martes, 17 de marzo de 2009

Carta de un amigo musulmán al sacerdote caldeo asesinado en Irak

En nombre de Dios, clemente y misericordioso, Ragheed, hermano mío.

Te pido perdón, hermano, por no haber estado a tu lado cuando los criminales abrieron fuego contra ti y tus hermanos, pero las balas que han traspasado tu cuerpo puro e inocente, me han traspasado también el corazón y el alma.

Fuiste una de las primeras personas que conocí a mi llegada a Roma, en los pasillos del «Angelicum» [la Universidad Pontificia de Santo Tomás, ndr.], donde nos conocimos y donde bebíamos juntos nuestro «capuchino» en la cafetería de la universidad. Tú me habías impresionado por tu inocencia, tu alegría, tu sonrisa tierna y pura que no te abandonaba nunca. Yo no puedo dejar de imaginarte sonriente, feliz, lleno de alegría de vivir. Ragheed para mí es la inocencia hecha persona, una inocencia sabia, que lleva en su corazón las preocupaciones de su pueblo infeliz. Recuerdo el día en el comedor de la universidad, cuando Irak estaba bajo embargo y tú me dijiste que el precio de un solo «capuchino» habría podido colmar las necesidades de una familia iraquí durante todo un día, como si te sintieras de algún modo culpable de estar lejos de tu pueblo asediado y de no compartir sus sufrimientos…

Luego volviste a Irak, no sólo para compartir con la gente su destino de sufrimientos, sino también para unir tu sangre a la de miles de iraquíes que mueren cada día. No podré nunca olvidar el día de tu ordenación en la Universidad Urbaniana… Con lágrimas en los ojos, me dijiste: «Hoy he muerto para mí»… una frase muy dura.

Inmediatamente no la comprendí bien, o quizá no la tomé en serio como habría debido… Pero hoy, a través de tu martirio, he comprendido esta frase… Tú has muerto en tu alma y en tu cuerpo para resucitar en tu bienamado y en tu maestro y para que Cristo resucite en ti, a pesar de los sufrimientos y las tristezas, a pesar del caos y la locura.

¿En nombre de qué dios de la muerte te han matado? ¿En nombre de qué paganismo te han crucificado?… ¿Sabían verdaderamente lo que hacían?

Oh Dios, nosotros no te pedimos venganza o represalia, sino victoria… victoria de lo justo sobre lo falso, de la vida sobre la muerte, de la inocencia sobre la perfidia, de la sangre sobre la espada… Tu sangre no habrá sido derramada en vano, querido Ragheed, porque ha santificado la tierra de tu país… y tu sonrisa tierna seguirá iluminando desde el cielo las tinieblas de nuestras noches y anunciándonos un mañana mejor.

Te pido perdón, hermano, pero cuando los vivos se encuentran, creen que tienen todo el tiempo para conversar, visitarse y decirse los propios sentimientos y los propios pensamientos… Tú me habías invitado a Irak… Yo soñaba siempre con ello… visitar tu casa, a tus padres, tu despacho… No habría nunca pensado que sería tu tumba la que un día visitaría o que habrían sido los versículos de mi Corán los que recitaría para el reposo de tu alma…

Un día, te acompañé a comprar objetos de recuerdo y regalos para tu familia en vísperas de tu primera visita a Irak tras una larga ausencia. Tú me habías hablado de tu trabajo futuro: «Querría reinar sobre la gente sobre la base de la caridad antes que de la justicia», me habías dicho. Entonces me era difícil imaginarte como «juez» canónico… Pero hoy tu sangre y tu martirio han dicho su palabra, veredicto de fidelidad y de paciencia, de esperanza contra todo sufrimiento y de supervivencia, a pesar de la muerte, a pesar de la nada.

Hermano, tu sangre no ha sido derramada en vano… y el altar de tu iglesia no era una mascarada… Tú has asumido tu papel con profunda seriedad, hasta el final, con una sonrisa que nada podrá apagar… nunca.

Tu hermano que te quiere:

Adnan Mokrani
Roma, 4 junio 2007

Profesor de Islam en el Instituto de Estudios de las Religiones y de las Civilizaciones, Universidad Pontificia Gregoriana, Roma.

Sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre

CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA


Queridos Hermanos en el ministerio episcopal

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.

Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: "Tú… confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor "hasta el extremo" debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿ Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.

Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo

Vuestro en el Señor

BENEDICTUS PP. XVI

sábado, 14 de marzo de 2009

El Espíritu Santo, en la creación y en la transformación del cosmos

Primera Predicación de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap.

“Toda la creación gime y sufre con dolores de parto” (Rm 8, 22)

1. Un mundo en estado de espera

En Adviento san Pablo nos ha introducido en el conocimiento y el amor por Cristo; en esta Cuaresma el Apóstol nos hará de guía al conocimiento y al amor por el Espíritu Santo. He elegido, con este fin, el capítulo octavo de la Carta a los Romanos porque éste constituye, en el corpus paulino y en todo el Nuevo Testamento, el tratado más completo y más profundo sobre el Espíritu Santo.

El pasaje sobre el que hoy queremos reflexionar es el siguiente:

“Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8, 19-22).

Un problema exegético debatido desde la antigüedad sobre este texto es el significado del término creación, ktisis. Con el término creación, ktisis, san Pablo a veces designa el conjunto de los hombres, el mundo humano, a veces el hecho o el acto divino de la creación, a veces el mundo en su conjunto, es decir, la humanidad y el cosmos juntos, a veces la nueva creación que resulta de la Pascua de Cristo.

Agustín [1], seguido aún por algún autor moderno [2], piensa que aquí el término designe al mundo humano y que por tanto se debería excluir del texto toda perspectiva cósmica, referida a la materia. La distinción entre la “creación entera” y “nosotros que poseemos las primicias del Espíritu”, sería una distinción entera del mundo humano y equivaldría a la distinción entre la humanidad irredenta y la humanidad redimida por Cristo.

La opinión, sin embargo, casi unánime hoy es que el término ktisis designa a la creación en su conjunto, es decir tanto el mundo material como el mundo humano. La afirmación de que la creación ha sido sometida a la vanidad “no espontáneamente”, no tendría sentido si no se refiriera a la creación material.

El Apóstol ve esta creación impregnada de una espera, en un “estado de tensión”. El objeto de esta espera es la revelación de la gloria de los hijos de Dios. “La creación en su existencia aparentemente cerrada en sí misma e inmóvil... espera con ansia al hombre glorificado, del cual ésta será el 'mundo', también él glorificado”[3].

Este estado de sufriente espera se debe al hecho de que la creación, sin culpa por su parte, ha sido arrastrada por el hombre al estado de impiedad que el Apóstol describe al principio de su carat (cf. Rm 1, 18 ss.). Allí definía este estado como “injusticia” y “mentira”, aquí usa los términos de “vanidad” (mataiotes) y corrupción (phthora) que dicen lo mismo: “pérdida de sentido, irrealidad, ausencia de fuerza, de esplendor, del Espíritu y de la vida”.

Este estado sin embargo no es cerrado y definitivo. ¡Existe una esperanza para la creación! No porque la creación, en cuanto tal, esté en grado de esperar subjetivamente, sino porque Dios tiene en mente para él un rescate. Esta esperanza está ligada al hombre redimido, el “hijo de Dios”, que con un movimiento contrario al de Adán, arrastrará un día definitivamente el cosmos a su propio estado de libertad y de gloria.

De ahí la responsabilidad más profunda de los cristianos hacia el mundo: la de manifestar,. Desde ahora, los signos de la libertad y de la gloria al que todo el universo está llamado, sufriendo con esperanza, sabiendo que “los sufrimientos del momento presente no son comparables con la gloria futura que deberá ser revelada en nosotros”.

En el versículo final el Apóstol fija esta visión de fe en una imagen audaz y dramática: la creación entera es comparada con una mujer que sufre y gime con los dolores del parto. En la experiencia humana, éste es un dolor siempre mezclado con alegría, bien distinto del llanto silencioso y sin esperanza del mundo, que el pagano Lucrecio recogió en el famoso verso : “sunt lacrimae rerum”, lloran las cosas [4].

