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lunes, 24 de noviembre de 2008

La Parroquia ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte III)

¿Hacia una renovación o una revolución del sistema?

Con la Asamblea episcopal en Aparecida, los pastores están promoviendo una renovación del sistema parroquial, pero muchos ven que es necesaria una verdadera revolución que deje fuera un esquema probadamente obsoleto y haga surgir una nueva criatura: un tipo de evangelización que contemple, en su meta final, un nuevo tipo de comunidad eclesial: Una comunidad que no esté centrada en lo estadístico, en lo de siempre, en lo que no tiene capacidad de generar cambios. La meta final no es fortalecer la institucionalidad sino priorizar lo carismático, el dinamismo vital que alimenta la vida y no solamente la mantiene.

1. Más comunidades y menos institución

La evangelización misionera que quiere despertar el documento de Aparecida debe emplear medios que no van a surgir del sistema parroquial actual y que, además, deberían desembocar en un nuevo tipo de comunidad cristiana que supere las limitaciones de una parroquia. Ya se sabe que en la parroquia no tienen cabida todos sus propios bautizados. Una pequeña comunidad cristiana tampoco, pero cientos, miles de comunidades cristianas, sí podrían catequizar, celebrar la vida en los sacramentos, solidarizar en la caridad, abrir sus puertas al diálogo con el vecindario (muchas veces indolente a la preocupación religiosa y también respecto a las tareas de la liberación (dignidad humana, mejor calidad de vida, respeto a la creación como bien de todos etc.) Miles de comunidades vivas serían la sal y la luz que pedía Jesús de Nazaret a los que creyeran en su nombre.

Evidentemente una organización eclesial así requiere un cambio absoluto en el esquema clericalista que está aún en boga. El clero actual, con su formación academicista, con su liturgia organizada desde Roma, con sus distintivos peculiares para que se note la diferencia entre ellos, los clérigos consagrados, y los que “son laicos o seglares, no más”, con su empeño por decir la última palabra en moral y costumbres, en biblia, en el diálogo inter-religioso, en cuestiones de alta teología como también en la teología popular de la gente que está domesticada para pedir respuestas en vez de buscarlas… ese clero no tiene cabida en un el nuevo esquema pastoral.


2. Las Comunidades recobran su vigor

En los numerales 193 y 194 del Documento de Aparecida hay varios elementos a destacar.

En primer lugar el reconocimiento y reafirmación “decidida” para impulsar de nuevo las CEBs . Se las reconoce como verdaderas “escuelas” para la formación seria y comprometida de los cristianos, probadas por el testimonio martirial de los asesinados y perseguidos por las fuerzas brutas de gobiernos dictatoriales, a veces hasta con cierta complicidad silenciosa de la jerarquía. De las comunidades cristianas populares en Chile surgieron hombres como el cura Juan Alsina, cuyo asesinato en un primer momento logró engañar hasta la percepción del cardenal Raúl Silva Henríquez. De las CEBs de Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina, Bolivia, Colombia, Brasil y prácticamente de todos los países de América latina surgieron los seglares (laicos y laicas), religiosas y religiosos, clérigos y diáconos, que se metieron en el santoral del pueblo a pesar de los temores y complejos de las autoridades eclesiásticas. Un caso extremo es el del arzobispo Oscar Arnulfo Romero a quien el pueblo canonizó mientras el Vaticano todavía sigue dudando de su fidelidad evangélica en la causa de su martirio.

Aparecida reconoce también en las CEBs los “espacios privilegiados” para la vivencia de la fe y de la caridad, porque están arraigadas en el corazón del mundo. Es importante este llamado a ver estas células eclesiales con capacidad misionera, precisamente porque están fuera de la estructura clásica de la parroquia que recibe pero que no envía, y si envía es para “pescar” y meter en el acuario eclesial en lugar de sembrar evangelio por el mundo y en el mundo.

Por lo demás, las comunidades cristianas abiertas a su entorno y viviendo en medio de la realidad del pueblo tiene mucha más capacidad de integrar a los empobrecidos por el sistema economicista creado para hacer crecer los bienes de los poderosos. Es un hecho que los empobrecidos y los marginados no están integrados en la institución iglesia católica: muchos de ellos son beneficiados por la práctica de la caridad y reciben ropa y alimento según el sistema de limosna. Pero es indudable que se sienten mejor en los cultos pentecostales donde se sienten personas que pueden dirigirse a Dios según su modo.

