escenario y al final, en vez de aplaudir como en el teatro, solamente dice amén.

Los servicios que da una parroquia son múltiples. La celebración del culto, la catequesis, la atención de grupos de piedad, de caridad y de liturgia, también de grupos juveniles, de matrimonios y de tercera edad. También de algunos movimientos religiosos de todo tipo. Atiende la sacramentación. La secretaría parroquial entrega información, documentos, responde interrogantes y ayuda social o deriva a las áreas correspondientes las peticiones de diverso género. Pero todo es para el que llega. La parroquia no sale a buscar. No sale a invitar. Tiene su pueblo propio y con eso le basta. Por eso cuando se le ha querido pedir como servicio que también se abra a la dimensión misionera, no sabe hacerla o le despierta un entusiasmo pasajero limitado a algún grupo. Desde las ventanas de la parroquia se pueden ver a los pentecostales golpeando puerta a puerta, saludando, entregando volantes y revistas, ofreciendo soluciones casi mágicas al mismo tiempo que la Biblia, dialogando con paciencia o discutiendo desde una cerrazón fundamentalista que no admite ni lógica ni análisis, promoviendo audiciones radiales. Pero ahí están. Y las estadísticas señalan que sus grupos se van nutriendo cada año con la deserción del pueblo católico o la integración de los que estaban a la deriva pastoral de la iglesia.

La parroquia es también una organización. Y en esa organización el párroco es el personaje principal, el protagonista absoluto. Cuando el Vaticano II y posteriormente las asambleas episcopales de Puebla y Medellín abrieron las puertas al diaconado permanente, algunos ingenuos pensaron que el esquema cambiaría. No fue así: los diáconos tomaron la forma de unos curas pequeños y han quedado desempeñando funciones de suplencia, demasiados arrimados al altar y alejados de las mesas donde estaba su servicio para que se hiciera justicia a los marginados del pan, según expresa el libro de los Hechos.

La organización parroquial ha sido casi siempre una pirámide en cuya cúspide el señor cura es el señor y el hacedor de todo. La parroquia es una entidad dominada por el clero. El clero tiene una aureola sacral que además posee la representación de la jerarquía; entonces reúne en sí el sacerdocio y la realeza. Le falta el profetismo, pero se las arregla para conseguir el título de algún modo.

Finalmente la parroquia también son unos espacios geográficos. En teoría no existe alma viviente que no esté integrado a una parroquia, sea o no sea cristiano: Se ha dividido el planeta tierra en continentes, cada continente tiene países, cada país tiene estados o provincias o regiones y cada una de ellas tiene municipios y comunas. Y cada comuna, ayuntamiento o municipio cuenta con parroquias. Nace una criatura en el centro de Buenos Aires y ya queda dentro de unos límites parroquiales bien definidos. Nace otra criatura en Krosnoyark y ya queda dentro de los límites de la descomunal parroquia de Siberia, cuyos límites llegan hasta el mismísimo Polo Norte.
Pero esto mismo indica que la división parroquial en base a la geografía es una hechura rural que no se condice con las ciudades de hoy. Las metrópolis, las megápolis, también las ciudades todavía en dimensión humana y hasta las ciudades-aldeas del mundo moderno, tienen un trasvasije fenomenal y constante que supera cualquier límite urbano. Se vive en una parte de la ciudad pero se trabaja, se estudia, se divierte, se compra, se pasea, en otras muy diversas. Los medios de locomoción cruzan cien parroquias en su recorrido llevando gentes que ya no pertenecen a un solo lugar. Cuando a mitad del 1800 los ojos asustados de la población europea empezó a mirar esos monstruos humeantes que llamaban ferrocarriles, ahí mismo se murió para siempre el sistema parroquial basado en la geografía.

Sin embargo ha sido un problema pastoral: el clero alimentó celos infantiles: los territorios de cada cual. La feligresía de cada uno. Asistir como testigo oficial de la iglesia al matrimonio de unos novios en una parroquia que no era la propia, invalidaba el casamiento si no había autorización escrita y firmada por el párroco del lugar del templo. Los novios que deseaban casarse en un templo fuera de su parroquia tenían que pedir el permiso y cancelar “derechos” en dos partes: en la parroquia que daba la autorización y en aquella que iba a ser la sede de la liturgia. Muchas personas encontraban una respuesta que no entendían cuando iba a solicitar la Unción de su enfermo o la visita del cura: no se podía, porque era de otra parroquia.

De todos modos no se debe culpar al Canon 518de toda esta situación. Hay argumentos para favorecer el sistema geográfico parroquial (la inscripción de los bautizados, el sentido de pertenencia, la existencia de cementerios parroquiales…y poco más). Pero en un mundo globalizado, con los medios que la tecnología pone en manos de las instituciones, las comunidades de hecho más que de derecho, los antiguos problemas del territorio parroquial deberían estar en vías de superación.