2. La tesis del ”Intelligent design”: ¿ciencia o fe?

Esta visión de fe y profética del Apóstol nos ofrece la ocasión de tocar el problema hoy tan debatido sobre la presencia o no de un sentido y de un proyecto divino interno a la creación, sin querer con ello sobrecargar el texto paulino de significados científicos o filosófico que evidentemente no tiene. La celebración del bicentenario del nacimiento de Darwin (12 de febrero de 1809) hace aún más actual y necesaria una reflexión en este sentido.

En la visión de Pablo Dios está al principio y al final de la historia del mundo; lo guía misteriosamente a un fin, haciendo servir a éste incluso las oscilaciones de la libertad humana. El mundo material está en función del hombre y el hombre está en función de Dios. No se trata de una idea exclusiva de Pablo. El tema de la liberación final de la materia y de su participación en la gloria de los hijos de Dios encuentra un paralelo en el tema de “los cielos nuevos y la tierra nueva”de la Segunda carta de Pedro (3,13) y del Apocalipsis (21,1).

La primera gran novedad de esta visión, es que ésta habla de liberación por parte de la materia, no de liberación de la materia, como en cambio sucedía en casi todas las concepciones antiguas de la salvación: platonismo, gnosticismo, docetismo, maniqueísmo, catarismo. San Ireneo combatió toda la vida contra la afirmación gnóstica según la cual “la materia es incapaz de salvación” [5].

En el diálogo actual entre ciencia y fe el problema se presenta en términos diversos, pero la sustancia es la misma. Se trata de saber si el cosmos ha sido pensado y querido por alguno o si es fruto “de la casualidad y de la necesidad”; si su camino muestra signos de una inteligencia y avanza hacia un desenlace preciso, o si evoluciona por así decirlo a ciegas, obedeciendo sólo a leyes propias y a mecanismos biológicos.

La tesis de los creyentes al respecto ha acabado por cristalizarse en la fórmula que en inglés suena Intelligent design, el diseño inteligente, se entiende, del Creador. Lo que ha creado tanta discusión y rechazo de esta idea ha sido, en mi opinión, el hecho de no distinguir con bastante claridad el diseño inteligente como teoría científica, del diseño inteligente como verdad de fe.

Como teoría científica, la tesis del “diseño inteligente” afirma que es posible probar por el análisis mismo de la creación, por tanto científicamente, que el mundo tiene un autor externo a sí mismo y muestra los signos de una inteligencia ordenadora. Esta es la afirmación que la mayoría de los científicos entiende (¡y la única que puede!) rechazar, no la afirmación de fe, que el creyente tiene de la revelación y de la cual también su inteligencia siente la íntima verdad y necesidad.

Si, como piensan muchos científicos (¡no todos!), es pseudo-ciencia hacer del “diseño inteligente” una conclusión científica, también es pseudo-ciencia aquela que excluye la existencia de un “diseño inteligente” en base a los resultados de la ciencia. La ciencia podría avanzar en la pretensión si pudiera por sí sola explicar todo: no sólo el “cómo” del mundo, sino también el “qué” y el “por qué”. Esto la ciencia sabe bien que no está en su poder hacerlo. Incluso quien elimina de su horizonte la idea de Dios, no elimina con ello el misterio. Queda siempre una pregunta sin respuesta: ¿por qué el ser y no la nada? La misma nada ¿es quizás para nosotros un misterio menos impenetrable que el ser, y la casualidad un enigma menos inexplicable que Dios?

En un libro de divulgación científica, escrito por un no creyente, he leído esta significativa admisión: si recorremos hacia atrás la historia del mundo, como se pasan las páginas de un libro desde la última página hacia atrás, llegados al final, nos damos cuenta de que es como si faltara la primera página, el incipit. Lo sabemos todo del mundo, excepto por qué y cómo ha comenzado. El creyente está convencido de que la Biblia nos proporciona precisamente esta página inicial que falta; ¡en ella, como en el frontispicio de todo libro, está indicado el nombre del autor y el título de la obra!