Las bases de la iglesia necesitaban este espaldarazo de parte de sus pastores precisamente porque son demasiados los mensajes ultraconservadores que buscan detener la historia: cuando el mismísimo Papa de Roma se convierte en noticia mundial por reintegrar con ciertos privilegios a los separatistas lefevrianos, cuando insta a recuperar el latín en las liturgias y a recibir la comunión de rodillas y en la boca como si los hijos de Dios fueran siervos o infantes de pecho (“ya no los llamaré siervos sino amigos…” según la palabra de Jesús se queda en el olvido), cuando se pone a añorar épocas de cristiandad oficial e imperial… las comunidades cristianas quedan desorientadas y desconcertadas. Las palabras de los obispos en Aparecida se convierten así en una esperanza de que otra iglesia es posible.


3. El redil y sus ovejas

La figura de redil, con profundos significados bíblicos, la empleó Jesús de Nazareth que era hijo de una cultura campesina. Cuando las circunstancias lo hicieron vecino de los pescadores en Galilea, empezó a ocupar imágenes de la marinería; pero su ancestro vital estaba tierra adentro, donde los campesinos plantaban viñedos, cultivaban higueras y pastoreaban ovejas.

Los vocablos de pastor, redil, ovejas, rebaños…tuvieron un significado profundo en la teología, la liturgia y la vivencia de la iglesia a través de los tiempos. Afectó a su misma entraña: su modo de entenderse a sí misma, su esencia vital. Cristo es el pastor que conduce a su rebaño, lleva sobre sus hombros a la oveja lastimada (la iconografía cristiana aprovechó así la imagen pagana de Hermes Crióforo) y para ello elige pastores que le ayudan en la misión de alimentar, cuidar, defender, proteger a las ovejas. Igualmente para separar ganado lanar de ganado caprino. Estos pastores auxiliares, por su parte, decidieron también usar el derecho adquirido por costumbre que tienen todos los pastores terrenales: retribuirse para su alimentación y su vestimenta de lo que produce el rebaño.

Pero la imagen bucólica del rebaño, con todo el bien místico que hizo a generaciones de cristianos, también ha sido un problema enorme: las ovejas son de los animales más tontos y miedosos, los rebaños actúan en tropel siguiendo ciegamente el ruido de la campanilla o aguantando sin balar los escobazos del cayado o las mordeduras de los perros. El rebaño es comparable a un pueblo, una comunidad sin personalidad propia, sin ideas, sin vigor, sin poder de decisión. Algo muy parecido a la esclavitud. Ciertamente no es esta figura la que deseó Jesús de Nazareth para sus discípulos, ni es la imagen que conviene en esta hora de llamado misionero para América latina y el Caribe.

La parroquia, precisamente, se presenta como la institución para mantener a las ovejas encerradas en el redil: allí se las adoctrina mediante la catequesis, se las alimenta por medio de los sacramentos, se las guarda de los peligros exteriores y las amenazas de los lobos a través de la organización piramidal.

La acción misionera de la iglesia no se preocupa tanto del corral sino que sale a la frontera a encontrar a las ovejas que no están en el redil, no para traerlas al encierro sino para que descubran el amor de Dios y la liberación de Jesucristo allí en donde están: en el monte, en medio de las zarzas, en las zonas empobrecidas y marginadas, en los boscajes oscuros de una sociedad violenta y egoísta, en los lugares desiertos donde habitan los demonios.


4. La parroquia en la misión continental

Después de lo dicho hasta aquí ¿tiene sentido la institución parroquial tal como la conocemos?

Habría que distinguir: la parroquia tradicional que solamente hace servicios de culto, de catequesis menor y de sacramentos no tiene mucho que hacer en esta hora del mundo. Pero la parroquia que aún atendiendo lo anterior sea capaz de crear instancias de formación para sus feligreses ciertamente que ayudaría a la misión continental anhelada por los pastores en Aparecida. Esto porque tres de los cuatro objetivos señalados por los obispos son claramente de responsabilidad parroquial. El primer objetivo es “Promover una profunda conversión personal y pastoral de todos los agentes pastorales y evangelizadores, para que, con actitud de discípulos, todos podamos recomenzar desde Cristo una vida nueva en el Espíritu”. En búsqueda de esa meta las parroquias tendrán que dejar sus rutinas para adentrarse en una espiritualidad profunda: así los cristianos ahondarán su dimensión de discípulos para ser buenos misioneros.

