miércoles, 3 de octubre de 2007

La santidad

Aunque parezca paradójico, para muchas personas es mucho más fácil conducirse abnegadamente en tiempo de crisis que cuando la vida sigue su curso normal en imperturbada tranquilidad. Cuando todo marcha fácilmente no hay nada que nos haga olvidar nuestro precioso yo, nada (excepto nuestra voluntad de mortificación y el conocimiento de Dios) que distraiga nuestra mente de las distracciones con que quisimos identificarnos; tenemos perfecta libertad de revolearnos en nuestra personalidad a nuestro gusto. Y ¡cómo nos revolcamos! Por esta razón todos los maestros de la vida espiritual insisten tanto en la importancia de las pequeñas cosas.

Dios requiere el fiel cumplimiento de la menor bagatela que se nos dé por hacer, mejor que la más ardiente aspiración a cosas a que no somos llamados.
San Francisco de Sales

"No hay nadie en el mundo que no pueda llegar sin dificultad a la perfección más eminente cumpliendo con amor deberes oscuros y comunes".
J. P. de Caussade

"Hay gente que mide el valor de las buenas acciones solamente por sus cualidades naturales o su dificultad, dando la preferencia a lo que es conspicuo o brillante. Esas personas olvidan que las virtudes cristianas, que son inspiraciones de Dios, deben mirarse desde el lado de la gracia, no del de la naturaleza. La dignidad y dificultad de una buena acción ciertamente afecta lo que técnicamente se llama su valor accidental, pero todo su valor esencial viene del amor solo".
Jean Pierre Camus citando a San Francisco de Sales

El santo es aquel que sabe que cada momento de nuestra vida humana es un momento de crisis; pues en cada momento se nos llama a tomar una importantísima decisión —escoger entre el camino que lleva a la muerte y la tiniebla espiritual y el camino que lleva a la luz y la vida; entre nuestra voluntad personal, o la voluntad de alguna proyección de nuestra personalidad, y la voluntad de Dios. Para prepararse a resolver las dificultades de su modo de vida, el santo emprende una educación apropiada de su mente y cuerpo, así como lo hace el soldado. Pero mientras que los objetivos de la instrucción militar son limitados y muy simples, a saber, hacer a los hombres valientes, serenos y cooperativamente eficientes en el arte de matar a otros hombres, con los cuales, personalmente, no tienen cuestión alguna, los objetivos de la educación espiritual están mucho menos angostamente especializados. Aquí el fin es principalmente llevar a los seres humanos a un estado en el que, por no haber ya ninguno de los obstáculos que eclipsan a Dios entre ellos y la Realidad, pueden advertir continuamente la divina Base de su ser (1) y de todos los demás seres; secundariamente, como medio para este fin, tratar todas las circunstancias, aun las más triviales, de la vida cotidiana, sin malicia, codicia, deseo de imponerse o ignorancia voluntaria: antes bien, consecuentemente, con amor y comprensión. Como que sus objetivos no son limitados; como que, para el que ama a Dios, cada momento es un momento de crisis, la educación espiritual es incomparablemente más difícil y penetrante que la instrucción militar. Hay muchos buenos soldados; pocos santos.

Hemos visto que, en una crisis, los soldados especialmente adiestrados para arrostrar esta clase de cosas tienden a olvidar la idiosincrasia innata y adquirida con que normalmente identifican su ser y a conducirse, trascendiendo su yo, del mismo modo unitendente, mejor que personal (2). Lo que ocurre con los soldados ocurre también con los santos, pero con una importante diferencia, la de que el fin de la educación espiritual es hacer a los hombres abnegados en toda circunstancia de la vida, mientras que el fin de la instrucción militar es hacerlos abnegados sólo en ciertas circunstancias muy especiales y con respecto a sólo ciertas clases de seres humanos. No podría ser de otro modo; pues todo lo que somos, y queremos, y hacemos depende, en último término, de lo que creemos que es la Naturaleza de las Cosas. La filosofía que racionaliza la política de fuerza y justifica la guerra y la instrucción militar es siempre (cualquiera que sea la religión oficial de los políticos y hacedores de guerras) alguna locamente irrealista doctrina de idolatría nacional, racial o ideológica, que tiene, por inevitables corolarios, las nociones del Herrenvolk (3) y "las castas inferiores fuera de la ley".

Las biografías de los santos atestiguan inequívocamente el hecho de que la educación espiritual conduce a una trascendencia de la personalidad, no meramente en las circunstancias especiales de una batalla, sino en todas las circunstancias y con respecto a todas las criaturas, de modo que el santo "ama a sus enemigos" o, si es budista, ni siquiera reconoce la existencia de enemigos, y trata a todos los seres sensibles, los subhumanos (4) como los humanos, con la misma compasión y desinteresada buena voluntad.

Los que penetran hasta el conocimiento unitivo de Dios emprenden la marcha desde los más diversos puntos de partida. Uno es hombre, otro mujer; uno, un nato hombre de acción; otro, un contemplativo nato. No hay dos de ellos que hereden el mismo temperamento y constitución física, y sus vidas se pasan en medios materiales, morales e intelectuales que son profundamente distintos.