Una analogía puede ayudarnos a conciliar nuestra fe en la existencia de un diseño inteligente de Dios sobre el mundo con la aparente casualidad e impredecibilidad puesta a la luz por Darwin y por la ciencia actual. Se trata de la relación entre gracia y libertad. Como en el campo del espíritu la gracia deja espacio a la impredecibilidad de la libertad humana y actúa también a través de ella, así en el campo físico y biológico todo está confiado al juego de las causas segundas (la lucha por la supervivencia de las especies según Darwin, la casualidad y la necesidad según Monod), aunque este mismo juego está previsto y hecho precisamente por la providencia de Dios. En uno y en otro caso, Dios, como dice el proverbio, “escribe derecho con renglones torcidos”.

3. La evolución y la Trinidad

El discurso sobre creacionismo y evolución tiene lugar habitualmente en diálogo con la tesis opuesta, de naturaleza materialista y atea, y en clave, por ello, necesariamente apologética. En una reflexión hecha entre creyentes y para creyentes, como es la actual, no podemos detenernos en este estadio. Detenernos aquí, significaría quedar prisioneros de una visión “deísta”, y no aun trinitaria, y por tanto, no específicamente cristiana, del problema.

Quien abrió el discurso sobre la evolución a una dimensión trinitaria fue Pierre Teilhard de Chardin. La aportación de este estudioso a la discusión sobre la evolución consistió esencialmente en haber introducido en ella la persona de Cristo, de haber hecho de ella un problema también cristológico [6].

Su punto de partida bíblico es la afirmación de Pablo, según la cual “todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). Cristo aparece en esta visión como el Punto Omega, es decir, como sentido y punto de llegada final de la evolución cósmica y humana. Se pueden discutir el modo y los argumentos con los que el estudioso jesuita llega a esta conclusión, pero no la conclusión misma. El motivo lo explica bien Maurice Blondel en una nota escrita en defensa del pensamiento de Teilhard de Chardin: “Ante los horizontes agrandados de la ciencia de la naturaleza y de la humanidad, no se puede, sin traicionar al catolicismo, permanecer en explicaciones mediocres y en modos de ver limitados que hacen del Cristo un accidente histórico, que lo aíslan del Cosmos como un episodio postizo y que parecen hacer de él un intruso o un perdido en la abrumadora y hostil inmensidad del Universo” [7].

Lo que falta aún, para una visión completamente trinitaria del problema, es una consideración sobre el papel del Espíritu Santo en la creación y en la evolución del cosmos. Lo exige el principio básico de la teología trinitaria según el cual las obras ad extra de Dios son comunes a las tres personas de la Trinidad, cada una de las cuales participa en ella con su característica propia.

El texto paulino que estamos meditando nos permite precisamente colmar esta laguna. La referencia a los dolores de parto de la creación se hace en el contexto del discurso de Pablo sobre las diversas actuaciones del Espíritu Santo. Él ve una continuidad entre el gemido de la creación y el del creyente que está puesto abiertamente en relación con el Espíritu: “Ésta (la creación) no está sola, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente”. El Espíritu Santo es la fuerza misteriosa que empuja a la creación hacia su cumplimiento. Hablando de la evolución del orden social, el Concilio Vaticano II afirma que “el espíritu de Dios que, con admirable providencia, dirige el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en esta evolución” [8].

Él que es “el principio de la creación de las cosas” [9], es también el principio de su evolución en el tiempo. Esto de hecho no es otra cosa que la creación que continúa. En el discurso dirigido, el 31 de octubre de 2008, a los participantes en el simposio sobre la evolución, promovido por la Academia Pontificia de las Ciencias, el Santo Padre Benedicto XVI subraya este concepto: “Afirmar, decía, que el fundamento del cosmos y de sus desarrollos es la sabiduría providente del Creador no es decir que la creación tiene que ver sólo son el inicio de la historia del mundo y de la vida. Esto implica, más bien, que el Creador funda estos desarrollos y los sostiene, los fija y los mantiene constantemente”.

¡Qué aporta de específico y de “personal” el Espíritu en la creación? Esto depende, como siempre, de las relaciones internas de la Trinidad. El Espíritu Santo no está en el origen, sino por así decirlo, al término de la creación, como no esta en el origen, sino al final del proceso trinitario. En la creación -escribe san Basilio- el Padre es la causa principal, aquel del cual son todas las coss; el Hijo es la causa eficiente, aquel por medio del cual todas las cosas han sido hechas; el Espíritu Santo es la causa perfeccionadora”[10].