3. Una pregunta sin respuesta.

La primacía que se ha dado el clero a sí mismo en una institución tan extraña como es la iglesia católica ha venido a ser uno de los problemas graves del sistema parroquial. Digo una institución tan extraña, sin voz de crítica despiadada ni tampoco con sentido peyorativo. Es que simplemente es así: la iglesia es definida como una realidad divina y humana, como presente en este mundo pero ciudadana del otro, es llamada cuerpo de Cristo pero también su esposa, que es jerárquica pero también se define como pueblo o asamblea…En la liturgia se le llama “la Jerusalén de arriba” pero en la realidad tiene su sede en Roma.

En esta institución el clero se ha ubicado en el lugar que pretendían los apóstoles Hijos del Trueno, Santiago y Juan, a los que Jesús tuvo que aclararles que no sabían lo que querían.

Al haber acaparado las llaves de la Biblia, de los sacramentos, de la organización comunitaria, de la presidencia de las asambleas, de las administraciones contables, de las bendiciones, de los derechos de pastoreo, de la representación parroquial, el clero se reservó prácticamente todo. Durante el tiempo de abundancia vocacional el problema no se notaba y la comunidad cristiana entró pacíficamente en el sistema, tan parecido a lo que sucedía en la vida ordinaria: los pueblos rurales tenían dueños y patrones. El crecimiento de las ciudades fue cambiando el panorama. La población creció, la conciencia democrática se socializó y las vocaciones clericales no solamente se estancaron sino que disminuyeron.

Entonces la brecha se hace cada día más grande. Y nadie sabe cómo se va a resolver el problema: las comunidades crecen, las comunidades se centran y viven su fe por y en la eucaristía, sin ella se ha dicho que no hay comunidad ni vida cristiana posible…y el clero mantiene bajo su dominio exclusivo la celebración eucarística. ¡Y su número es cada vez menor!

Sin duda que la situación de escasez vocacional es una llamada del Espíritu a cambiar mentalidades y esquemas, y en ese sentido será beneficiosa para el pueblo cristiano. Los animadores naturales reconocidos por sus comunidades cristianas, los presbíteros que no pueden ejercer por “haber atentado matrimonio” (porque los sacramentos, vida de la iglesia, son siete para todo el mundo, pero para el clero y las mujeres son solamente seis), las mujeres (no solamente las religiosas como si ellas fueran de otro nivel de dignidad cristiana), están ahí afuera esperando que alguna vez se abra la puerta para poder entrar y ocupar el lugar que les corresponde en la familia de los hijos de Dios.


4. Los modelos de parroquia.

Con el paso del tiempo y ciertas innovaciones se han ido diseñando ciertos modelos de parroquia que hoy subsisten.

Desde luego está la clásica parroquia típica de antes del Vaticano II. En ella existe un clero autoritario y conservador , un pueblo sumiso que cumple reglamentos para llegar al cielo, un culto lleno de humos y oraciones largas, una moral severa y condenatoria, un monólogo recitado desde el altar y que no invita a ningún compromiso social, aunque muchas veces tiene organizada la caridad hacia los pobres que reciben cosas pero no pueden orar con la gran comunidad.

Está también la llamada parroquia renovada: es la misma anterior pero con ciertas cosméticas que la hacen aparecer distinta. La predicación contempla elementos más pedagógicos pero retiene el mismo sermón moralista y doctrinario. Más que comunidad parroquial existen en ella asociaciones piadosas clásicas y la liturgia tiene alguna renovación: entre los acólitos hay “acólitas” y eso que las niñas estén ya cerca del altar es un avance. Tiene generalmente consejo parroquial, pero es difícil la renovación de sus integrantes: los responsables se eternizan y creen que nadie puede hacerlo mejor que ellos. El párroco piensa lo mismo de sí.

Un tercer tipo de parroquia busca una celebración litúrgica más festiva, prioriza la familiaridad por sobre la solemnidad en las asambleas de culto, la catequesis es llevada por las mismas familias, se buscan caminos de servicio social, se leda importancia a la formación bíblica, el párroco comparte responsabilidades con los seglares.

Y está surgiendo un nuevo tipo de parroquia donde el servicio de la Palabra es más evangelizador, organiza la formación cristiana mediante etapas de iniciación y de catecumenado, la predicación es más aterrizada y dialogada con la comunidad, la teología de la liberación tiene un reconocimiento en cuanto habla de las cosas de la fe partiendo de las realidades y necesidades terrenales. En este tipo de parroquias la liturgia se va creando según los momentos que vive la comunidad, sin preocuparse mucho de lo que van a opinar los monseñores de las Curias o de Roma que hacen los libretos de la liturgia universal. Quizá no tenga misa cada día pero tiene caridad para con todos. Se procura formar comunidades cristianas, se entregan responsabilidades, la mujer es reconocida, el consejo parroquial tiene importancia, el clero que la atiende vive entre los vecinos. La parroquia no se mira tanto a sí misma sino que mira el barrio, el entorno, la realidad en la que está inserta.

