viernes, 7 de marzo de 2008

Jesús en la Asamblea de Obispos

Esta es la carta semanal del franciscano, poeta y soñador, de Arantzazu. Quien quiera más bien oirle como profesor de Teología -los dos aspectos están bien trabados en él- puede seguir un capítulo de su Cristología: Para conocer a Jesús.
06-Marzo-2008

Por primera vez en este invierno, Arantzazu está cubierto de una ligera capa de nieve. La flor reciente y blanca del espino blanco se funde con el blanco del paisaje. El sol, a ratos, sonríe en la nieve, y en el jardín que antes fue huerta los primeros jacintos azules y amarillos inclinan sus flores, como sorprendidas y asustadas. El herrerillo no se sorprende ni se asusta, ni deja de cantar. Las golondrinas roqueras que ya revoloteaban en torno al santuario han vuelto a cobijarse en las grietas de sus rocas. Pero pronto volverán. Pasarán los fríos, y para todos los peligros pronto será pascua.

¡Cuánto necesitamos el ánimo de la pascua en este mundo que duele! El ánimo de la pascua es nuestra promesa y misión. La promesa y la misión de las que nos ungió y a las que nos llamó el crucificado resucitado con sus manos llagadas. Para eso somos Iglesia. Pero también la Iglesia es doliente, y a menudo duele, y a veces hiere más que cura, cuando su frágil memoria olvida a Jesús. Esa Iglesia somos, ¡y cuánto necesitamos volver a recibir el consuelo y volver a ofrecerlo, ser paráclitos!

Ese don y esa misión, no los podemos dejar en manos de una institución obsoleta. No nos lo permite la memoria de Jesús, ni la belleza y el dolor del mundo, ni nuestro deseo más profundo, ni el sueño creador de Dios.

¿Qué haría Jesús en esta Iglesia de hoy que somos con nuestras estructuras anticuadas? Imaginar es libre. Imagino, por ejemplo, que Jesús se hace presente en la Sala de la Conferencia Espiscopal española -antes o después de la elección de su presidente, poco importa para el caso-, ante los 66 obispos reunidos. A Jesús le explican que ellos son los dirigentes de la Iglesia por él fundada hace 2.000 años. Jesús se queda mudo de sorpresa, se pregunta cómo eso es posible, y qué es lo que pasado para llegar a esto. Jesús se pregunta por qué no hay mujeres en la sala, y por qué se visten tan de negro (¿será tal vez porque no hay mujeres?), y qué significa "obispo" y a qué llaman "presidente", y quién los elige… Y mientras se lo van explicando, su sorpresa va en aumento, y al final pide su turno de palabra y dice con ojos encendidos y con ojos de bondad: "Hermanos míos, ¿dónde están las hermanas? ¿Os han dejado? ¿Las habéis dejado? Hermanos, yo creé -sin haberlo ni siquiera pretendido- un movimiento itinerante de campesin@s y pescadores de Galilea, rebeldes y soñadores, llen@s de compasión y de confianza… Y me acuerdo que envié a mujeres y hombres de Galilea a curar y anunciar el pronto consuelo de Dios para aquella tierra tan castigada. Yo no quería otra cosa. Yo no pensaba en nada más. Hermanos, no entiendo cómo las cosas han cambiado tanto. Y no comprendo por qué el Reino liberador de Dios no ha llegado aún. Hermanos, no tengo que deciros nada más que esto: lo único importante y urgente es que llegue el Reino de Dios que libera, que cura y nos hace hermanos. ¡Que la paz esté con vosotros!"

E imagino que ahí terminaría la breve intervención de Jesús, y no sé qué haría luego. Tal vez se iría de allí para desfundar la iglesia. O reinventarla, si encontrara con quién.

¡Paz y bien!

José Arregi

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