lunes, 24 de noviembre de 2008

La Parroquia ¿ayuda o problema de la pastoral católica? (Parte II)

1. Un esquema rural trasladado a las urbes.

La parroquia aceptada ya sin discusión alguna durante siglos como una institución de cristiandad queda privada en su modo y fondo para convertirse en una instancia misionera. En ella todo es institucionalizado. Fue una respuesta para el mundo rural de antaño: un mundo de familia y vecindario, un ambiente tradicional donde la fe se trasmitía por inercia, un esquema ya hecho receloso de novedades, una estructura piramidal en la que el pueblo recibía todos los elementos para su salvación en esta vida y para la otra: doctrina, sacramentos, consejos, mandamientos, estilos de vida, patrones de conducta.

Al pasar la sociedad de su época rural al mundo de la ciudad, se trajo el esquema parroquial que se suponía seguiría funcionando. En efecto, continuó su vida propia pero cada vez más reducida en su respuesta, cada vez más limitada en su alcance: se le fueron los jóvenes, los obreros, los matrimonios, los profesionales, los conductores sociales, los artesanos y los artistas. La parroquia se fue envejeciendo y “afeminando” en el sentido de estar conformada prioritariamente por mujeres, las que siempre han sido más fieles que los varones para cumplir sus compromisos.

Muchos calman sus conciencias al ver parroquias bullentes de integrantes. ¿Representará eso un diez por ciento del pueblo territorial? O sea, de cada cien habitantes, diez podrían estar vinculados a las estructuras parroquiales y 90 se quedan fuera, no solamente sin ser atendidos sino absolutamente desconectados de ellas.
Las posibilidades pastorales de la parroquia quedan limitadas a la recepción de los que ya están, a los que les satisface algunas necesidades religiosas. En eso cumple su finalidad: para eso está. Lo que no se le puede pedir es que sea una plataforma de misión porque eso necesita otros fundamentos.

El autor que hemos citados ya un par de veces señala: “La parroquia es parcela de la diócesis, con funciones sacramentales y administrativas y con el fin de ejercer un cierto control religioso. Víctima de su carácter geográfico y ajena a los ambientes sociales, la parroquia se inmoviliza y confunde con el exterior. El edificio, la casa parroquial o la oficina administrativa. Reducida a un ghetto sacral y administrativo, se convierte en un inmueble en el que se imparten ciertos servicios de una demanda religiosa tradicional. Es ajena al mundo y a la sociedad, posee capacidad para el diálogo, no transforma los valores, mantiene una fe sociológica inmadura y repite, sin creatividad, ritos culturales”.


2. La parroquia y sus rostros.

La parroquia es una comunidad humana; pero también es una estructura, unos servicios, una organización y unos espacios.

Como comunidad quiere estar abierta a todos los estratos sociales, pero de hecho no llega a lo que se conoce como el proletariado: el pueblo de los quintiles preocupantes para las estadísticas de los gobiernos y vergonzosos para la cultura llamada occidental-cristiana. Ya es conocida la frase de que los pobres van a las parroquias a pedir ayuda y para hacer oración van a los cultos pentecostales. La comunidad parroquial no tiene espacios para los pobres aparte de sus servicios de ayuda social que salvan situaciones inmediatas pero no capacitan para mejorar la calidad de vida.

Como estructura física, la parroquia es la cara visible de la comunidad católica en un territorio. Identifica a la comunidad. Donde se levanta la torre con la cruz se sabe que hay una parroquia o una capilla dependiente de la parroquia. Poco a poco han ido apareciendo, particularmente en las barriadas populares, otro tipo de estructura física más de acuerdo al medio social donde se inserta. Pero la identidad más visible la da la gran estructura. Los esforzados y sacrificados personeros que levantaron templos con la mentalidad de cristiandad a la que fueron fieles, nunca imaginaron el cúmulo de problemas que iban a dejar en herencia a las generaciones futuras: espacios enormes y vacíos, usados solamente un par de horas a la semana, de altísimo costo de manutención, en constantes reparaciones, cargados de simbolismo pero que no reflejan vida, sacralizados para acoger a gente de fe que al mismo tiempo posee un respeto rayano en el temor: en esos templos se habla en voz baja, apenas hay saludos, los reunidos se ubican como en los teatros en donde la gente mira un escenario y al final, en vez de aplaudir como en el teatro, solamente dice amén.