Sin embargo, en cuanto son santos, en cuanto poseen el conocimiento unitivo que los hace "perfectos como su Padre que está en el cielo es perfecto", todos son asombrosamente iguales. Sus actos son uniformemente abnegados y ellos están constantemente recogidos, de modo que en todo momento saben quiénes son y cuál es su verdadera relación con el universo y su Base espiritual. Aun de la ordinaria gente media puede decirse que su nombre es Legión (5) —mucho más de las Personalidades excepcionalmente complejas, que se identifican con una amplia diversidad de humores, anhelos y opiniones. Los santos, por el contrario, no son indecisos ni indiferentes, sino puros y, por grandes que sean sus dotes intelectuales, profundamente simples. La multiplicidad de Legión ha cedido el sitio a la unitendencia; no a una de esas malignas unitendencias de la ambición o la codicia, o la sed de poder y fama, ni tan sólo a una de las unitendencias, más nobles pero todavía demasiado humanas, del arte, la erudición y la ciencia, consideradas como fin en sí mismas, sino a la unitendencia suprema, más que humana, que constituye el ser mismo de esas almas que, consciente y consecuentemente, persiguen la última finalidad del hombre, el conocimiento de la eterna Realidad. En una de las Escrituras palis hay una significativa anécdota acerca del brahmán Drona que, "viendo al Bienaventurado sentado al pie de un árbol, le preguntó: "¿Eres un deva?" (*) Y el Excelso contestó: 'No lo soy.' '¿Eres un gandharva?' 'No lo soy.' '¿Eres un yaksha?' 'No lo soy.' '¿Eres un hombre?' 'No soy un hombre.'" Al preguntarle el brahmán qué podría ser, el Bienaventurado respondió: "Esas influencias malignas, esos anhelos, cuya no destrucción me habría individualizado como deva, gandharva, yaksha (* tres tipos de ser sobrenatural), o como hombre, las he completamente aniquilado. Sabe, pues, que soy Buda."
Podemos observar aquí de pasada que sólo los unitendentes son verdaderamente capaces de adorar a un solo Dios.

El monoteísmo como teoría puede ser abrigado aun por una persona cuyo nombre es Legión. Pero cuando hay que pasar de la teoría a la práctica, del conocimiento discursivo acerca del Dios uno al inmediato trato con Él, no puede haber monoteísmo sin pureza de corazón.

El conocimiento está en el conociente según el modo del conociente. Cuando éste es polipsíquico (6), el universo que conoce por experiencia inmediata es politeísta.

Aldous Huxley

Notas de Alex._

1: La Realidad unica la llamamos Dios, es la base constitutiva de todo lo Real y por supuesto de lo Real y Verdadero, existente en el Hombre.

2: El autor prefiere utilizar unitendente, es decir tendente hacia El Uno, en lugar de personal, para evitar el malentendido de la vulgarización del concepto personalidad que erróneamente se hace equivalente a cosas tan dispares como: individuo, subjetivo, comportamientos sociales adquiridos, conjunto de instancias psicologicas, yo separado.
Las reticencias para usar el término personal en su equivalencia de unitendente Huxley las describe así….
“Al contrario, su significación principal nos llega envuelta, por así decirlo, en disonancias, como el son de una campana rota.Pues, según han repetido constantemente los expositores de la Filosofía Perenne, la obsesiva conciencia que el hombre tiene de sí mismo y su insistencia en ser un yo separado constituyen el último y más formidable obstáculo para el conocimiento unitivo de Dios. Ser un yo es, para ellos, el pecado original, y morir para el yo, en sentimiento, voluntad e intelecto, es la virtud final y que todo lo abarca. Es el recuerdo de estas afirmaciones lo que evoca las desfavorables resonancias con que se asocia la palabra "selfness". Las excesivamente favorables resonancias de "personality" son evocadas en parte por su intrínsecamente grave latinidad, pero también por reminiscencias de lo que se ha dicho sobre las "personas" de la Trinidad. Pero las personas de la Trinidad no tienen nada en común con las personas de carne y hueso de nuestro trato cotidiano —nada, es decir, excepto ese Espíritu íntimo, con el que deberíamos identificarnos, pero que la mayor parte de nosotros prefiere desconocer en favor de nuestro yo separado. Que a este antiespiritual egoísmo, eclipsador de Dios, se le haya dado el mismo nombre que se aplica al Dios que es un Espíritu es, por no decir más, infortunado”.

En realidad Persona (prosopon) tal como es formulado en la teología cristiana ya contiene fundamentalmente, ese matiz de unitendente. Ver Trinidad.

3: Herrenvolk, Pueblo o Raza de los Señores.

4: Subhumanos, los animales y plantas. Ver en san Francisco de Asís esa misma actitud de respeto fraternal hacia los subhumanos.

5: Legión, cf. Mc 5,1-20, en esta parábola describe como legión/multitud, el polipsiquismo.

6: Polipsiquismo, es decir la existencia del alma fragmentada o dividida en múltiples instancias tan solo unidas por una vaga referencia a la que llamamos yo. Y que constituye en grados diversos, la forma de la conciencia en la existencia humana común, y que sin extenderme tiene origen en lo que en la Biblia se llama “la caída” de la cual una de sus consecuencias, es la común distorsión, de la percepción y la conciencia, fenómeno tambien descrito por Platón en el “mito de la caverna” de su texto la Politheía, mal traducido como la republica.

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