Casi toda la pastoral de la iglesia católica está sostenida por el sistema parroquial, un sistema a todas luces obsoleto. Cuando los obispos en el Concilio de Trento, allá por el siglo XVI, prohibieron que existieran parroquias con más de mil personas, estaban mucho más certeros que los monseñores de hoy que se empeñan en sostener un esquema ampliamente superado por la realidad.
Porque ¿qué es una parroquia?
1. Las definiciones.
Según el diccionario de la Real Academia Española es "la iglesia en la que se administran los sacramentos y se atiende espiritualmente a los fieles de una feligresía. En una segunda acepción es el conjunto de feligreses y también el territorio que está bajo la jurisdicción espiritual de un cura de almas.
Según el Derecho canónico se trata de "una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco como su pastor propio" (C.515). Pero es el Canon 518 el que demuestra mayor complejidad: "La parroquia ha de ser territorial, es decir, ha de comprender a todos los fieles de un determinado territorio…"
Por su parte el Catecismo de Juan Pablo II señala que la parroquia "es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo, practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas". Finalmente el Documento de Aparecida si bien reconoce cierta crisis del sistema, se limita a hacer un llamado a la renovación parroquial para que sea "lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial". Para ello pide "reformular sus estructuras para que sea una red de comunidades y grupos capaces de articularse" buscando que "nuestras parroquias se vuelvan misioneras". Pero no se hace en ese Documento una alusión concreta y seria a la raíz del problema: las parroquias como organización nuclear de la pastoral han sido superadas por el crecimiento casi explosivo de la población.
2. El vocablo.
"Parroquia" es vocablo desprendido de un verbo griego que significa habitar en la vecindad. El parroquiano es un vecino, aunque en la versión llamada de los Setenta se le da el significado de extranjeros a los parroquianos; quizá se haya explicado así ya que en el Antiguo Testamento cuando se habla de la "paroikia" se refiere al pueblo israelita que vive en el extranjero. Cuando en el siglo IV se empiezan a fijar ciertos límites territoriales, se habla de diócesis para el territorio confiado a un obispo y de parroquia cuando es confiado a un presbítero. Hay bastante confusión entre esos términos hasta mediados del siglo XIII.
3. La historia.
Las comunidades cristianas de los primeros 300 años adherían a la fe mediante decisión personal: frente a Jesús de Nazaret, involucraban su vida entera testimoniando que el crucificado por el imperio y las cúpulas religiosas y sociales del judaísmo, era el resucitado que¡ ellas y ellos consideraban El Viviente: aquel en quien Dios había pasado visiblemente por el camino de los seres humanos. Las comunidades de fe y de caridad no conocían divisiones¡ parroquiales, pero eran grupos de creyentes que sí vivían en territorios definidos aunque dispersos. Cuando las autoridades de la iglesia se convirtieron a Constantino (aunque la historia oficial presenta el hecho al revés: que Constantino se convirtió a la fe cristiana) las cosas empezaron a cambiar rápidamente. La pertenencia a la comunidad no será ya decisión personal sino herencia de nacimiento. Esto sin duda apagó el dinamismo misionero. Los lugares cultuales y comunitarios se convierten en templos y basílicas; la casa de la comunidad fraterna se queda en casa habitada por el Señor. El tabernáculo suple a la mesa para bendecir, consagrar y compartir el pan de cada día.
La división en territorios parroquiales se convirtió en una necesidad para organizar la nueva situación: los pastores que al comienzo eran elegidos por la comunidad y hasta quedaban confiados a "la suerte" para ser nominados, pasaron a ser dependientes del nombramiento de un superior: el obispo, el señor feudal, el príncipe, el patrón del territorio. Ellos eran los que establecían "el beneficio" y lo asignaban a determinados curas. El pueblo fue quedando marginado y todo quedó centrados en el poder presbiteral o sacerdotal. Para entonces la palabra sacerdote ya había sido teñida en los modos, las formas y el fondo, por el sacerdocio judío: precisamente el rechazado por Jesús y el que lo llevara al patíbulo. El otro esquema sacerdotal, el del vidente trashumante, libre de condicionamientos históricos, conductor del pueblo, que posee solamente panes y vino, y que es señalado por el Apóstol como el verdadero sacerdocio de Jesucristo, el de Melquisedec, quedó en el absoluto olvido.
Y lógicamente sin libertad empezaron a aparecer los mandamientos: cumplimientos anuales de sacramentos so pena de pecado mortal, bautismo de infantes, funerales en "tierra sagrada", obligación de misa dominical, condena de herejías.
J. Luis Calderón, en la revista "Fraternidad Sacerdotal Nº 20, señala que "el problema de fondo era la concepción territorial y beneficial de la parroquia que basa en un concepto canónico de pastoral, sin dinamismo misionero, con sello beneficial en lugar de servicial, en la que prevalecen las asociaciones piadosas, más que la asamblea cristiana, y en autonomía de una pastoral de conjunto diocesano". El Código de Derecho Canónico de 1917 le puso la firma a ese modelo.
