Los niños, instalados aún en el ámbito de la inocencia y la pureza, son los que mejor perciben la magia salida de una varita, la velocidad de vértigo de un tren volador o las canciones rumbosas de un payaso. En esto último es especialista Topito. Ataviado con su enorme nariz roja, sus mofletes en absoluto desapercibidos y su peluca de colores, este payaso bonachón se dedicó mucho tiempo a hacer reír a niños con enfermedades terminales en un hospital madrileño. Topito siempre tuvo claro que lo suyo era ser payaso: “Desde niño me atrajo el circo. Un mundo de sueños e ilusiones, de sonrisas y del ‘más difícil todavía’. Un espacio itinerante que va dejando semillas en el corazón de grandes y chicos”.
Porque lo cierto es que, a diferencia de otros payasos que tan solo buscan hacer pasar un buen rato, las letras de las canciones de Topito tienen un trasfondo especial, un mensaje, una “semilla”: la de Cristo. Porque Topito, además de payaso, es sacerdote. Así, cuando se quita el traje de colores y deja atrás el personaje, sólo queda Juan Manuel Rodríguez Alonso, cura. “Yo nunca digo lo que soy cuando hago de payaso, pero ya me ha sucedido en varias ocasiones que tras mi actuación, algunos padres y niños ven en mí algo especial”, dice Juanma. Quien añade: “Yo siempre intento que en cada cosa que hago se note que está Cristo. Transmito los valores del Evangelio siendo payaso, hablo de Dios haciendo reír”.
Lo cierto es que el de Juanma es testimonio muy especial: “Cuando me ordené sacerdote, en ese mismo momento, sentí que necesitaba ser también payaso. Siempre fui un apasionado del circo, desde pequeño. Pero nunca pensé que haría realidad mi sueño, que no era otro que ser payaso. Fue una sensación muy fuerte. El día que me consagré a Cristo tuve claro que la mía era una doble vocación. Por ello, cuando se lo expuse a mi obispo, él fue el primero que me animó a ser cura y payaso. Entonces empecé a actuar en residencias de ancianos, en colegios… pero lo que me marcó fue mi experiencia en el hospital del Niño Jesús. Allí actué en numerosas ocasiones ante niños con enfermedades terminales. Fue increíble. Nadie imagina realmente lo que supone ver la sonrisa de alguno de estos niños. Cada vez que lo consigues, es como si te regalaran un poquito de ellos mismos”.
Juanma tuvo la oportunidad de establecer “un vínculo muy especial” con muchos que aquellos niños: “Un día, cuando como Topito les canté la canción del barquito de papel, hice como que no me la sabía. Entonces, un niño ciego me hizo con sus propias manos un barquito. Lo guardé y estará conmigo para toda la vida, como el auténtico tesoro que es. Otro caso muy especial es el de Edgar, un niño ciego con el que llegué a establecer una verdadera conexión. Siempre me interrumpía en mis canciones y me pedía que le diera un beso en la mano. Cuando lo hacía, él, con la mayor de sus sonrisas, se me abalanzaba y me daba un beso en la mejilla. Cuando él murió… fui yo mismo el que tuve que oficiar su funeral. De hecho, celebré varios funerales en el tiempo que estuve con los niños. Es una experiencia tremenda, pero gracias a mi condición de sacerdote me consuela en esos casos la fe, la alegría y la esperanza en Cristo”.
Precisamente esto, la “capacidad de sonreír y hacer reír a los demás cuando tu alma está triste”, es una de las cosas que a Topito le llenan como payaso y sacerdote. Porque para él, ambas cosas, van muy unidas. De hecho, Juanma es el Delegado Nacional de la Pastoral para Ferias y Circos. Un pastoral, cierto es, no demasiado conocida ni siquiera por los propios sacerdotes. “Cuando a la gente le cuento lo que hago, la mayoría frunce el ceño y me dice extrañada: ‘¿y eso qué es?’”, dice entre risas el delegado.