Este tipo de parroquia podría tener un perfil misionero en la medida que sea invitación a los que no conocen a cristo y el evangelio se sientan motivados a conectarse con algo interesante para sus vidas.

Fuente: Comunidad virtual

viernes, 29 de agosto de 2008

La pastoral de ferias y circos se desarrolla en el ámbito de la sonrisa

Todo católico tiene la certeza de que para buscar a Dios no tiene un sitio más seguro al que acudir que ante el sagrario de cualquier iglesia. Sin embargo, también hay otros espacios y lugares en los que con total certeza podemos reconocer la presencia del Señor. Uno de ellos es la sonrisa de un niño. Y mucho más la de un niño enfermo.

Los niños, instalados aún en el ámbito de la inocencia y la pureza, son los que mejor perciben la magia salida de una varita, la velocidad de vértigo de un tren volador o las canciones rumbosas de un payaso. En esto último es especialista Topito. Ataviado con su enorme nariz roja, sus mofletes en absoluto desapercibidos y su peluca de colores, este payaso bonachón se dedicó mucho tiempo a hacer reír a niños con enfermedades terminales en un hospital madrileño. Topito siempre tuvo claro que lo suyo era ser payaso: “Desde niño me atrajo el circo. Un mundo de sueños e ilusiones, de sonrisas y del ‘más difícil todavía’. Un espacio itinerante que va dejando semillas en el corazón de grandes y chicos”.

Porque lo cierto es que, a diferencia de otros payasos que tan solo buscan hacer pasar un buen rato, las letras de las canciones de Topito tienen un trasfondo especial, un mensaje, una “semilla”: la de Cristo. Porque Topito, además de payaso, es sacerdote. Así, cuando se quita el traje de colores y deja atrás el personaje, sólo queda Juan Manuel Rodríguez Alonso, cura. “Yo nunca digo lo que soy cuando hago de payaso, pero ya me ha sucedido en varias ocasiones que tras mi actuación, algunos padres y niños ven en mí algo especial”, dice Juanma. Quien añade: “Yo siempre intento que en cada cosa que hago se note que está Cristo. Transmito los valores del Evangelio siendo payaso, hablo de Dios haciendo reír”.

Lo cierto es que el de Juanma es testimonio muy especial: “Cuando me ordené sacerdote, en ese mismo momento, sentí que necesitaba ser también payaso. Siempre fui un apasionado del circo, desde pequeño. Pero nunca pensé que haría realidad mi sueño, que no era otro que ser payaso. Fue una sensación muy fuerte. El día que me consagré a Cristo tuve claro que la mía era una doble vocación. Por ello, cuando se lo expuse a mi obispo, él fue el primero que me animó a ser cura y payaso. Entonces empecé a actuar en residencias de ancianos, en colegios… pero lo que me marcó fue mi experiencia en el hospital del Niño Jesús. Allí actué en numerosas ocasiones ante niños con enfermedades terminales. Fue increíble. Nadie imagina realmente lo que supone ver la sonrisa de alguno de estos niños. Cada vez que lo consigues, es como si te regalaran un poquito de ellos mismos”.

Juanma tuvo la oportunidad de establecer “un vínculo muy especial” con muchos que aquellos niños: “Un día, cuando como Topito les canté la canción del barquito de papel, hice como que no me la sabía. Entonces, un niño ciego me hizo con sus propias manos un barquito. Lo guardé y estará conmigo para toda la vida, como el auténtico tesoro que es. Otro caso muy especial es el de Edgar, un niño ciego con el que llegué a establecer una verdadera conexión. Siempre me interrumpía en mis canciones y me pedía que le diera un beso en la mano. Cuando lo hacía, él, con la mayor de sus sonrisas, se me abalanzaba y me daba un beso en la mejilla. Cuando él murió… fui yo mismo el que tuve que oficiar su funeral. De hecho, celebré varios funerales en el tiempo que estuve con los niños. Es una experiencia tremenda, pero gracias a mi condición de sacerdote me consuela en esos casos la fe, la alegría y la esperanza en Cristo”.

Precisamente esto, la “capacidad de sonreír y hacer reír a los demás cuando tu alma está triste”, es una de las cosas que a Topito le llenan como payaso y sacerdote. Porque para él, ambas cosas, van muy unidas. De hecho, Juanma es el Delegado Nacional de la Pastoral para Ferias y Circos. Un pastoral, cierto es, no demasiado conocida ni siquiera por los propios sacerdotes. “Cuando a la gente le cuento lo que hago, la mayoría frunce el ceño y me dice extrañada: ‘¿y eso qué es?’”, dice entre risas el delegado.