La acción creadora del Espíritu está en el origen por tanto de la perfección de lo creado; él, diríamos, no es tanto aquel que hace pasar el mondo de la nada al ser, sino aquel que hace pasar del ser informe al ser formado y perfecto. En otras palabras, el Espíritu santo es aquel que hace pasar lo creado del caos al cosmos, que hace de él algo bello, ordenado, limpio: un “mundo”, precisamente, según el significado original de esta palabra. San Ambrosio observa:

“Cuando el Espíritu comenzó a aletear sobre él, la creación no tenía aún belleza alguna. En cambio, cuando la creación recibió la actuación del Espíritu, obtuvo todo este esplendor de belleza que la hace resplandecer como 'mundo'”[11].

No es que la acción creadora del Padre haya sido “caótica” y necesitada de corrección, sino que es el Padre mismo, señala san Basilio en el texto citado, que quiere hacer existir todo por medio del Hijo y quiere llevar a la perfección las cosas por medio del Espíritu.

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,1-2). La Biblia misma, como se ve, alude al paso de un estado informe y caótico del universo, a un estado en camino de progresiva formación y diferenciación de las criaturas y menciona al Espíritu de Dios como el principio de este paso o evolución. Ésta presenta este pasaje como repentino e inmediato, la ciencia ha revelado que se extendió en un arco de millones de años y que está aún en acto. Pero esto no debería crear problemas, una vez conocida la finalidad y el género literario del relato bíblico.

Fundándose en el sentido de expresiones análogas presentes en los poemas cosmogónicos babilónicos, hoy se tiende a dar a la expresión “espíritu de Dios” (ruach ‘elohim) del Génesis 1,2 el sentido puramente natural de viento impetuoso, viendo en ella un elemento del caos primordial, igual que el abismo y las tinieblas, ligándolo por tanto a lo que precede y no a lo que sigue, en el relato de la creación [12]. Pero la imagen del “soplo de Dios” vuelve en el capítulo sucesivo del Génesis (Dios “sopló en su nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”) con un sentido teológico y no ciertamente natural.

Excluir, del texto, toda referencia, aunque embrionaria, a la realidad divina del Espíritu, atribuyendo la actividad creadora únicamente a la palabra de Dios, significa leer el texto sólo a la luz de lo que lo precede y no a la luz de lo que lo sigue en la Biblia, a la luz de las influencias que ha sufrido y no también del influjo que ha ejercido, contrariamente a lo que sugiere la tendencia más reciente en la hermenéutica bíblica. (¿El modo más seguro para establecer la naturaleza de una semilla desconocida no es quizás ver qué tipo de planta nace de ella?).

Avanzando en la revelación, encontramos referencias cada vez más explícitas a una actividad creadora del soplo de Dios, en estrecha conexión con aquella de su palabra. “Por la palabra (dabar) del Señor se hicieron los cielos, por el soplo (ruach) de su boca sus ejércitos” (Sal 33, 6; cf. también Is 11.4: “Su palabra será una vara contra el violento, con el soplo de su boca matará al malvado”). Espíritu o soplo no indica ciertamente, en estos textos, el viento natural. A este texto se remite otro salmo cuando dice: “Envías tu espíritu y son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal 104, 30). Sea cual sea la interpretación que se le quiera dar, por ello, al Génesis 1,2, es cierto que la continuación de la Biblia atribuye al Espíritu de Dios un papel activo en la creación.

Esta línea de desarrollo se hace clarísima en el Nuevo Testamento, que describe la intervención del Espíritu Santo en la nueva creación, sirviéndose precisamente de las imágenes del soplo y del viento que se leen a propósito del origen del mundo (Jn 20, 22 con Gen 2,7). La idea de la ruach creadora no puede haber surgido de la nada. ¡No se puede, en un mismo comentario o edición de la Biblia, traducir Génesis 1,2 con “un viento de Dios sobre las aguas” y luego remitir a este mismo texto para explicar la paloma en el bautismo de Jesús![13].