Los servicios que da una parroquia son múltiples. La celebración del culto, la catequesis, la atención de grupos de piedad, de caridad y de liturgia, también de grupos juveniles, de matrimonios y de tercera edad. También de algunos movimientos religiosos de todo tipo. Atiende la sacramentación. La secretaría parroquial entrega información, documentos, responde interrogantes y ayuda social o deriva a las áreas correspondientes las peticiones de diverso género. Pero todo es para el que llega. La parroquia no sale a buscar. No sale a invitar. Tiene su pueblo propio y con eso le basta. Por eso cuando se le ha querido pedir como servicio que también se abra a la dimensión misionera, no sabe hacerla o le despierta un entusiasmo pasajero limitado a algún grupo. Desde las ventanas de la parroquia se pueden ver a los pentecostales golpeando puerta a puerta, saludando, entregando volantes y revistas, ofreciendo soluciones casi mágicas al mismo tiempo que la Biblia, dialogando con paciencia o discutiendo desde una cerrazón fundamentalista que no admite ni lógica ni análisis, promoviendo audiciones radiales. Pero ahí están. Y las estadísticas señalan que sus grupos se van nutriendo cada año con la deserción del pueblo católico o la integración de los que estaban a la deriva pastoral de la iglesia.

La parroquia es también una organización. Y en esa organización el párroco es el personaje principal, el protagonista absoluto. Cuando el Vaticano II y posteriormente las asambleas episcopales de Puebla y Medellín abrieron las puertas al diaconado permanente, algunos ingenuos pensaron que el esquema cambiaría. No fue así: los diáconos tomaron la forma de unos curas pequeños y han quedado desempeñando funciones de suplencia, demasiados arrimados al altar y alejados de las mesas donde estaba su servicio para que se hiciera justicia a los marginados del pan, según expresa el libro de los Hechos.

La organización parroquial ha sido casi siempre una pirámide en cuya cúspide el señor cura es el señor y el hacedor de todo. La parroquia es una entidad dominada por el clero. El clero tiene una aureola sacral que además posee la representación de la jerarquía; entonces reúne en sí el sacerdocio y la realeza. Le falta el profetismo, pero se las arregla para conseguir el título de algún modo.

Finalmente la parroquia también son unos espacios geográficos. En teoría no existe alma viviente que no esté integrado a una parroquia, sea o no sea cristiano: Se ha dividido el planeta tierra en continentes, cada continente tiene países, cada país tiene estados o provincias o regiones y cada una de ellas tiene municipios y comunas. Y cada comuna, ayuntamiento o municipio cuenta con parroquias. Nace una criatura en el centro de Buenos Aires y ya queda dentro de unos límites parroquiales bien definidos. Nace otra criatura en Krosnoyark y ya queda dentro de los límites de la descomunal parroquia de Siberia, cuyos límites llegan hasta el mismísimo Polo Norte.
Pero esto mismo indica que la división parroquial en base a la geografía es una hechura rural que no se condice con las ciudades de hoy. Las metrópolis, las megápolis, también las ciudades todavía en dimensión humana y hasta las ciudades-aldeas del mundo moderno, tienen un trasvasije fenomenal y constante que supera cualquier límite urbano. Se vive en una parte de la ciudad pero se trabaja, se estudia, se divierte, se compra, se pasea, en otras muy diversas. Los medios de locomoción cruzan cien parroquias en su recorrido llevando gentes que ya no pertenecen a un solo lugar. Cuando a mitad del 1800 los ojos asustados de la población europea empezó a mirar esos monstruos humeantes que llamaban ferrocarriles, ahí mismo se murió para siempre el sistema parroquial basado en la geografía.

Sin embargo ha sido un problema pastoral: el clero alimentó celos infantiles: los territorios de cada cual. La feligresía de cada uno. Asistir como testigo oficial de la iglesia al matrimonio de unos novios en una parroquia que no era la propia, invalidaba el casamiento si no había autorización escrita y firmada por el párroco del lugar del templo. Los novios que deseaban casarse en un templo fuera de su parroquia tenían que pedir el permiso y cancelar “derechos” en dos partes: en la parroquia que daba la autorización y en aquella que iba a ser la sede de la liturgia. Muchas personas encontraban una respuesta que no entendían cuando iba a solicitar la Unción de su enfermo o la visita del cura: no se podía, porque era de otra parroquia.

De todos modos no se debe culpar al Canon 518de toda esta situación. Hay argumentos para favorecer el sistema geográfico parroquial (la inscripción de los bautizados, el sentido de pertenencia, la existencia de cementerios parroquiales…y poco más). Pero en un mundo globalizado, con los medios que la tecnología pone en manos de las instituciones, las comunidades de hecho más que de derecho, los antiguos problemas del territorio parroquial deberían estar en vías de superación.

3. Una pregunta sin respuesta.

La primacía que se ha dado el clero a sí mismo en una institución tan extraña como es la iglesia católica ha venido a ser uno de los problemas graves del sistema parroquial. Digo una institución tan extraña, sin voz de crítica despiadada ni tampoco con sentido peyorativo. Es que simplemente es así: la iglesia es definida como una realidad divina y humana, como presente en este mundo pero ciudadana del otro, es llamada cuerpo de Cristo pero también su esposa, que es jerárquica pero también se define como pueblo o asamblea…En la liturgia se le llama “la Jerusalén de arriba” pero en la realidad tiene su sede en Roma.