El segundo objetivo también está pensado en el interior de la parroquia: “Fomentar una formación kerigmática, integral y permanente que, siguiendo las orientaciones de Aparecida, impulse una espiritualidad de la acción misionera, teniendo como eje la vida plena en Jesucristo”. Este tipo de catequesis fuerte sobre los contenidos fundamentales de la fe cristiana hará que los que se han convertido en discípulos tengan también los elementos para decir y anunciar una palabra precisa. Hasta aquí la misión continental solamente está calentando motores.

El tercer objetivo es un buen deseo: “Hacer que las comunidades, organizaciones, asociaciones y movimientos eclesiales se pongan en estado de misión permanente, a fin de llegar hasta los sectores más alejados de la Iglesia y a los indiferentes y no creyentes”. Aquí ya se esboza una salida a terreno hacia las periferias, pero si no se conecta este anhelo con unas buenas líneas de acción que inspiren acciones verdaderamente nuevas, se corre el peligro de un gran fracaso. Este llamado lo hemos escuchado muchas veces en nuestras parroquias y sin embargo cada vez constatamos que los convertidos y los discípulos de Jesús de Nazareth son cada vez menos, en el contexto de la explosión demográfica. Se dirá que no es cuestión de números sino de calidad; pero este es otro tema que daría para una reflexión muy extensa. Tenemos las matemáticas demasiado metidas en los recovecos de la mente y del corazón como para superar el trauma de los números. Si las misiones tradicionales de antes del Vaticano II consideraban su éxito o su fracaso por el número de bautizos, confesiones y comuniones (las congregaciones misioneras tenían libros expresamente dedicados a esa contabilidad), no lo hace mejor la mismísima curia romana contando cada año en su anuario el crecimiento numérico de sus bautizados.

Finalmente, el último objetivo del Proyecto de Misión continental da oportunidad abierta para un nuevo tipo de evangelización. Dice: “Destacar en todo momento que la Vida plena en Cristo es una actitud y un servicio que se ofrece a la sociedad y a las personas que la componen para que puedan crecer y superar sus dolores y conflictos con un profundo sentido de humanidad”. Aquí hay elementos que habrá que trabajar con imaginación y espíritu de libertad. Cuando se habla de “vida plena” habrá que entenderla como “integral” según la mente de Evangelio Nuntiandi; cuando se dice que debe ser actitud y servicio ofrecido a las personas y a la sociedad, habrá que entender que vamos a dialogar y no a imponer, a respetar y no a condenar, a abrazar y no a marginar. Y cuando señala que se trata de ayudar a superar los dolores y conflictos con un fuerte sentido de humanidad, nos está llamando a una evangelización que tiene en cuenta más la tierra, la sociedad, la materia, el espacio donde mujeres y varones viven, sobreviven, cantan y lloran, sueñan y pecan.

No es que dejemos de lado el cielo y la vida eterna. Pero eso se lo dejamos a Dios, y tengo para mí que ese problema Él ya lo tiene solucionado.

La Parroquia ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte II)

1. Un esquema rural trasladado a las urbes.

La parroquia aceptada ya sin discusión alguna durante siglos como una institución de cristiandad queda privada en su modo y fondo para convertirse en una instancia misionera. En ella todo es institucionalizado. Fue una respuesta para el mundo rural de antaño: un mundo de familia y vecindario, un ambiente tradicional donde la fe se trasmitía por inercia, un esquema ya hecho receloso de novedades, una estructura piramidal en la que el pueblo recibía todos los elementos para su salvación en esta vida y para la otra: doctrina, sacramentos, consejos, mandamientos, estilos de vida, patrones de conducta.

Al pasar la sociedad de su época rural al mundo de la ciudad, se trajo el esquema parroquial que se suponía seguiría funcionando. En efecto, continuó su vida propia pero cada vez más reducida en su respuesta, cada vez más limitada en su alcance: se le fueron los jóvenes, los obreros, los matrimonios, los profesionales, los conductores sociales, los artesanos y los artistas. La parroquia se fue envejeciendo y “afeminando” en el sentido de estar conformada prioritariamente por mujeres, las que siempre han sido más fieles que los varones para cumplir sus compromisos.