Pero Juanma no tiene ningún reparo ante los neófitos en la materia y cuenta al detalle todas sus actividades: “Nuestra principal misión es acompañar a la gente del circo y la feria. Ante todo, nuestra pastoral es de presencia. Son gentes que viven de un lado para otro, con una vida itinerante realmente difícil, que complica el echar raíces en un sitio concreto. Por eso, nos agradecen muchísimo el que estemos con ellos”. A nivel práctico, suelen estar pendientes de sus itinerarios y esperan a que se pongan en contacto con ellos. “Entonces, cuando hay chicos para ser bautizados o para hacer la Primera Comunión, o cuando hay una boda, nos llaman y nosotros nos encargamos de oficiar los sacramentos y de impartirles catequesis, siguiéndoles en su recorrido”. Otras veces son los miembros de la pastoral los que acuden a los circos y ferias para comprobar su situación.

Sin embargo, el problema principal es el de la falta de medios. Para toda España solo hay cinco delegados diocesanos, que se coordinan entre sí para seguir un mismo método de acción. Uno de ellos es Jesús Segura, que se encarga de la pastoral en Burgos. Es laico, está casado y tiene cuatro hijos. Pese a lo cual, siempre tiene tiempo para unas gentes a las que tiene mucho cariño. De hecho, es uno de los veteranos en este ámbito. Su experiencia le permite recordar muy bien cómo fueron los inicios de esta pastoral en España: “La gran pionera fue María Eugenia Alegre, una monja franciscana de las Hermanas de Montpellier, que hace unos 25 años se compró una caravana y empezó a viajar con las ferias, de ciudad en ciudad. Hasta que llegó un momento en que comprendió que tal tarea era inabordable por su propia cuenta. Y eso que no estaba sola, ya que por entonces también hacía algo similar Miguel Mendizábal, un sacerdote que también era payaso. Al final decidieron contactar con la Delegación de Migraciones, de la Conferencia Episcopal, y crear una pastoral específica articulada en delegaciones a través de las diócesis. Ya entonces, por mi relación con mucha gente del mundo de la feria, me nombraron delegado en Burgos, donde vivo”, concluye Jesús.

Él suele basar su actividad en la relación con los hijos de los feriantes. Sabedor de que sus padres han de pasar mucho tiempo fuera de casa, suele organizar campos de trabajo y campamentos con los chicos, “que así tiene un espacio en el que practicar deporte y divertirse junto a otros que están en la misma situación que ellos”, dice Jesús. Para él es muy importante la labor desarrollada en esos campamentos: “Además de jugar, también tratamos de que perciban que nuestra acción está impregnada de una serie de valores religiosos”. Y en eso también entran los padres, tratando de aunar a toda la familia. Cada año se hace una misa de difuntos y “algo que les gusta mucho a todos: organizamos una peregrinación. Ya hemos estado en Roma, Lourdes, Guadalupe, Fátima… Cada año suelen ir una 40 personas de todas las delegaciones. Ellos las viven muchísimo, con una gran devoción y alegría”, afirma orgulloso el delegado burgalés. Y de ello da fe Miguel Ángel García, con toda una vida dedicada a la feria, llevando de una lado a otro su tren del terror: “Jesús ha hecho una labor inmensa con familias como nosotros. Mis dos hijos, hoy ya mayores, pasaron gran parte de su infancia en talleres y otras actividades con Jesús. Por ello le estamos muy agradecidos”.

Para Jesús, la clave de la buena acogida entre las familias es la de la gratuidad: “Muchos de ellos empezaron a trabajar a los nueve años. Por eso les cuesta entender que nosotros dediquemos nuestro tiempo con ellos, porque queremos, sin cobrar nada a cambio. Así, aunque no proliferen las conversiones en masa, lo cierto es que aflora el respeto por una labor hecha por y para Cristo. Para ellos es un gran testimonio de lo que es la Iglesia”. Y eso se nota aún más en una gente que tiene que soportar una serie de clichés que distorsionan su imagen, hasta el punto de aparecer como marginados por gran parte de la sociedad, que no asimila su estilo de vida nómada. Juanma Rodríguez insiste en la importancia que ello conlleva: “Por eso, porque nosotros sí les tratamos como lo que son, personas, siempre nos responden con un cariño y un agradecimiento espectaculares”.

Topito, el cura payaso, tiene claro en qué se resume la filosofía de vida de los destinatarios de esta desconocida pastoral: “Reír y hacer reír, aun cuando estás triste”. Y mucho más cuando el que ríe es un niño. Porque detrás de su sonrisa, a buen seguro, está Dios…

Miguel A. Malavia

miércoles, 13 de agosto de 2008

Juan Pablo I, después de 30 años

PAPA DE LA VERDAD DESDE LA SENCILLEZ, DEL AMOR DESDE LA HUMILDAD, DE LA FRESCURA EVANGÉLICA EN MIGAJAS

En torno a las siete de la tarde del sábado 26 de agosto de 1978, el cónclave reunido tras la muerte, veinte días antes del Papa Pablo VI, elegía nuevo Obispo de Roma y Pastor Supremo de la Iglesia católica a un desconocido y humilde obispo del norte de Italia: el cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia desde 1973. Tenía 65 años de edad.

