lunes, 24 de noviembre de 2008

La Parroquia ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte III)

¿Hacia una renovación o una revolución del sistema?

Con la Asamblea episcopal en Aparecida, los pastores están promoviendo una renovación del sistema parroquial, pero muchos ven que es necesaria una verdadera revolución que deje fuera un esquema probadamente obsoleto y haga surgir una nueva criatura: un tipo de evangelización que contemple, en su meta final, un nuevo tipo de comunidad eclesial: Una comunidad que no esté centrada en lo estadístico, en lo de siempre, en lo que no tiene capacidad de generar cambios. La meta final no es fortalecer la institucionalidad sino priorizar lo carismático, el dinamismo vital que alimenta la vida y no solamente la mantiene.

1. Más comunidades y menos institución

La evangelización misionera que quiere despertar el documento de Aparecida debe emplear medios que no van a surgir del sistema parroquial actual y que, además, deberían desembocar en un nuevo tipo de comunidad cristiana que supere las limitaciones de una parroquia. Ya se sabe que en la parroquia no tienen cabida todos sus propios bautizados. Una pequeña comunidad cristiana tampoco, pero cientos, miles de comunidades cristianas, sí podrían catequizar, celebrar la vida en los sacramentos, solidarizar en la caridad, abrir sus puertas al diálogo con el vecindario (muchas veces indolente a la preocupación religiosa y también respecto a las tareas de la liberación (dignidad humana, mejor calidad de vida, respeto a la creación como bien de todos etc.) Miles de comunidades vivas serían la sal y la luz que pedía Jesús de Nazaret a los que creyeran en su nombre.

Evidentemente una organización eclesial así requiere un cambio absoluto en el esquema clericalista que está aún en boga. El clero actual, con su formación academicista, con su liturgia organizada desde Roma, con sus distintivos peculiares para que se note la diferencia entre ellos, los clérigos consagrados, y los que “son laicos o seglares, no más”, con su empeño por decir la última palabra en moral y costumbres, en biblia, en el diálogo inter-religioso, en cuestiones de alta teología como también en la teología popular de la gente que está domesticada para pedir respuestas en vez de buscarlas… ese clero no tiene cabida en un el nuevo esquema pastoral.


2. Las Comunidades recobran su vigor

En los numerales 193 y 194 del Documento de Aparecida hay varios elementos a destacar.

En primer lugar el reconocimiento y reafirmación “decidida” para impulsar de nuevo las CEBs . Se las reconoce como verdaderas “escuelas” para la formación seria y comprometida de los cristianos, probadas por el testimonio martirial de los asesinados y perseguidos por las fuerzas brutas de gobiernos dictatoriales, a veces hasta con cierta complicidad silenciosa de la jerarquía. De las comunidades cristianas populares en Chile surgieron hombres como el cura Juan Alsina, cuyo asesinato en un primer momento logró engañar hasta la percepción del cardenal Raúl Silva Henríquez. De las CEBs de Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina, Bolivia, Colombia, Brasil y prácticamente de todos los países de América latina surgieron los seglares (laicos y laicas), religiosas y religiosos, clérigos y diáconos, que se metieron en el santoral del pueblo a pesar de los temores y complejos de las autoridades eclesiásticas. Un caso extremo es el del arzobispo Oscar Arnulfo Romero a quien el pueblo canonizó mientras el Vaticano todavía sigue dudando de su fidelidad evangélica en la causa de su martirio.

Aparecida reconoce también en las CEBs los “espacios privilegiados” para la vivencia de la fe y de la caridad, porque están arraigadas en el corazón del mundo. Es importante este llamado a ver estas células eclesiales con capacidad misionera, precisamente porque están fuera de la estructura clásica de la parroquia que recibe pero que no envía, y si envía es para “pescar” y meter en el acuario eclesial en lugar de sembrar evangelio por el mundo y en el mundo.