No es por tanto incorrecto continuar refiriéndose a Gn 1,2 y a los demás testimonios posteriores, para encontrar en ellos un fundamento bíblico al papel creador del Espíritu Santo, como hacían los Padres. “Si adoptas esta explicación -decía san Basilio, seguido en ello por Lutero – sacarás gran provecho” [14]. Y es verdad: ver en el “Espíritu de Dios” que aleteaba sobre las aguas una primera referencia embrionaria a la acción creadora del Espíritu abre la comprensión de tantos pasajes sucesivos de la Biblia, de los que de otra forma su origen no tendría explicación.

4. Pascua, paso de la vejez a la juventud

Intentemos ahora señalar algunas consecuencias prácticas que esta visión bíblica del papel del Espíritu Santo puede tener para nuestra teología y para nuestra vida espiritual. En cuanto a las aplicaciones teológicas recuerdo sólo una: la participación de los cristianos en el empeño por el respeto y la salvaguardia de la creación. Para el creyente cristiano el ecologismo no es sólo una necesidad práctica de supervivencia o un problema solo político y económico, tiene un fundamento teológico. ¡La creación es obra del espíritu Santo!

Pablo nos habló de una creación que “gime y sufre con dolores de parto”. A este llanto de parto suyo, hoy se mezcla un llanto de agonía y muerte. La naturaleza está sometida, una vez más “sin su voluntad”, a una vanidad y corrupción, diversas de aquellas de orden espiritual que Pablo entendía, sino derivadas de la misma fuente que es el pecado y el egoísmo del hombre”.

El texto paulino que estamos meditando podría inspirar más de una consideración sobre el problema de la ecología: ¿nosotros que hemos recibido las primicias del espíritu estamos apresurando “la plena liberación del cosmos y su participación en la gloria de los hijos de Dios”, o la estamos retrasando, como todos los demás?

Pero vamos a la explicación más personal. Decimos que el hombre es un microcosmos; a él por tanto como individuo se aplica todo lo que hemos dicho en general del cosmos. El Espíritu Santo es aquel que hace pasar a a cada uno de nosotros del caos al cosmos: del desorden, de la confusión y de la dispersión, al orden, la unidad y la belleza. Esa belleza que consiste en ser conformes a la voluntad de Dios y a la imagen de Cristo, pasando del hombre viejo al hombre nuevo.

Con una referencia veladamente autobiográfica, el Apóstol escribía a los Corintios: “Si también nuestro hombre exterior se va deshaciendo, el interior se renueva día a día” (2 Cor 4,16). La evolución del espíritu no tiene lugar paralelamente a la del cuerpo, sino en sentido contrario.

En estos últimos días, a través de los tres Oscar que ha recibido y de la celebridad del protagonista, se ha hablado mucho de una película titulada “El curioso caso de Benjamin Button”, tomado de un relato del escritor Francis Scott Key Fitzgerald. Es la historia de un hombre que nace viejo, con los rasgos monstruosos de un ochentón, y creciendo, rejuvenece hasta morir como un verdadero niño. La historia es naturalmente paradójica, pero puede tener una aplicación verdadera si se transfiere al plano espiritual. Nosotros nacemos como “hombres viejos” y debemos convertirnos en “hombres nuevos”. ¡Toda la vida, no sólo la adolescencia, es una “edad evolutiva”!

¡Según el Evangelio, niños no se nace sino se llega a ser! Un Padre de la Iglesia, san Máximo de Turín, define la Pascua como un paso “de los pecados a la santidad, de los vicios a la virtud, de la vejez a la juventud, una juventud que se entiende no en edad, sino en sencillez. Éramos de hecho decadentes por la vejez de los pecados, pero por la resurrección de Cristo hemos sido renovados en la inocencia de los niños”[15].