4. La rutina parroquial.
No se puede negar que la institución "parroquia" ha sido por siglos el centro de referencia y de identidad de los bautizados en la iglesia católica. Los canonistas le fueron poniendo, con el correr de los años, una serie de codificaciones para asegurar el cumplimiento de mandamientos eclesiásticos, facilitar la sacramentación, enseñar el catecismo, celebrar el culto, vigilar la moral ciudadana y hacer ingresar en los archivos a cuanto bautizado, confirmado, "matrimoniado" y fallecido había en el vecindario. Los Libros parroquiales han sido en muchas partes los únicos y seguros datos oficiales antes que el Estado organizara sus propios registros civiles.
Pero descuidó la parroquia, en la mayoría de los lugares, ser una verdadera comunidad cristiana más allá de de un conglomerado de creyentes. Se han hecho esfuerzos por superar esa situación; pero ninguno de ellos promueve una nueva visión de las cosas que tenga en cuenta la realidad: el desborde abrumador del vecindario que dejó a la organización parroquial disminuida y enana en su propio entorno, la casi nula formación para enfrentar la nueva cultura que dejaba a la parroquia aislada en la predicación de sus moralismos, la adicción casi enfermiza a lo cultual y devocional que dejó a la parroquia preocupada de lo accidental en desmedro del fondo de la cuestión: ser educadora de la fe, formadora de personas y promotora del desarrollo.
5. La búsqueda de caminos.
Hacia 1925 los alemanes empezaron a dar realce a la parroquia como una comunidad litúrgica. Veinte años después, los franceses empezaron a promover la parroquia misionera. El autor citado, J. Luis Calderón, recuerda las palabras de Congar en 1948: "La Iglesia no es reductible a la sola parroquia y no debe haber incompatibilidad entre parroquia y misión.La falla más importante ha sido el desconocer la importancia de la ciudad. Para que la misión sea eficaz, debe proceder por ambientes, dentro de un marco urbano completo.
Entonces entran en el escenario los estadounidenses con sus programas de parroquia como una comunidad de sustitución: intenta crear una atmósfera sana en los diferentes ambientes: la parroquia ofrece lo mismo que un Centro social con el añadido de la liturgia y los sacramentos. Levanta escuelas parroquiales, salones propios para la recreación, centros para atender la salud en sus servicios primarios. El párroco es el alma de todo. Es el dueño del verdadero supermercado de tipo religioso.
Hacia 1960, Congar, Arnold, Kung, unos cuantos teólogos pastoralistas visionarios empezaron a hablar de la pastoral de conjunto. En eso estaban cuando el buen Juan XXIII abrió puertas y ventanas para que entrara aire fresco en la institución que tenía ya el polvo de casi dos mil años.
Fuente: Koinonia
Porque ¿qué es una parroquia?
1. Las definiciones.
Según el diccionario de la Real Academia Española es "la iglesia en la que se administran los sacramentos y se atiende espiritualmente a los fieles de una feligresía. En una segunda acepción es el conjunto de feligreses y también el territorio que está bajo la jurisdicción espiritual de un cura de almas.
Según el Derecho canónico se trata de "una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco como su pastor propio" (C.515). Pero es el Canon 518 el que demuestra mayor complejidad: "La parroquia ha de ser territorial, es decir, ha de comprender a todos los fieles de un determinado territorio…"
Por su parte el Catecismo de Juan Pablo II señala que la parroquia "es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo, practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas". Finalmente el Documento de Aparecida si bien reconoce cierta crisis del sistema, se limita a hacer un llamado a la renovación parroquial para que sea "lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial". Para ello pide "reformular sus estructuras para que sea una red de comunidades y grupos capaces de articularse" buscando que "nuestras parroquias se vuelvan misioneras". Pero no se hace en ese Documento una alusión concreta y seria a la raíz del problema: las parroquias como organización nuclear de la pastoral han sido superadas por el crecimiento casi explosivo de la población.
2. El vocablo.
"Parroquia" es vocablo desprendido de un verbo griego que significa habitar en la vecindad. El parroquiano es un vecino, aunque en la versión llamada de los Setenta se le da el significado de extranjeros a los parroquianos; quizá se haya explicado así ya que en el Antiguo Testamento cuando se habla de la "paroikia" se refiere al pueblo israelita que vive en el extranjero. Cuando en el siglo IV se empiezan a fijar ciertos límites territoriales, se habla de diócesis para el territorio confiado a un obispo y de parroquia cuando es confiado a un presbítero. Hay bastante confusión entre esos términos hasta mediados del siglo XIII.