Por lo demás, las comunidades cristianas abiertas a su entorno y viviendo en medio de la realidad del pueblo tiene mucha más capacidad de integrar a los empobrecidos por el sistema economicista creado para hacer crecer los bienes de los poderosos. Es un hecho que los empobrecidos y los marginados no están integrados en la institución iglesia católica: muchos de ellos son beneficiados por la práctica de la caridad y reciben ropa y alimento según el sistema de limosna. Pero es indudable que se sienten mejor en los cultos pentecostales donde se sienten personas que pueden dirigirse a Dios según su modo.

Las bases de la iglesia necesitaban este espaldarazo de parte de sus pastores precisamente porque son demasiados los mensajes ultraconservadores que buscan detener la historia: cuando el mismísimo Papa de Roma se convierte en noticia mundial por reintegrar con ciertos privilegios a los separatistas lefevrianos, cuando insta a recuperar el latín en las liturgias y a recibir la comunión de rodillas y en la boca como si los hijos de Dios fueran siervos o infantes de pecho (“ya no los llamaré siervos sino amigos…” según la palabra de Jesús se queda en el olvido), cuando se pone a añorar épocas de cristiandad oficial e imperial… las comunidades cristianas quedan desorientadas y desconcertadas. Las palabras de los obispos en Aparecida se convierten así en una esperanza de que otra iglesia es posible.


3. El redil y sus ovejas

La figura de redil, con profundos significados bíblicos, la empleó Jesús de Nazareth que era hijo de una cultura campesina. Cuando las circunstancias lo hicieron vecino de los pescadores en Galilea, empezó a ocupar imágenes de la marinería; pero su ancestro vital estaba tierra adentro, donde los campesinos plantaban viñedos, cultivaban higueras y pastoreaban ovejas.

Los vocablos de pastor, redil, ovejas, rebaños…tuvieron un significado profundo en la teología, la liturgia y la vivencia de la iglesia a través de los tiempos. Afectó a su misma entraña: su modo de entenderse a sí misma, su esencia vital. Cristo es el pastor que conduce a su rebaño, lleva sobre sus hombros a la oveja lastimada (la iconografía cristiana aprovechó así la imagen pagana de Hermes Crióforo) y para ello elige pastores que le ayudan en la misión de alimentar, cuidar, defender, proteger a las ovejas. Igualmente para separar ganado lanar de ganado caprino. Estos pastores auxiliares, por su parte, decidieron también usar el derecho adquirido por costumbre que tienen todos los pastores terrenales: retribuirse para su alimentación y su vestimenta de lo que produce el rebaño.

Pero la imagen bucólica del rebaño, con todo el bien místico que hizo a generaciones de cristianos, también ha sido un problema enorme: las ovejas son de los animales más tontos y miedosos, los rebaños actúan en tropel siguiendo ciegamente el ruido de la campanilla o aguantando sin balar los escobazos del cayado o las mordeduras de los perros. El rebaño es comparable a un pueblo, una comunidad sin personalidad propia, sin ideas, sin vigor, sin poder de decisión. Algo muy parecido a la esclavitud. Ciertamente no es esta figura la que deseó Jesús de Nazareth para sus discípulos, ni es la imagen que conviene en esta hora de llamado misionero para América latina y el Caribe.

La parroquia, precisamente, se presenta como la institución para mantener a las ovejas encerradas en el redil: allí se las adoctrina mediante la catequesis, se las alimenta por medio de los sacramentos, se las guarda de los peligros exteriores y las amenazas de los lobos a través de la organización piramidal.

La acción misionera de la iglesia no se preocupa tanto del corral sino que sale a la frontera a encontrar a las ovejas que no están en el redil, no para traerlas al encierro sino para que descubran el amor de Dios y la liberación de Jesucristo allí en donde están: en el monte, en medio de las zarzas, en las zonas empobrecidas y marginadas, en los boscajes oscuros de una sociedad violenta y egoísta, en los lugares desiertos donde habitan los demonios.