Muchos calman sus conciencias al ver parroquias bullentes de integrantes. ¿Representará eso un diez por ciento del pueblo territorial? O sea, de cada cien habitantes, diez podrían estar vinculados a las estructuras parroquiales y 90 se quedan fuera, no solamente sin ser atendidos sino absolutamente desconectados de ellas.
Las posibilidades pastorales de la parroquia quedan limitadas a la recepción de los que ya están, a los que les satisface algunas necesidades religiosas. En eso cumple su finalidad: para eso está. Lo que no se le puede pedir es que sea una plataforma de misión porque eso necesita otros fundamentos.

El autor que hemos citados ya un par de veces señala: “La parroquia es parcela de la diócesis, con funciones sacramentales y administrativas y con el fin de ejercer un cierto control religioso. Víctima de su carácter geográfico y ajena a los ambientes sociales, la parroquia se inmoviliza y confunde con el exterior. El edificio, la casa parroquial o la oficina administrativa. Reducida a un ghetto sacral y administrativo, se convierte en un inmueble en el que se imparten ciertos servicios de una demanda religiosa tradicional. Es ajena al mundo y a la sociedad, posee capacidad para el diálogo, no transforma los valores, mantiene una fe sociológica inmadura y repite, sin creatividad, ritos culturales”.


2. La parroquia y sus rostros.

La parroquia es una comunidad humana; pero también es una estructura, unos servicios, una organización y unos espacios.

Como comunidad quiere estar abierta a todos los estratos sociales, pero de hecho no llega a lo que se conoce como el proletariado: el pueblo de los quintiles preocupantes para las estadísticas de los gobiernos y vergonzosos para la cultura llamada occidental-cristiana. Ya es conocida la frase de que los pobres van a las parroquias a pedir ayuda y para hacer oración van a los cultos pentecostales. La comunidad parroquial no tiene espacios para los pobres aparte de sus servicios de ayuda social que salvan situaciones inmediatas pero no capacitan para mejorar la calidad de vida.

Como estructura física, la parroquia es la cara visible de la comunidad católica en un territorio. Identifica a la comunidad. Donde se levanta la torre con la cruz se sabe que hay una parroquia o una capilla dependiente de la parroquia. Poco a poco han ido apareciendo, particularmente en las barriadas populares, otro tipo de estructura física más de acuerdo al medio social donde se inserta. Pero la identidad más visible la da la gran estructura. Los esforzados y sacrificados personeros que levantaron templos con la mentalidad de cristiandad a la que fueron fieles, nunca imaginaron el cúmulo de problemas que iban a dejar en herencia a las generaciones futuras: espacios enormes y vacíos, usados solamente un par de horas a la semana, de altísimo costo de manutención, en constantes reparaciones, cargados de simbolismo pero que no reflejan vida, sacralizados para acoger a gente de fe que al mismo tiempo posee un respeto rayano en el temor: en esos templos se habla en voz baja, apenas hay saludos, los reunidos se ubican como en los teatros en donde la gente mira un escenario y al final, en vez de aplaudir como en el teatro, solamente dice amén.

Los servicios que da una parroquia son múltiples. La celebración del culto, la catequesis, la atención de grupos de piedad, de caridad y de liturgia, también de grupos juveniles, de matrimonios y de tercera edad. También de algunos movimientos religiosos de todo tipo. Atiende la sacramentación. La secretaría parroquial entrega información, documentos, responde interrogantes y ayuda social o deriva a las áreas correspondientes las peticiones de diverso género. Pero todo es para el que llega. La parroquia no sale a buscar. No sale a invitar. Tiene su pueblo propio y con eso le basta. Por eso cuando se le ha querido pedir como servicio que también se abra a la dimensión misionera, no sabe hacerla o le despierta un entusiasmo pasajero limitado a algún grupo. Desde las ventanas de la parroquia se pueden ver a los pentecostales golpeando puerta a puerta, saludando, entregando volantes y revistas, ofreciendo soluciones casi mágicas al mismo tiempo que la Biblia, dialogando con paciencia o discutiendo desde una cerrazón fundamentalista que no admite ni lógica ni análisis, promoviendo audiciones radiales. Pero ahí están. Y las estadísticas señalan que sus grupos se van nutriendo cada año con la deserción del pueblo católico o la integración de los que estaban a la deriva pastoral de la iglesia.