Su elección pontificia fue necesariamente fácil y sencilla, pues resultó elegido en apenas veinticuatro horas, en la tercera sesión de escrutinios. Su nombre, no obstante, apenas aparecía en la “rosa de los papables” de los grandes medios de comunicación social. Su perfil era el de un discreto y humilde pastor, el de un gran párroco y mejor catequista, sin que –excepto en Italia y entre los cardenales, naturalmente- su nombre hubiera contado en las jornadas previas al cónclave.

El Papa de las sorpresas

No fue, con todo, esta la primera sorpresa de aquel verano de 1978. La segunda sorpresa vino con la elección del nombre con que iba a sentarse en la Cátedra de San Pedro y calzar las sandalias del Pescador: Juan Pablo I, el primer nombre compuesto en la historia del pontificado romano. Un nombre lleno, eso sí, de sabiduría: aunar los legados del Papa Juan XXIII y su sabiduría del corazón y el del Papa Pablo VI y su sabiduría de la inteligencia, como el mismo Luciani desveló nada más ser elegido Sumo Pontífice.

La tercera sorpresa empezó a llegar, a la par que con la sonrisa que ha pasado a la historia, en cuanto comenzó a hablar, en cuanto empezó a mostrarse. Era, en efecto, un Papa sencillo, humilde, del pueblo; un Papa catequeta, que hablaba también de los gondoleros, de Pinocho, de Dickens, de Mark Twain, de Fígaro, de Marconi… Era el Papa que ofrecía “migajas” de la mejor catequesis y que destilaba el inconfundible aroma de la frescura evangélica, de la verdad desde la sencillez, del amor desde la humildad.

Su mismo curriculumn vitae lo presentaba como un eclesiástico de provincias, bien preparado, curtido en la pastoral y en el gobierno, con alguna escasa experiencia internacional, bien valorado y querido por sus hermanos obispos de Italia y, sobre todo, por sus fieles. Pero ¿iba a ser, como Juan XXIII, el párroco del mundo o la cruz se iba a instalar en su ministerio hasta nublar su sonrisa, como aconteciera con Pablo VI? Tiempo a tiempo –pensábamos- mientras él mismo decía de sí que era como un pobre gorrión que, en la última rama del árbol, no hace más que piar, diciendo algún que otro pensamiento sobre temas complejísimo, y mientras comenzaban a su discurrir sus primeros… y últimos días.

Y es que la mayor de las sorpresas nos la deparó Juan Pablo I tan solo treinta y tres días después de su llegada: en la noche del jueves 28 de septiembre fallecía de fulminante ataque de corazón. Después se supo que su salud era muy precaria, aun cuando tanto y tan innecesariamente se ha fabulado sobre su muerte. Cuando a primera hora del viernes 29 de septiembre de 1978 se supo su muerte, la catolicidad y el mundo entero quedaron consternados. En un mes Juan Pablo I había llegado al corazón de la humanidad, su sonrisa había llenado de esperanza a tantos. Y su muerte era un mazazo doloroso, un acontecimiento imprevisto e imprevisible, un indescifrable y alertador signo.

En los Dolomitas

Albino Luciani nació en Forno di Canale (en la actualidad, Canale D´Agordo) el 17 de octubre de 1912. Ese mismo día, por peligro inminente de muerte, fue bautizado por la asistente sanitaria de su alumbramiento. Dos días después, recibió en la parroquia el resto de los ritos bautismales. La tierra de Luciani se halla en la región italiana del Véneto, en Belluno, muy cerca de la cadena montañosa de los Dolomitas. Inicia sus estudios a los seis años. El 26 de septiembre de 1919 recibe el sacramento de la confirmación. En 1923 ingresa en el seminario menor de Feltre y cinco años después en el seminario mayor de Belluno. El 2 de febrero de 1935 es ordenado diácono y el 7 de julio de aquel mismo año es ordenado sacerdote.

Los dos primeros años de su ministerio sacerdotal los pasa en Belluno y en Canale D´Agordo, dedicado a la pastoral parroquial y a la enseñanza, mientras que en los diez años siguientes es formador y profesor del seminario de Belluno a la par que estudia Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. “El origen del alma humana en la teología de Antonio Rosmini” es el título de su tesis doctoral, defendida el 27 de febrero de 1947 y publicada tres años más tarde. Entre 1947 y 1958 sirve en la curia diocesana de Belluno, en los más destacados cargos, es canónigo de la catedral y director del secretariado de Catequesis. Publica su primer libro: “Catequesis en migajas”.