En esta institución el clero se ha ubicado en el lugar que pretendían los apóstoles Hijos del Trueno, Santiago y Juan, a los que Jesús tuvo que aclararles que no sabían lo que querían.

Al haber acaparado las llaves de la Biblia, de los sacramentos, de la organización comunitaria, de la presidencia de las asambleas, de las administraciones contables, de las bendiciones, de los derechos de pastoreo, de la representación parroquial, el clero se reservó prácticamente todo. Durante el tiempo de abundancia vocacional el problema no se notaba y la comunidad cristiana entró pacíficamente en el sistema, tan parecido a lo que sucedía en la vida ordinaria: los pueblos rurales tenían dueños y patrones. El crecimiento de las ciudades fue cambiando el panorama. La población creció, la conciencia democrática se socializó y las vocaciones clericales no solamente se estancaron sino que disminuyeron.

Entonces la brecha se hace cada día más grande. Y nadie sabe cómo se va a resolver el problema: las comunidades crecen, las comunidades se centran y viven su fe por y en la eucaristía, sin ella se ha dicho que no hay comunidad ni vida cristiana posible…y el clero mantiene bajo su dominio exclusivo la celebración eucarística. ¡Y su número es cada vez menor!

Sin duda que la situación de escasez vocacional es una llamada del Espíritu a cambiar mentalidades y esquemas, y en ese sentido será beneficiosa para el pueblo cristiano. Los animadores naturales reconocidos por sus comunidades cristianas, los presbíteros que no pueden ejercer por “haber atentado matrimonio” (porque los sacramentos, vida de la iglesia, son siete para todo el mundo, pero para el clero y las mujeres son solamente seis), las mujeres (no solamente las religiosas como si ellas fueran de otro nivel de dignidad cristiana), están ahí afuera esperando que alguna vez se abra la puerta para poder entrar y ocupar el lugar que les corresponde en la familia de los hijos de Dios.


4. Los modelos de parroquia.

Con el paso del tiempo y ciertas innovaciones se han ido diseñando ciertos modelos de parroquia que hoy subsisten.

Desde luego está la clásica parroquia típica de antes del Vaticano II. En ella existe un clero autoritario y conservador , un pueblo sumiso que cumple reglamentos para llegar al cielo, un culto lleno de humos y oraciones largas, una moral severa y condenatoria, un monólogo recitado desde el altar y que no invita a ningún compromiso social, aunque muchas veces tiene organizada la caridad hacia los pobres que reciben cosas pero no pueden orar con la gran comunidad.

Está también la llamada parroquia renovada: es la misma anterior pero con ciertas cosméticas que la hacen aparecer distinta. La predicación contempla elementos más pedagógicos pero retiene el mismo sermón moralista y doctrinario. Más que comunidad parroquial existen en ella asociaciones piadosas clásicas y la liturgia tiene alguna renovación: entre los acólitos hay “acólitas” y eso que las niñas estén ya cerca del altar es un avance. Tiene generalmente consejo parroquial, pero es difícil la renovación de sus integrantes: los responsables se eternizan y creen que nadie puede hacerlo mejor que ellos. El párroco piensa lo mismo de sí.

Un tercer tipo de parroquia busca una celebración litúrgica más festiva, prioriza la familiaridad por sobre la solemnidad en las asambleas de culto, la catequesis es llevada por las mismas familias, se buscan caminos de servicio social, se leda importancia a la formación bíblica, el párroco comparte responsabilidades con los seglares.

Y está surgiendo un nuevo tipo de parroquia donde el servicio de la Palabra es más evangelizador, organiza la formación cristiana mediante etapas de iniciación y de catecumenado, la predicación es más aterrizada y dialogada con la comunidad, la teología de la liberación tiene un reconocimiento en cuanto habla de las cosas de la fe partiendo de las realidades y necesidades terrenales. En este tipo de parroquias la liturgia se va creando según los momentos que vive la comunidad, sin preocuparse mucho de lo que van a opinar los monseñores de las Curias o de Roma que hacen los libretos de la liturgia universal. Quizá no tenga misa cada día pero tiene caridad para con todos. Se procura formar comunidades cristianas, se entregan responsabilidades, la mujer es reconocida, el consejo parroquial tiene importancia, el clero que la atiende vive entre los vecinos. La parroquia no se mira tanto a sí misma sino que mira el barrio, el entorno, la realidad en la que está inserta.

Este tipo de parroquia podría tener un perfil misionero en la medida que sea invitación a los que no conocen a cristo y el evangelio se sientan motivados a conectarse con algo interesante para sus vidas.

Fuente: Comunidad virtual

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