La parroquia es también una organización. Y en esa organización el párroco es el personaje principal, el protagonista absoluto. Cuando el Vaticano II y posteriormente las asambleas episcopales de Puebla y Medellín abrieron las puertas al diaconado permanente, algunos ingenuos pensaron que el esquema cambiaría. No fue así: los diáconos tomaron la forma de unos curas pequeños y han quedado desempeñando funciones de suplencia, demasiados arrimados al altar y alejados de las mesas donde estaba su servicio para que se hiciera justicia a los marginados del pan, según expresa el libro de los Hechos.

La organización parroquial ha sido casi siempre una pirámide en cuya cúspide el señor cura es el señor y el hacedor de todo. La parroquia es una entidad dominada por el clero. El clero tiene una aureola sacral que además posee la representación de la jerarquía; entonces reúne en sí el sacerdocio y la realeza. Le falta el profetismo, pero se las arregla para conseguir el título de algún modo.

Finalmente la parroquia también son unos espacios geográficos. En teoría no existe alma viviente que no esté integrado a una parroquia, sea o no sea cristiano: Se ha dividido el planeta tierra en continentes, cada continente tiene países, cada país tiene estados o provincias o regiones y cada una de ellas tiene municipios y comunas. Y cada comuna, ayuntamiento o municipio cuenta con parroquias. Nace una criatura en el centro de Buenos Aires y ya queda dentro de unos límites parroquiales bien definidos. Nace otra criatura en Krosnoyark y ya queda dentro de los límites de la descomunal parroquia de Siberia, cuyos límites llegan hasta el mismísimo Polo Norte.
Pero esto mismo indica que la división parroquial en base a la geografía es una hechura rural que no se condice con las ciudades de hoy. Las metrópolis, las megápolis, también las ciudades todavía en dimensión humana y hasta las ciudades-aldeas del mundo moderno, tienen un trasvasije fenomenal y constante que supera cualquier límite urbano. Se vive en una parte de la ciudad pero se trabaja, se estudia, se divierte, se compra, se pasea, en otras muy diversas. Los medios de locomoción cruzan cien parroquias en su recorrido llevando gentes que ya no pertenecen a un solo lugar. Cuando a mitad del 1800 los ojos asustados de la población europea empezó a mirar esos monstruos humeantes que llamaban ferrocarriles, ahí mismo se murió para siempre el sistema parroquial basado en la geografía.

Sin embargo ha sido un problema pastoral: el clero alimentó celos infantiles: los territorios de cada cual. La feligresía de cada uno. Asistir como testigo oficial de la iglesia al matrimonio de unos novios en una parroquia que no era la propia, invalidaba el casamiento si no había autorización escrita y firmada por el párroco del lugar del templo. Los novios que deseaban casarse en un templo fuera de su parroquia tenían que pedir el permiso y cancelar “derechos” en dos partes: en la parroquia que daba la autorización y en aquella que iba a ser la sede de la liturgia. Muchas personas encontraban una respuesta que no entendían cuando iba a solicitar la Unción de su enfermo o la visita del cura: no se podía, porque era de otra parroquia.

De todos modos no se debe culpar al Canon 518de toda esta situación. Hay argumentos para favorecer el sistema geográfico parroquial (la inscripción de los bautizados, el sentido de pertenencia, la existencia de cementerios parroquiales…y poco más). Pero en un mundo globalizado, con los medios que la tecnología pone en manos de las instituciones, las comunidades de hecho más que de derecho, los antiguos problemas del territorio parroquial deberían estar en vías de superación.

3. Una pregunta sin respuesta.

La primacía que se ha dado el clero a sí mismo en una institución tan extraña como es la iglesia católica ha venido a ser uno de los problemas graves del sistema parroquial. Digo una institución tan extraña, sin voz de crítica despiadada ni tampoco con sentido peyorativo. Es que simplemente es así: la iglesia es definida como una realidad divina y humana, como presente en este mundo pero ciudadana del otro, es llamada cuerpo de Cristo pero también su esposa, que es jerárquica pero también se define como pueblo o asamblea…En la liturgia se le llama “la Jerusalén de arriba” pero en la realidad tiene su sede en Roma.