3. La historia.
Las comunidades cristianas de los primeros 300 años adherían a la fe mediante decisión personal: frente a Jesús de Nazaret, involucraban su vida entera testimoniando que el crucificado por el imperio y las cúpulas religiosas y sociales del judaísmo, era el resucitado que¡ ellas y ellos consideraban El Viviente: aquel en quien Dios había pasado visiblemente por el camino de los seres humanos. Las comunidades de fe y de caridad no conocían divisiones¡ parroquiales, pero eran grupos de creyentes que sí vivían en territorios definidos aunque dispersos. Cuando las autoridades de la iglesia se convirtieron a Constantino (aunque la historia oficial presenta el hecho al revés: que Constantino se convirtió a la fe cristiana) las cosas empezaron a cambiar rápidamente. La pertenencia a la comunidad no será ya decisión personal sino herencia de nacimiento. Esto sin duda apagó el dinamismo misionero. Los lugares cultuales y comunitarios se convierten en templos y basílicas; la casa de la comunidad fraterna se queda en casa habitada por el Señor. El tabernáculo suple a la mesa para bendecir, consagrar y compartir el pan de cada día.
La división en territorios parroquiales se convirtió en una necesidad para organizar la nueva situación: los pastores que al comienzo eran elegidos por la comunidad y hasta quedaban confiados a "la suerte" para ser nominados, pasaron a ser dependientes del nombramiento de un superior: el obispo, el señor feudal, el príncipe, el patrón del territorio. Ellos eran los que establecían "el beneficio" y lo asignaban a determinados curas. El pueblo fue quedando marginado y todo quedó centrados en el poder presbiteral o sacerdotal. Para entonces la palabra sacerdote ya había sido teñida en los modos, las formas y el fondo, por el sacerdocio judío: precisamente el rechazado por Jesús y el que lo llevara al patíbulo. El otro esquema sacerdotal, el del vidente trashumante, libre de condicionamientos históricos, conductor del pueblo, que posee solamente panes y vino, y que es señalado por el Apóstol como el verdadero sacerdocio de Jesucristo, el de Melquisedec, quedó en el absoluto olvido.
Y lógicamente sin libertad empezaron a aparecer los mandamientos: cumplimientos anuales de sacramentos so pena de pecado mortal, bautismo de infantes, funerales en "tierra sagrada", obligación de misa dominical, condena de herejías.
J. Luis Calderón, en la revista "Fraternidad Sacerdotal Nº 20, señala que "el problema de fondo era la concepción territorial y beneficial de la parroquia que basa en un concepto canónico de pastoral, sin dinamismo misionero, con sello beneficial en lugar de servicial, en la que prevalecen las asociaciones piadosas, más que la asamblea cristiana, y en autonomía de una pastoral de conjunto diocesano". El Código de Derecho Canónico de 1917 le puso la firma a ese modelo.
4. La rutina parroquial.
No se puede negar que la institución "parroquia" ha sido por siglos el centro de referencia y de identidad de los bautizados en la iglesia católica. Los canonistas le fueron poniendo, con el correr de los años, una serie de codificaciones para asegurar el cumplimiento de mandamientos eclesiásticos, facilitar la sacramentación, enseñar el catecismo, celebrar el culto, vigilar la moral ciudadana y hacer ingresar en los archivos a cuanto bautizado, confirmado, "matrimoniado" y fallecido había en el vecindario. Los Libros parroquiales han sido en muchas partes los únicos y seguros datos oficiales antes que el Estado organizara sus propios registros civiles.
Pero descuidó la parroquia, en la mayoría de los lugares, ser una verdadera comunidad cristiana más allá de de un conglomerado de creyentes. Se han hecho esfuerzos por superar esa situación; pero ninguno de ellos promueve una nueva visión de las cosas que tenga en cuenta la realidad: el desborde abrumador del vecindario que dejó a la organización parroquial disminuida y enana en su propio entorno, la casi nula formación para enfrentar la nueva cultura que dejaba a la parroquia aislada en la predicación de sus moralismos, la adicción casi enfermiza a lo cultual y devocional que dejó a la parroquia preocupada de lo accidental en desmedro del fondo de la cuestión: ser educadora de la fe, formadora de personas y promotora del desarrollo.
5. La búsqueda de caminos.
Hacia 1925 los alemanes empezaron a dar realce a la parroquia como una comunidad litúrgica. Veinte años después, los franceses empezaron a promover la parroquia misionera. El autor citado, J. Luis Calderón, recuerda las palabras de Congar en 1948: "La Iglesia no es reductible a la sola parroquia y no debe haber incompatibilidad entre parroquia y misión.La falla más importante ha sido el desconocer la importancia de la ciudad. Para que la misión sea eficaz, debe proceder por ambientes, dentro de un marco urbano completo.
Entonces entran en el escenario los estadounidenses con sus programas de parroquia como una comunidad de sustitución: intenta crear una atmósfera sana en los diferentes ambientes: la parroquia ofrece lo mismo que un Centro social con el añadido de la liturgia y los sacramentos. Levanta escuelas parroquiales, salones propios para la recreación, centros para atender la salud en sus servicios primarios. El párroco es el alma de todo. Es el dueño del verdadero supermercado de tipo religioso.
Hacia 1960, Congar, Arnold, Kung, unos cuantos teólogos pastoralistas visionarios empezaron a hablar de la pastoral de conjunto. En eso estaban cuando el buen Juan XXIII abrió puertas y ventanas para que entrara aire fresco en la institución que tenía ya el polvo de casi dos mil años.
Fuente: Koinonia
No hay comentarios:
Publicar un comentario