Es básicamente una actitud afectiva que trata de trascender las limitaciones de las palabras y de las imágenes mentales humanas para llegar al punto de quietud donde Dios y el hombre se encuentran en silenciosa auto entrega.
San Teófanes, el recluso ruso, describe esta actitud:
“Orar es volver la mente y los pensamientos hacia Dios. Orar significa estar ante Dios con la mente, y también con la mente mirarle fijamente, conversar con él con temor reverencial y esperanza…
Lo principal es estar con la mente en el corazón ante Dios y seguir estando ante él incesantemente día y noche, hasta el final de la vida… Compórtate como quieras, con la condición de que aprendas a estar ante Dios con la mente en el corazón, porque en esto radica la esencia de la cuestión”.
En esa profunda oración interior ansiamos poseer más conscientemente la presencia viva del Señor Jesús Resucitado. Buscamos una “circuncisión del corazón” como la que el profeta Jeremías predicaba a los israelitas… (Jr 4,4)
Es al “corazón”, al nivel más profundo de conciencia de nosotros mismos como personas libres y amantes, adonde debemos acudir para experimentar íntima y profundamente el gran amor de Dios por nosotros.
Es en el corazón donde encontramos el lugar secreto de que habla Jesús (Mt. 6,6)y donde adoramos a nuestro Padre en silencio y en verdad.
Y es también en el corazón donde, con coraje y humildad, vemos las oscuras sombras de nuestra naturaleza. Nos encontramos frente a frente con las fuerzas diabólicas de todas nuestras pasadas experiencias que yacen reprimidas bajo máscaras, elaborados discursos y poses espirituales que anteriormente considerábamos esenciales para nuestra oración.
de “La oración del corazón”, pags. 84/85
de George Maloney, SJ - Sal Terrae- Santander 2009