En esta institución el clero se ha ubicado en el lugar que pretendían los apóstoles Hijos del Trueno, Santiago y Juan, a los que Jesús tuvo que aclararles que no sabían lo que querían.

Al haber acaparado las llaves de la Biblia, de los sacramentos, de la organización comunitaria, de la presidencia de las asambleas, de las administraciones contables, de las bendiciones, de los derechos de pastoreo, de la representación parroquial, el clero se reservó prácticamente todo. Durante el tiempo de abundancia vocacional el problema no se notaba y la comunidad cristiana entró pacíficamente en el sistema, tan parecido a lo que sucedía en la vida ordinaria: los pueblos rurales tenían dueños y patrones. El crecimiento de las ciudades fue cambiando el panorama. La población creció, la conciencia democrática se socializó y las vocaciones clericales no solamente se estancaron sino que disminuyeron.

Entonces la brecha se hace cada día más grande. Y nadie sabe cómo se va a resolver el problema: las comunidades crecen, las comunidades se centran y viven su fe por y en la eucaristía, sin ella se ha dicho que no hay comunidad ni vida cristiana posible…y el clero mantiene bajo su dominio exclusivo la celebración eucarística. ¡Y su número es cada vez menor!

Sin duda que la situación de escasez vocacional es una llamada del Espíritu a cambiar mentalidades y esquemas, y en ese sentido será beneficiosa para el pueblo cristiano. Los animadores naturales reconocidos por sus comunidades cristianas, los presbíteros que no pueden ejercer por “haber atentado matrimonio” (porque los sacramentos, vida de la iglesia, son siete para todo el mundo, pero para el clero y las mujeres son solamente seis), las mujeres (no solamente las religiosas como si ellas fueran de otro nivel de dignidad cristiana), están ahí afuera esperando que alguna vez se abra la puerta para poder entrar y ocupar el lugar que les corresponde en la familia de los hijos de Dios.


4. Los modelos de parroquia.

Con el paso del tiempo y ciertas innovaciones se han ido diseñando ciertos modelos de parroquia que hoy subsisten.

Desde luego está la clásica parroquia típica de antes del Vaticano II. En ella existe un clero autoritario y conservador , un pueblo sumiso que cumple reglamentos para llegar al cielo, un culto lleno de humos y oraciones largas, una moral severa y condenatoria, un monólogo recitado desde el altar y que no invita a ningún compromiso social, aunque muchas veces tiene organizada la caridad hacia los pobres que reciben cosas pero no pueden orar con la gran comunidad.

Está también la llamada parroquia renovada: es la misma anterior pero con ciertas cosméticas que la hacen aparecer distinta. La predicación contempla elementos más pedagógicos pero retiene el mismo sermón moralista y doctrinario. Más que comunidad parroquial existen en ella asociaciones piadosas clásicas y la liturgia tiene alguna renovación: entre los acólitos hay “acólitas” y eso que las niñas estén ya cerca del altar es un avance. Tiene generalmente consejo parroquial, pero es difícil la renovación de sus integrantes: los responsables se eternizan y creen que nadie puede hacerlo mejor que ellos. El párroco piensa lo mismo de sí.

Un tercer tipo de parroquia busca una celebración litúrgica más festiva, prioriza la familiaridad por sobre la solemnidad en las asambleas de culto, la catequesis es llevada por las mismas familias, se buscan caminos de servicio social, se leda importancia a la formación bíblica, el párroco comparte responsabilidades con los seglares.

Y está surgiendo un nuevo tipo de parroquia donde el servicio de la Palabra es más evangelizador, organiza la formación cristiana mediante etapas de iniciación y de catecumenado, la predicación es más aterrizada y dialogada con la comunidad, la teología de la liberación tiene un reconocimiento en cuanto habla de las cosas de la fe partiendo de las realidades y necesidades terrenales. En este tipo de parroquias la liturgia se va creando según los momentos que vive la comunidad, sin preocuparse mucho de lo que van a opinar los monseñores de las Curias o de Roma que hacen los libretos de la liturgia universal. Quizá no tenga misa cada día pero tiene caridad para con todos. Se procura formar comunidades cristianas, se entregan responsabilidades, la mujer es reconocida, el consejo parroquial tiene importancia, el clero que la atiende vive entre los vecinos. La parroquia no se mira tanto a sí misma sino que mira el barrio, el entorno, la realidad en la que está inserta.

