Un ángel en la cárcel,
La monja de los presos
13 MAY 2012
Pepe Álvarez de las Asturias
"Ir a la cárcel parecía malo, pero ha sido una bendición". El dueño de estas palabras es un recluso del penal madrileño de Estremeras. Llena de paz; les habla de Dios y les enseña que su Amor también está allí con ellos, entre sus mismos barrotes. Cuando acaba la sesión de terapia evangelizadora, los presos experimentan un subidón que ninguna droga ha logrado provocarles antes. Es el efecto que produce 'sor Tripi'.
Esto sucede dos o tres días a la semana. La hermana Mari Luz abandona la plácida rutina contemplativa de su convento paulino,
atraviesa los muros de la prisión (ahora toca Estremeras, en Madrid) y
va recorriendo los patios y las galerías empujando su viejo carro
repleto de Biblias, devocionarios, oraciones y rosarios de plástico,
repartiendo aquí y allá.
Lleno de pupas y pus.
Algunos de los reclusos no disimulan su sorpresa, su burla o su desprecio; pero la mayoría muestra reverencial respeto -saben el bien que hace- cuando no verdadera devoción. Se acercan a sor Mari Luz y ella les hace la señal de la cruz en la frente. A muchos los ha transformado por completo;
ayer eran asesinos o traficantes y hoy son sus evangelizadores; ayer
eran agresivos y estaban llenos de odio -hacia la sociedad y hacia sí
mismos- y hoy pasean por el patio con el blanco rosario en su muñeca y
el Amor de Dios en su corazón, dando testimonio de su fe ante otros
presos. Ayer sus ojos decían que estaban en el infierno y hoy su paz
interior dice que ya no.
"Este chico estaba lleno de pupas y con pus. Al principio me causó
repugnancia pero después fui, le di un abrazo y le dije: toma esta
Palabra, es para ti. Dios te ama, eres precioso y quiere hacer de ti un
líder. Y me dijo: 'Pero si yo no tengo fe ni nada. ¡La voy a palmar!'. Le hablé del poder sanador de Dios y hoy es un gran evangelizador".
Es el secreto de sor Mari Luz: cada uno de sus "preciosos" es único; los llama por su nombre y conoce su historia, su drama; no importa el delito cometido ("Yo
nunca les pregunto qué han hecho. Si quieren desahogarse, me lo
cuentan"), ni la enfermedad que padezcan (contagiosa o no), ni su país
de origen (Brasil, Ecuador, Marruecos, Perú, España…), ni siquiera sus
creencias (musulmanes, agnósticos, renegados). Lo importante es que en la hermana encuentran comprensión y respeto, amor y esperanza;
y eso, entre los gruesos muros de cualquier prisión, es un tesoro. Una
tabla de salvación en un tempestuoso mar de miedos y odios.
De permiso en la JMJ
Muchos de los reclusos adictos a sor Tripi han recuperado la fe de su infancia (cultural o familiar), pero otros tantos han encontrado a Dios, su Amor gratuito, por primera vez: "¿Eso es verdad?, ¿Dios me quiere?, ¿A mí?". Y con Él se han encontrado también a sí mismos como personas, como seres humanos dignos de serlo. Incluso los presos a priori más irrecuperables han experimentado "las mayores preciosidades de conversión",
en palabras de sor Mari Luz. Ella es ahora la madre que no tienen, el
hombro en el que llorar, la abogada que tercia en su favor para lograr
un breve permiso o la voluntaria que pasea con ellos por las calles de
Madrid en plena JMJ, todos con su camiseta, su mochila y su gorra.
A sus 72 años, esta madre Teresa de los presos no ha perdido un gramo de su energía, desde que, hace ya treinta años, comenzara su labor evangelizadora de prisión en prisión. Hoy sigue manteniendo la misma vocación de servicio, igual cantidad de bondad y generosidad que aquella primera vez, en Yeserías, cuando a petición de una madre desesperada acudió a visitar a una joven reclusa; una visita que cambió la vida de la reclusa, y también la de sor Mari Luz, que fundó un grupo de oración en las cárceles de España.
Hoy son cientos los reclusos que han transformado sus vidas y
encontrado un alivio a su infierno gracias a la labor de la hermana Mari
Luz. Y los que quedan, porque esta hija de la Caridad no tiene ninguna
intención de abandonar su misión. "Me jubilaré cuando vaya al Cielo". Allí se encontrará a más de uno de sus preciosos.
Datos
La Pastoral Penitenciaria, en la que colaboran laicos, religiosas y sacerdotes, se ofrece en todas las prisiones españolas. Su misión, ayudar a los reclusos y a sus familias.146 capellanes y 2.793 voluntarios asisten a cientos de presos cada día.
En sus 68 centros de asistencia, la Iglesia Católica ayuda a más de 6.000 víctimas de violencia y ex prostitutas. Gestiona también 31 centros para enfermos de sida.
Cuenta con más de 4.000 centros específicos en los que atiende a un total de 2,7 millones de necesitados: inmigrantes, toxicómanos, minusválidos, ancianos, huérfanos….
Dentro de su labor sanitaria, la Iglesia asiste a más de un millón de personas al año en sus 86 centros hospitalarios, 55 ambulatorios y dispensarios y una leprosería.
También promueve el trabajo a través de 272 centros en los que se cuentan cerca de 80.000 asistidos; y ofrece asistencia jurídica a miles de personas en sus 53 centros.
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