Obispo también en el Véneto

El 15 de diciembre de 1958 es nombrado obispo por el Papa Juan XXIII, quien personalmente le confiere el orden episcopal en la basílica romana de San Juan de Letrán doce días después. Durante once años es obispo de la diócesis de Vittorio Veneto. Son años de visitas pastorales, de participación en el Concilio Vaticano II y del primero de sus viajes internacionales con destino a la misión diocesana de Vittorio Veneto en Burundi.

El Papa Pablo VI lo traslada a Venecia, capital, capital del Véneto. El nombramiento para Luciani de la sede patriarcal de San Marcos se hace público el 15 de diciembre de 1969. Durante nueve años será el pastor de la histórica diócesis y de la romántica ciudad de los canales y de las góndolas sobre el Adriático, que antes habían ocupado, ya en el siglo XX, Giuseppe Sarto y Angelo Giuseppe Roncali, posteriormente los respectivos Papas Pío X y Juan XXIII. También la visita pastoral será una de sus principales ocupaciones.

De 1972 a 1975 será vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, por votación de sus miembros. Realiza asimismo viajes a Suiza, Alemania, Yugoslavia y Brasil y participa en las Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos de 1971, 1974 y 1977, dedicadas respectivamente al ministerio sacerdotal y la justicia en el mundo, la evangelización y la catequesis.

El 16 de septiembre de 1972 el Papa Pablo VI realiza una visita apostólica a Venecia. En plena de plaza de San Marcos, abarrotada de fieles, el Papa Montini se quita su estola pontificia y se la coloca al patriarca Luciani, en su premonitorio gesto de amistad y confianza. Meses después –el 5 de marzo de 1973- es creado cardenal. En enero de 1976 publica su libro “Ilustrísimos señores”, una deliciosa colección de cartas dirigidas a personajes históricos y de ficción, que alcanzaría gran difusión internacional tras su elección papal.

El 10 de agosto de 1978, tras la muerte cuatro días antes de Pablo VI, viaja a Roma para los funerales del Papa y posterior cónclave. Ya no regresaría jamás a Venecia ni a su Belluno natal. Ya no saldría de Roma: el 26 de agosto es elegido Papa, el 3 de septiembre es la celebración oficial del comienzo de su ministerio apostólico petrino y en la noche del 28 al 29 de septiembre, fallece en la noche y de repente.

Su memoria y su legado, treinta años después

Con un pontificado tan efímero e inédito, su figura es, sobre todo, la de un símbolo, la de un estilo, la de una profecía. Juan Pablo I fue el Papa de la sonrisa para una Iglesia y un mundo que necesitaban de ella. Juan Pablo I fue el Papa de la sencillez evangélica: el primer Papa contemporáneo en abandonar, por ejemplo, el “nos” mayestático, la silla gestatoria y la tiara (Pablo VI fue coronado, pero donó la corona a los pobres del mundo). Fue el Papa catequista, concreto, sencillo, directo al corazón. Fue, por todo ello, Papa de esperanza y el Papa que cedió el paso –quizás misterio y prodigioso signo de la Providencia- a su sucesor, Juan Pablo II el Magno, el Papa quien, de alguna manera y de tantos modos, “revolucionó” y modernizó definitivamente el pontificado romano.

Pedro apenas, la causa de canonización de Juan Pablo I está en fase de estudio diocesano. Con su fugacidad, no obstante, se suma así y por todo lo anterior a la magnífica pléyade de extraordinarios y santos Papas que han regido nuestra Iglesia en los últimos ciento sesenta años. Y con su sonrisa, tímida, humilde y luminosa, sigue acogiendo y bendiciendo a la Iglesia y a la humanidad.

* * * * * * *

CARTA A JUAN PABLO I, SEMANAS DESPUÉS DE SU MUERTE DE HACE TREINTA AÑOS

(Reproduzco también un artículo que escribí hace treinta años, semanas después de la muerte del Papa Juan Pablo I. Fue publicado en la Hoja diocesana “El Eco” de Sigüenza-Guadalajara con fecha 12 de noviembre de 1978.) Jesús de las Heras Muela


Querido Juan Pablo I, Ilustrísimo Señor:

Estoy leyendo tu “Ilustrísimos señores”, ¿sabes? Y a medida que paso las páginas y leo las cartas siento una gran emoción, una inmensa alegría y un enorme agradecimiento. Y también unas tremendas ganas de emularte y de dirigirte hoy a ti una carta. Además te escribo el día de la solemnidad de Todos los Santos… Luego te diré.

Una muerte imposible

¿Y qué contarte ahora, Ilustrísimo señor, querido y efímero Papa de la sonrisa? Bueno, te podría decir, en primer lugar, que nos diste un gran disgusto cuando nos abandonaste, tendido en el lecho, sonriente, y en espera del alba. Yo no me lo podía creer al día siguiente.

-- “¿Cómo que se ha muerto el Papa? Eso fue el mes pasado”, le dije a mi madre cuando al levantarme me dio la noticia.