Este tipo de parroquia podría tener un perfil misionero en la medida que sea invitación a los que no conocen a cristo y el evangelio se sientan motivados a conectarse con algo interesante para sus vidas.

Fuente: Comunidad virtual

La Parroquia: ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte I)

(Contribuido por Agustín Cabré R., cmf para comunidadvirtual.net)

Casi toda la pastoral de la iglesia católica está sostenida por el sistema parroquial, un sistema a todas luces obsoleto. Cuando los obispos en el Concilio de Trento, allá por el siglo XVI, prohibieron que existieran parroquias con más de mil personas, estaban mucho más certeros que los monseñores de hoy que se empeñan en sostener un esquema ampliamente superado por la realidad.

Porque ¿qué es una parroquia?

1. Las definiciones.

Según el diccionario de la Real Academia Española es "la iglesia en la que se administran los sacramentos y se atiende espiritualmente a los fieles de una feligresía. En una segunda acepción es el conjunto de feligreses y también el territorio que está bajo la jurisdicción espiritual de un cura de almas.

Según el Derecho canónico se trata de "una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco como su pastor propio" (C.515). Pero es el Canon 518 el que demuestra mayor complejidad: "La parroquia ha de ser territorial, es decir, ha de comprender a todos los fieles de un determinado territorio…"

Por su parte el Catecismo de Juan Pablo II señala que la parroquia "es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo, practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas". Finalmente el Documento de Aparecida si bien reconoce cierta crisis del sistema, se limita a hacer un llamado a la renovación parroquial para que sea "lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial". Para ello pide "reformular sus estructuras para que sea una red de comunidades y grupos capaces de articularse" buscando que "nuestras parroquias se vuelvan misioneras". Pero no se hace en ese Documento una alusión concreta y seria a la raíz del problema: las parroquias como organización nuclear de la pastoral han sido superadas por el crecimiento casi explosivo de la población.

2. El vocablo.

"Parroquia" es vocablo desprendido de un verbo griego que significa habitar en la vecindad. El parroquiano es un vecino, aunque en la versión llamada de los Setenta se le da el significado de extranjeros a los parroquianos; quizá se haya explicado así ya que en el Antiguo Testamento cuando se habla de la "paroikia" se refiere al pueblo israelita que vive en el extranjero. Cuando en el siglo IV se empiezan a fijar ciertos límites territoriales, se habla de diócesis para el territorio confiado a un obispo y de parroquia cuando es confiado a un presbítero. Hay bastante confusión entre esos términos hasta mediados del siglo XIII.

3. La historia.

Las comunidades cristianas de los primeros 300 años adherían a la fe mediante decisión personal: frente a Jesús de Nazaret, involucraban su vida entera testimoniando que el crucificado por el imperio y las cúpulas religiosas y sociales del judaísmo, era el resucitado que¡ ellas y ellos consideraban El Viviente: aquel en quien Dios había pasado visiblemente por el camino de los seres humanos. Las comunidades de fe y de caridad no conocían divisiones¡ parroquiales, pero eran grupos de creyentes que sí vivían en territorios definidos aunque dispersos. Cuando las autoridades de la iglesia se convirtieron a Constantino (aunque la historia oficial presenta el hecho al revés: que Constantino se convirtió a la fe cristiana) las cosas empezaron a cambiar rápidamente. La pertenencia a la comunidad no será ya decisión personal sino herencia de nacimiento. Esto sin duda apagó el dinamismo misionero. Los lugares cultuales y comunitarios se convierten en templos y basílicas; la casa de la comunidad fraterna se queda en casa habitada por el Señor. El tabernáculo suple a la mesa para bendecir, consagrar y compartir el pan de cada día.