La Cuaresma es el tiempo ideal para aplicarse a este rejuvenecimiento. Un prefacio de este tiempo dice: “Tu has establecido para tus hijos un tiempo de renovación espiritual, para que se conviertan a ti con todo el corazón, y libres de los fermentos del pecado vivan las vicisitudes de este mundo, orientados siempre hacia los bienes eternos”. Una oración, que se remonta al Sacramentario Gelasiano del siglo VII y que aún se usa en la vigilia pascual, proclama solemnemente: “Que todo el mundo vea y reconozca que lo que está destruido se reconstruye, lo que está envejecido se renueva, y todo vuelve a su integridad, por medio de Cristo que es el principio de todas las cosas”.

El Espíritu Santo es el alma de esta renovación y de este rejuvenecimiento. Comencemos nuestras jornadas diciendo, con el primer verso del himno en su honor: “Veni, creator Spiritus”: Ven Espíritu creador, renueva en mi vida el prodigio de la primera creación, aletea sobre el vacío, las tinieblas y el caos de mi corazón, y guíame hacia la realización plena del “diseño inteligente” de Dios sobre mi vida.


[1] Cf. S. Agostino, Esposizione sulla Lettera ai Romani, 45 (PL 35, 2074 s.).

[2] A. Giglioli, L'uomo o il creato? Ktisis in S. Paolo, Edizioni Dehoniane, Bologna 1994.

[3] H. Schlier, La lettera ai Romani, Paideia, Brescia 1982, p. 429.

[4] Virgilio, Eneide, I, 462.

[5] Cf. S. Ireneo, Adv. haer. V, 1,2; V,3,3.

[6] Cf. C. F. Mooney, Teilhard de Chardin et le mystère du Christ, Aubier, Paris 1966.

[7] M. Blondel et A. Valensin, Correspondance, Aubier, Parigi 1965.

[8] Gaudium et Spes, 26.

[9] Tommaso d'Aquino, Somma contro i gentili, IV, 20, n. 3570 (Marietti, Torino 1961, vol. 3, p. 286).

[10] S. Basilio, Sullo Spirito Santo, XVI, 38 (PG 32, 136).

[11] S. Ambrogio, Sullo Spirito Santo, II, 32.

[12] Così G. von Rad, in Genesi. Traduzione e commento di G. von Rad, Paideia, Brescia 1978, pp. 56-57; da notare, tuttavia, che in Enuma Elish il vento appare come un alleato del dio creatore, non un elemento ostile che gli si oppone: cf. R. J. Clifford-R. E. Murphy, in The New Jerome Biblical Commentary, 1990, p. 8-9.

[13] Così avviene nella "Bibbia di Gerusalemme": cf. note a Gen 1,2 e Mt 3,16 e in The New Jerome Biblical Commentary, Prentice Hall 1990, pp. 10 e 638.

[14] S. Basilio, Esamerone, II, 6 (SCh 26, p. 168); Lutero, Sulla Genesi (WA 42, p. 8)..

[15] S. Massimo di Torino, Sermo de sancta Pascha, 54,1 (CC 23, p. 218).

* * * * * * *

viernes, 6 de marzo de 2009

Revive una Congregación religiosa femenina en China tras 40 años de persecución

La Congregación de las Hermanitas de Santa Teresa del Niño Jesús, en la diócesis de Anguo, distrito de la provincia de Hebei, en China, está de enhorabuena por su crecimiento, año tras año después de un período de más de 40 años de aniquilamiento, lo que les permite estar presentes en varias diócesis de China continental donde realizan una importante labor social y pastoral. Los orígenes de esta congregación se han conocido gracias a la vida del lazarista belga, misionero en China, padre Vincent Lebbe.


(OMPress/ReL) El obispo Sun firmó el decreto el 4 de abril de 1928. El 3 de octubre de 1929 tomaron el hábito las primeras 16 postulantes. En las viejas revistas misionales y en “Les Annales de Ste Thérèse de Lisieux” se pueden leer relatos sobre su desarrollo en China y sobre la actividad de las Hermanas durante la guerra chino-japonesa (1937-1945).

Esta congregación de las Hermanitas de Santa Teresa del Niño Jesús ayudaron, en aquel entonces, al nacimiento y consolidación de dos Congregaciones religiosas chinas: las Hermanas de Nuestra Señora de China y las Hermanas de Nuestra Señora, la Inmaculada. Pero en 1952, las cosas empezaron a cambiar, ya que las Hermanas fueron dispersadas por el gobierno comunista. Muchas tuvieron que contraer matrimonio a la fuerza, y otras pudieron escapar viviendo en la clandestinidad.