Sí, tú muerte me parecía imposible, absurda. Incluso pensé que cómo Dios había podido tolerarlo. Ya sabes: cuando las cosas no salen como nosotros queremos, le preguntamos a Dios los por qué.

Y es que eras apenas Pedro, apenas una esperanza, apenas una sonrisa, apenas un mes, apenas unas cuantas alocuciones y catequesis –eso sí, sobre todo, catequesis: se te veía madera de extraordinario catequista-, apenas, apenas… y ya habías logrado cautivarnos a todos.

Tu historia en el pontificado estaba empezando a escribirse con trazos de esperanza, de sencillez y de alegría. Nos las prometíamos felices. Pero tú te fuiste, casi, casi como llegaste: quedamente, de sorpresa, de puntillas y con una sonrisa a flor de labios que iluminaba –cuenta- tu rostro y ponía alegría y alegría en el corazón de los hombres en medio de la desolación.

Un gorrión en la última rama del árbol

Se no había muerto el Papa de la sonrisa. El Papa que escribía a Pinocho y a Jesús; el Papa que habló de que Dios es padre y madre a la vez; el Papa que decía de sí mismo que era como un pobre gorrión que, en la última rama del árbol, no hace más que piar, diciendo algún que otro pensamiento sobre temas complejísimo. Y ese eras tú; antes Albino Luciani, ahora Juan Pablo I. Y tú había marchado

También te podría decir que la Iglesia quedó más huérfana que nunca, más triste que nunca. Que a todos se nos congeló la sangre. Y que todos tardamos un poco más de lo habitual en hacer cábalas y poner y quitar pétalos a la inevitable “rosa de los Papables”. También hubo quien habló de tu muerte y dijo cosas raras, más absurdas todavía. Y en el fondo de los corazones había dolor, había tristeza, mientras que tú, con su sonrisa postrera, nos hablabas de todo ello de fe, de esperanza, de amor… De sonrisa.

Y te enterraron. Fue el día de San Francisco de Asís, el 4 de octubre. No podía ser otra fecha: el patrono de los sencillos y los humildes que guiaba así a la Casa del Padre. El “poverello”, tu “poverello”, el de la hermana vida y el de la hermana muerte, el del hermano sol y la hermana luna, el hermano mayor de los humildes, tu hermano, pues, querido Juan Pablo I, Pedro apenas.

Y te enterraron, sí. Aquel día llovía sobre Roma. El día que te eligieron Papa, la tarde del sábado 26 de agosto, era un día luminoso, como lo fue la mañana del domingo 3 de septiembre, en que comenzabas tu ministerio en la Plaza de San Pedro de Roma. ¿Qué pensarías el 26 de agosto, el 3 de septiembre? ¿Qué pensarías? ¿Qué pensarías en la noche del jueves 28 de septiembre cuando llegó tu hora? Sonreías.

La Iglesia vuelve a sonreír

Y los días pasaron. Las fechas se acercaban. Los nombres de tus posibles sucesores comenzaron a sonar. La vida no se detiene. Se buscaba un pastor que supiera sonreír, esperar y amar como tú. El 14 de octubre los cardenales se reunieron, de nuevo, en cónclave. Dos días después, a las 18,18 horas, una bocanada de aire puro y blanco surcaba el cielo de Roma. ¡Habemus Papam! Media hora después el nombre de la persona que era y que sería: Cardenal Karol Wojtyla, Papa Juan Pablo II. Pasadas las siete y cuarto, más o menos a la misma hora de tu elección mes y medio antes, aparecía en el balcón central de la basílica vaticana el nuevo Papa. Saludaba y bendecía al mundo. También sonreía, aun preso de la conmoción fruto de la elección. Ya tenías sucesor. Ya teníamos Papa.

Y quizás nos olvidamos de ti. El ritmo acelerado de la actualidad y de la vida parecía reclamarlo, aun cuando siempre quedaba la duda: ¿Por qué? ¿Por qué dos elecciones papales en mes y medio? ¿Está diciéndonos algo el Señor? Dios siempre habla. Y nos olvidamos de ti, aunque a algunos les dio por la martingala de hacer cábalas sobre tu muerte… En cualquier caso, ¿sabes?, Juan Pablo II también sonreía, esperaba, amaba y llenaba el corazón de alegría.

Al paraíso

Y hoy, querido Juan Pablo I, leyendo tus cartas, mi pensamiento se vuelve a ti. Además –ya te lo dije antes- hoy 1 de noviembre de 1978. Ya habrías cumplido 66 años. Ahora lo cumples en el cielo. Porque hoy, 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, es tu fiesta. Seguro.