4. La parroquia en la misión continental

Después de lo dicho hasta aquí ¿tiene sentido la institución parroquial tal como la conocemos?

Habría que distinguir: la parroquia tradicional que solamente hace servicios de culto, de catequesis menor y de sacramentos no tiene mucho que hacer en esta hora del mundo. Pero la parroquia que aún atendiendo lo anterior sea capaz de crear instancias de formación para sus feligreses ciertamente que ayudaría a la misión continental anhelada por los pastores en Aparecida. Esto porque tres de los cuatro objetivos señalados por los obispos son claramente de responsabilidad parroquial. El primer objetivo es “Promover una profunda conversión personal y pastoral de todos los agentes pastorales y evangelizadores, para que, con actitud de discípulos, todos podamos recomenzar desde Cristo una vida nueva en el Espíritu”. En búsqueda de esa meta las parroquias tendrán que dejar sus rutinas para adentrarse en una espiritualidad profunda: así los cristianos ahondarán su dimensión de discípulos para ser buenos misioneros.

El segundo objetivo también está pensado en el interior de la parroquia: “Fomentar una formación kerigmática, integral y permanente que, siguiendo las orientaciones de Aparecida, impulse una espiritualidad de la acción misionera, teniendo como eje la vida plena en Jesucristo”. Este tipo de catequesis fuerte sobre los contenidos fundamentales de la fe cristiana hará que los que se han convertido en discípulos tengan también los elementos para decir y anunciar una palabra precisa. Hasta aquí la misión continental solamente está calentando motores.

El tercer objetivo es un buen deseo: “Hacer que las comunidades, organizaciones, asociaciones y movimientos eclesiales se pongan en estado de misión permanente, a fin de llegar hasta los sectores más alejados de la Iglesia y a los indiferentes y no creyentes”. Aquí ya se esboza una salida a terreno hacia las periferias, pero si no se conecta este anhelo con unas buenas líneas de acción que inspiren acciones verdaderamente nuevas, se corre el peligro de un gran fracaso. Este llamado lo hemos escuchado muchas veces en nuestras parroquias y sin embargo cada vez constatamos que los convertidos y los discípulos de Jesús de Nazareth son cada vez menos, en el contexto de la explosión demográfica. Se dirá que no es cuestión de números sino de calidad; pero este es otro tema que daría para una reflexión muy extensa. Tenemos las matemáticas demasiado metidas en los recovecos de la mente y del corazón como para superar el trauma de los números. Si las misiones tradicionales de antes del Vaticano II consideraban su éxito o su fracaso por el número de bautizos, confesiones y comuniones (las congregaciones misioneras tenían libros expresamente dedicados a esa contabilidad), no lo hace mejor la mismísima curia romana contando cada año en su anuario el crecimiento numérico de sus bautizados.

Finalmente, el último objetivo del Proyecto de Misión continental da oportunidad abierta para un nuevo tipo de evangelización. Dice: “Destacar en todo momento que la Vida plena en Cristo es una actitud y un servicio que se ofrece a la sociedad y a las personas que la componen para que puedan crecer y superar sus dolores y conflictos con un profundo sentido de humanidad”. Aquí hay elementos que habrá que trabajar con imaginación y espíritu de libertad. Cuando se habla de “vida plena” habrá que entenderla como “integral” según la mente de Evangelio Nuntiandi; cuando se dice que debe ser actitud y servicio ofrecido a las personas y a la sociedad, habrá que entender que vamos a dialogar y no a imponer, a respetar y no a condenar, a abrazar y no a marginar. Y cuando señala que se trata de ayudar a superar los dolores y conflictos con un fuerte sentido de humanidad, nos está llamando a una evangelización que tiene en cuenta más la tierra, la sociedad, la materia, el espacio donde mujeres y varones viven, sobreviven, cantan y lloran, sueñan y pecan.

No es que dejemos de lado el cielo y la vida eterna. Pero eso se lo dejamos a Dios, y tengo para mí que ese problema Él ya lo tiene solucionado.

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