En 1982, China comienza un periodo de mayor apertura en cuanto a libertad religiosa y es entonces cuando tres Hermanas supervivientes se propusieron relanzar la Congregación. En 1986 comenzaron a buscar nuevas vocaciones. Pidieron y obtuvieron de la oficina de asuntos religiosos la autorización del gobierno. Con ese fin enviaron sus estatutos a distintas diócesis del país. Desde febrero de 1987 comenzaron a llegar las nuevas postulantes. El 15 de octubre de 1990 se pudo contar con un grupo de seis Hermanas de votos simples. El 1 de octubre de 1996 un grupo de nueve Hermanas emitió los votos perpetuos. Era un renacer, tras 44 años de aniquilamiento. Celebraron su capítulo general con las elecciones.

En 2006 el estado devolvió a la Iglesia un tercio de los bienes confiscados, como también la clínica propiedad de las Hermanas en Anguo. Actualmente esta congregación nativa china cuenta con 48 miembros, de los que 32 son Hermanas de votos perpetuos, 10 Hermanas de votos simples, 2 novicias y 2 postulantes.


martes, 3 de marzo de 2009

Modelos de Evangelización

48273

por Kanbei, mié , 04-mar-2009, 07:00:29

Si queremos saber lo que es evangelización, voy a contar un caso que conozco de primera mano: mi propia parroquia.

Tres Cantos es si no me equivoco el municipio más joven de toda España...no llega a 30 años de existencia. En los comienzos, apenas había cuatro bloques de casas en mitad de un páramo, con una carretera, y desde esos comienzos está entre nosotros nuestro párroco don Antonio. Como al principio no había ni siquiera servicios públicos, él mismo se prestó a hacer labores de cartero, yendo a una población cercana todos los días a recoger las cartas que luego repartía entre los vecinos. Las reuniones parroquiales y misas creo que se hacían en casas, en módulos prefabricados y luego en un local, porque no había edificio parroquial. Tenemos edificio parroquial desde hace 18 años, y está ya que se nos cae (se ve que los materiales no eran muy buenos).

En estos años la parroquia a dado muchísimas vocaciones. Tenemos creo que 7 sacerdotes ordenados (más tres chicos en el seminario), y varios chicos y chicas que se han hecho religiosos. Los grupos de jóvenes, desde la propia preparación a la comunión hasta la confirmación tienen muchísima pujanza y raro es el año que no surge alguna nueva vocación (como curiosidad, diré que nuestro arzobispo viene en ocasiones a confirmar, pero a veces viene el vicario...no somos perfectos), y en la actualidad tenemos grupo de Biblia, de liturgia, catecumenado de adultos, grupo de matrimonios, adoración eucarística de jóvenes, adoración nocturna, vida ascendente, y se atiende a una residencia de ancianos cercana...ah, y se envía dinero y material escolar a una misión de centroamérica en la que a diario comen más de 100 niños. Como se puede ver, no es poca cosa en 25 años más o menos.

Todo lo anterior no surge porque nuestro párroco utilice las nuevas tecnologías...surgen de su entrega durante más de 25 años, entrega que le ha ido desgastando y minando la salud (no obstante, ahí está a sus 75 años, aunque ya no pueda dedicarse a tantas cosas); surgen de la entrega de los diversos coadjutores que han ido pasando por la parroquia, algunos por poco tiempo, otros por más; surgen por la entrega de numerosos laicos que dan su tiempo en impartir catequesis, en llevar la comunión a los enfermos, en atender cáritas y el servicio de búsqueda de empleo, en transportar alimentos durante la operación kilo, en ayudar en la liturgia de la palabra y en el acompañamiento de los ancianos de la residencia...bueno, y surgen fundamentalmente porque no se han puesto impedimentos (o no los suficientes) a la acción de Dios. En todo ello no hay métodos innovadores, ni estrategias ni planificaciones, sino simplemente entrega y fidelidad a la misión encomendada.

Fuente: Foros de El Testigo Fiel