Y es que, Ilustrísimo señor, querido Juan Pablo I, apenas Pedro, a ti se puede aplicar aquello que cuentas en la página 186 de tu libro. Es la carta que diriges a Santa Teresita de Lisieux. Trata de un irlandés que estaba dudando ante su salvación y cuando se presentó a Cristo y le trajo el bagaje de su vida, el Señor le dijo:

-- “… estaba triste, decaído, postrado, y tu viniste a verme y me contaste unos chistes que me hicieron reír y me devolvieron el ánimo. ¡Al paraíso!”.

Pues eso, querido Juan Pablo I, ilustrísimo señor, durante al menos treinta y tres días le diste a este mundo nuestro, tantas veces triste y decaído, esperanza, alegría y… un sonrisa. ¡Al paraíso!

Acabo ya. Pero me permíteme una petición: qué no te olvides de nosotros y que la proyección de tu sonrisa y de tu esperanza siga iluminando nuestro corazón y nuestros caminos.


Jesús de las Heras Muela
Director de Ecclesia

lunes, 14 de abril de 2008

¿Bendecir parejas de hecho estables en misa de esponsales?

Publicado el 3o de Marzo-2008 en Atrio, por Juan Masiá
    He escrito esta columna desde la práctica pastoral, principalmente en el Japón, de algunos “desposorios inusitados” de parejas mixtas, internacionales o de emigrantes. Espero pueda ayudar en el acompañamiento de algunas parejas y que no se asusten los canonistas.
Una boda se puede celebrar en media hora. Un matrimonio como comunión de vida y amor, tarda mucho en realizarse. En el latín de los canonistas, tras un coito se llama “consummatum”, es decir, consumado. Pero la unión física de decenas de coitos pouede ser compatible con la realidad de que la unión de esas dos personas siga siendo sinfonía incompleta. La unión y consumación personal es un proceso que lleva tiempo y en muchas ocasiones se interrumpe a mitad de camino, sin culpa de ninguna de ambas partes…

Dicho esto, como prólogo antropológico, vamos al grano de este post de tema pastoral.

La práctica pastoral (sobre todo, en situaciones de pluralidad, secularidad, migraciones, etc….) nos hace aprender obviamente lo que no se nos hubiera ocurrido al limitarnos a los manuales tradicionales de clase de teología moral, derecho canónico o pastoral. Por experiencia se comprueba el resultado positivo de acompañar pastoralmente a las parejas desde los primeros pasos de su convivencia de hecho estable hasta la formalización del matrimonio canónico, pasando por la ceremonia de esponsales. Son parejas que, como creyentes, desean ver bendecida su unión, aunque las circunstancias (desde la adquisición del piso hasta la consolidación del empleo, pasando por diversas situaciones familiares, laborales, académicas, etc.) no aconsejen la oportunidad de formalizar su unión.

Se puede usar en esos casos la ceremonia prevista para la misa de esponsales (en lenguaje tradicional, hoy casi en desuso, se hablaba de “petición de mano” y “toma de dichos” en los desposorios antes de la boda). La pareja lee su compromiso y lo deposita sobre el altar en el ofertorio. Tras la comunión reciben la bendición sobre el comienzo del proceso de su unión que culminará más tarde (a veces, meses después) en la celebración del matrimonio canónico. (Lo he hecho así, comprobando prácticamente los frutos y buenos resultados).

Esta práctica tiene la ventaja de que no se requiere ningún trámite burocrático, ni parroquial ni civil. Se trata de una bendición prevista litúrgicamente. La manera de llevarse a cabo la convivencia de hecho no es asunto en el que deba entrometerse quien acompaña pastoralmente respetando las decisiones en conciencia de los “cónyuges in via”. Esta práctica pastoral presupone, eso sí, algo mucho más importante:

    1. Una teología del matrimonio como proceso, que distingue entre una ceremonia de boda, que dura una hora, y la comunión de vida y amor, que tarda años en completarse.
    2. Una revisión de la moral tradicional sobre la sexualidad, que la haya superado en una moral de las relaciones, centrada en el criterio del mutuo respeto y la ayuda mutua para crecer humanamente.

Naturalmente, cuando lean esta noticia quienes estén bajo el condicionamiento estricto de las normativas canónicas, presentarán objeciones. Pero la teología moral debe ir más allá del derecho canónico; la pastoral, más allá de la teología moral; y la praxis basada en el evangelio de Jesús y el sentido común deberían facilitarnos la audacia para cambiar e innovar sin miedo.

El caso de estas parejas que, por ser creyentes, desean ver bendecida su unión, merece comprenderse y atenderse pastoralmente con flexibilidad. Son, por otra parte, una minoría, comparadas con el número de quienes, aun sin haber abandonado sus creencias, prescinden por completo de las normativas de una iglesia cuyas posturas timoratas, negativas y condenatorias les han hecho alejarse de ella.

Si no lo hacemos así, por miedo a lo que se diga desde Roma, llegaremos tarde, como en tantas otras ocasiones. Desde esa preocupación pastoral por no abandonar al pueblo creyente he redactado esta información.