La división en territorios parroquiales se convirtió en una necesidad para organizar la nueva situación: los pastores que al comienzo eran elegidos por la comunidad y hasta quedaban confiados a "la suerte" para ser nominados, pasaron a ser dependientes del nombramiento de un superior: el obispo, el señor feudal, el príncipe, el patrón del territorio. Ellos eran los que establecían "el beneficio" y lo asignaban a determinados curas. El pueblo fue quedando marginado y todo quedó centrados en el poder presbiteral o sacerdotal. Para entonces la palabra sacerdote ya había sido teñida en los modos, las formas y el fondo, por el sacerdocio judío: precisamente el rechazado por Jesús y el que lo llevara al patíbulo. El otro esquema sacerdotal, el del vidente trashumante, libre de condicionamientos históricos, conductor del pueblo, que posee solamente panes y vino, y que es señalado por el Apóstol como el verdadero sacerdocio de Jesucristo, el de Melquisedec, quedó en el absoluto olvido.

Y lógicamente sin libertad empezaron a aparecer los mandamientos: cumplimientos anuales de sacramentos so pena de pecado mortal, bautismo de infantes, funerales en "tierra sagrada", obligación de misa dominical, condena de herejías.

J. Luis Calderón, en la revista "Fraternidad Sacerdotal Nº 20, señala que "el problema de fondo era la concepción territorial y beneficial de la parroquia que basa en un concepto canónico de pastoral, sin dinamismo misionero, con sello beneficial en lugar de servicial, en la que prevalecen las asociaciones piadosas, más que la asamblea cristiana, y en autonomía de una pastoral de conjunto diocesano". El Código de Derecho Canónico de 1917 le puso la firma a ese modelo.

4. La rutina parroquial.

No se puede negar que la institución "parroquia" ha sido por siglos el centro de referencia y de identidad de los bautizados en la iglesia católica. Los canonistas le fueron poniendo, con el correr de los años, una serie de codificaciones para asegurar el cumplimiento de mandamientos eclesiásticos, facilitar la sacramentación, enseñar el catecismo, celebrar el culto, vigilar la moral ciudadana y hacer ingresar en los archivos a cuanto bautizado, confirmado, "matrimoniado" y fallecido había en el vecindario. Los Libros parroquiales han sido en muchas partes los únicos y seguros datos oficiales antes que el Estado organizara sus propios registros civiles.

Pero descuidó la parroquia, en la mayoría de los lugares, ser una verdadera comunidad cristiana más allá de de un conglomerado de creyentes. Se han hecho esfuerzos por superar esa situación; pero ninguno de ellos promueve una nueva visión de las cosas que tenga en cuenta la realidad: el desborde abrumador del vecindario que dejó a la organización parroquial disminuida y enana en su propio entorno, la casi nula formación para enfrentar la nueva cultura que dejaba a la parroquia aislada en la predicación de sus moralismos, la adicción casi enfermiza a lo cultual y devocional que dejó a la parroquia preocupada de lo accidental en desmedro del fondo de la cuestión: ser educadora de la fe, formadora de personas y promotora del desarrollo.

5. La búsqueda de caminos.

Hacia 1925 los alemanes empezaron a dar realce a la parroquia como una comunidad litúrgica. Veinte años después, los franceses empezaron a promover la parroquia misionera. El autor citado, J. Luis Calderón, recuerda las palabras de Congar en 1948: "La Iglesia no es reductible a la sola parroquia y no debe haber incompatibilidad entre parroquia y misión.La falla más importante ha sido el desconocer la importancia de la ciudad. Para que la misión sea eficaz, debe proceder por ambientes, dentro de un marco urbano completo.

Entonces entran en el escenario los estadounidenses con sus programas de parroquia como una comunidad de sustitución: intenta crear una atmósfera sana en los diferentes ambientes: la parroquia ofrece lo mismo que un Centro social con el añadido de la liturgia y los sacramentos. Levanta escuelas parroquiales, salones propios para la recreación, centros para atender la salud en sus servicios primarios. El párroco es el alma de todo. Es el dueño del verdadero supermercado de tipo religioso.

Hacia 1960, Congar, Arnold, Kung, unos cuantos teólogos pastoralistas visionarios empezaron a hablar de la pastoral de conjunto. En eso estaban cuando el buen Juan XXIII abrió puertas y ventanas para que entrara aire fresco en la institución que tenía ya el polvo de casi dos mil años.

Fuente: Koinonia