Pero Juanma no tiene ningún reparo ante los neófitos en la materia y cuenta al detalle todas sus actividades: “Nuestra principal misión es acompañar a la gente del circo y la feria. Ante todo, nuestra pastoral es de presencia. Son gentes que viven de un lado para otro, con una vida itinerante realmente difícil, que complica el echar raíces en un sitio concreto. Por eso, nos agradecen muchísimo el que estemos con ellos”. A nivel práctico, suelen estar pendientes de sus itinerarios y esperan a que se pongan en contacto con ellos. “Entonces, cuando hay chicos para ser bautizados o para hacer la Primera Comunión, o cuando hay una boda, nos llaman y nosotros nos encargamos de oficiar los sacramentos y de impartirles catequesis, siguiéndoles en su recorrido”. Otras veces son los miembros de la pastoral los que acuden a los circos y ferias para comprobar su situación.
Sin embargo, el problema principal es el de la falta de medios. Para toda España solo hay cinco delegados diocesanos, que se coordinan entre sí para seguir un mismo método de acción. Uno de ellos es Jesús Segura, que se encarga de la pastoral en Burgos. Es laico, está casado y tiene cuatro hijos. Pese a lo cual, siempre tiene tiempo para unas gentes a las que tiene mucho cariño. De hecho, es uno de los veteranos en este ámbito. Su experiencia le permite recordar muy bien cómo fueron los inicios de esta pastoral en España: “La gran pionera fue María Eugenia Alegre, una monja franciscana de las Hermanas de Montpellier, que hace unos 25 años se compró una caravana y empezó a viajar con las ferias, de ciudad en ciudad. Hasta que llegó un momento en que comprendió que tal tarea era inabordable por su propia cuenta. Y eso que no estaba sola, ya que por entonces también hacía algo similar Miguel Mendizábal, un sacerdote que también era payaso. Al final decidieron contactar con la Delegación de Migraciones, de la Conferencia Episcopal, y crear una pastoral específica articulada en delegaciones a través de las diócesis. Ya entonces, por mi relación con mucha gente del mundo de la feria, me nombraron delegado en Burgos, donde vivo”, concluye Jesús.
Él suele basar su actividad en la relación con los hijos de los feriantes. Sabedor de que sus padres han de pasar mucho tiempo fuera de casa, suele organizar campos de trabajo y campamentos con los chicos, “que así tiene un espacio en el que practicar deporte y divertirse junto a otros que están en la misma situación que ellos”, dice Jesús. Para él es muy importante la labor desarrollada en esos campamentos: “Además de jugar, también tratamos de que perciban que nuestra acción está impregnada de una serie de valores religiosos”. Y en eso también entran los padres, tratando de aunar a toda la familia. Cada año se hace una misa de difuntos y “algo que les gusta mucho a todos: organizamos una peregrinación. Ya hemos estado en Roma, Lourdes, Guadalupe, Fátima… Cada año suelen ir una 40 personas de todas las delegaciones. Ellos las viven muchísimo, con una gran devoción y alegría”, afirma orgulloso el delegado burgalés. Y de ello da fe Miguel Ángel García, con toda una vida dedicada a la feria, llevando de una lado a otro su tren del terror: “Jesús ha hecho una labor inmensa con familias como nosotros. Mis dos hijos, hoy ya mayores, pasaron gran parte de su infancia en talleres y otras actividades con Jesús. Por ello le estamos muy agradecidos”.
Para Jesús, la clave de la buena acogida entre las familias es la de la gratuidad: “Muchos de ellos empezaron a trabajar a los nueve años. Por eso les cuesta entender que nosotros dediquemos nuestro tiempo con ellos, porque queremos, sin cobrar nada a cambio. Así, aunque no proliferen las conversiones en masa, lo cierto es que aflora el respeto por una labor hecha por y para Cristo. Para ellos es un gran testimonio de lo que es la Iglesia”. Y eso se nota aún más en una gente que tiene que soportar una serie de clichés que distorsionan su imagen, hasta el punto de aparecer como marginados por gran parte de la sociedad, que no asimila su estilo de vida nómada. Juanma Rodríguez insiste en la importancia que ello conlleva: “Por eso, porque nosotros sí les tratamos como lo que son, personas, siempre nos responden con un cariño y un agradecimiento espectaculares”.
Topito, el cura payaso, tiene claro en qué se resume la filosofía de vida de los destinatarios de esta desconocida pastoral: “Reír y hacer reír, aun cuando estás triste”. Y mucho más cuando el que ríe es un niño. Porque detrás de su sonrisa, a buen seguro, está Dios…
Miguel A. Malavia
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