viernes, 23 de febrero de 2007

Messori revela nombres y apellidos de "lobbys" anticristianos

Denuncia a OMS, homosexuales, masones, farmacéuticas y ecologistas

MADRID, 22 Feb. 07 / 08:37 am (ACI).- El periodista y escritor Vittorio Messori denunció que la Organización Mundial de la Salud (OMS), ciertos sectores de la masonería, asociaciones homosexuales, multinacionales farmacéuticas y potentes organizaciones ecologistas constituyen "lobbys" anticatólicos que "odian el cristianismo por nostalgia del paganismo".

En una entrevista al diario italiano La Stampa y traducida al español por La Razón, el articulista italiano asegura, en sintonía con el Papa Benedicto XVI, que "la acción de estos influyentes grupos de presión no se dirige sólo hacia el matrimonio y la familia desde la perspectiva de la fe, sino contra todo el complejo ético y moral de la Iglesia".

Tras describirlos como círculos liberales radicales "de lo políticamente correcto", Messori precisó que habla "por ejemplo, de la OMS en temas de contracepción, aborto, diagnóstico prenatal para eliminar a los fetos con malformaciones; también de algunas siglas importantes del medio ambiente que querrían liberarse del Evangelio para recuperar nostalgias paganas o ciertos sectores de la masonería que, sobre todo en los países latinos y bajo influencias francesas y españolas, son hostiles a la moral católica".

Estos "‘lobbys’ a los que se refiere el Papa" son también las "grandes organizaciones de homosexuales, muchas de matriz anglosajona. Los gays, como todas las minorías, a menudo se pelean en el seno de sus comunidades, pero especialmente en los EEUU superan sus desavenencias en la aversión prácticamente unánime de la ética ‘papista’".

"Después -continúa- está la colosal industria farmacéutica, el negocio más rentable de la economía global, que obtiene ganancias formidables de la producción de píldoras anticonceptivas, preservativos y otros fármacos e instrumentos que contradicen con los hechos las indicaciones de la Iglesia".

Zapatero: caricatura de lo "éticamente correcto"

El periodista católico advierte en la entrevista sobre los grupos de presión políticos que atacan a la familia, "sobre todo ciertos influyentes sectores del Partido Socialista Europeo, ese grupo europarlamentario que no ha aceptado al católico Rocco Buttiglione como comisario solo porque no ha ocultado que es creyente; los mismos que no han querido mencionar las raíces cristianas en el texto de la Constitución Europea".

Al respecto, y tras calificar al Presidente español José Luis Rodríguez Zapatero de "cabecilla casi caricaturesco de lo ‘éticamente correcto’ que impera en Bruselas", de "un radicalismo de masas que ve en la Iglesia a su enemigo jurado", Messori asegura que el "odio hacia el cristianismo" de estos grupos explica su "deseo de cerrar un paréntesis evangélico que ha durado veinte siglos".


El problema está en casa

El conocido apologista católico no solo reconoce y agradece desde una perspectiva providencial los ataques frontales que sufre la Iglesia desde fuera sino que lamenta las dificultades en su interior: "A veces tengo la impresión de que el Papa es un jefe sin tropas", expresa.

"Hoy asistimos a una especie de cisma sumergido de los creyentes que, sin manifestarlo públicamente, no obedecen en privado a las normas morales de la Iglesia. Son los que, si les preguntas, se dicen católicos, incluso van a Misa, pero no siguen las directivas sobre ética sexual y familiar. Desde el uso de los métodos contraceptivos a la aceptación del divorcio, a la convivencia, la homosexualidad o incluso el aborto".

Finalmente, el periodista critica la incoherencia entre doctrina y praxis de los políticos que se postulan así mismos como defensores a "ultranza" de la Iglesia y la familia. Como muestra de ello menciona a los líderes italianos de la CdL (la coalición italiana de centro derecha) contrarios a las nuevas leyes de parejas de hecho (DICO). "Están todos, pero absolutamente todos, en una situación familiar que para la Iglesia es irregular", señala.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Cuaresma, el Camino hacia la Pascua

Desde los inicios de la historia del cristianismo la Iglesia toma conciencia de que la Pascua es el centro de su vida. Los cristianos de los primeros siglos viven fascinados por el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo que viene a restaurar al hombre, la historia y el universo. Por esto,
y siguiendo su mandato, advierten la urgencia de una celebración única, con referencia efectiva a la Pascua donde se actualice la Cena dominical, actualizando la muerte y resurrección de Jesús.

Ya en el siglo II, el pueblo cristiano reserva un domingo particular para celebrar la Pascua. Pero para dignificarlo es necesario prepararlo con oración y ayuno.

Por otra parte con la institución, fruto del Espíritu Santo, de la Iniciación cristiana en la noche de la Pascua hace a ésta la fiesta principal de los cristianos. Es el propio san Pablo en su carta a los Romanos quien nos enseña que el Bautismo es la perfecta conformación con la muerte y la resurrección de Cristo (Cf. Rm 6,3-5). Con el tiempo, aparecerá y se desarrollará un período de instrucción catequética, moral y espiritual pensada
especialmente para los catecúmenos que recibirán su inminente
Iniciación. La ascesis cuaresmal propia de cada cristiano se abre así a las necesidades de aquellos que se encaminan hacia la fe bautismal.

Cuando tiempo después el Jueves Santo se convirtió en el día fijado para la reconciliación de los penitentes, haría que toda la comunidad cristiana asumiera el tiempo cuaresmal como tiempo de conversión y renovación a través de la ascesis y la oración.

Todos estos motivos con sus enriquecimientos históricos, con sus
luces y sombras, que el Concilio Vaticano II ha intentado purificar, ha llevado a la Iglesia, siguiendo la más genuina Tradición, a la configuración de la Cuaresma, el Triduo pascual y la cincuentena pascual tal y como se celebra hoy y se recoge en los Libros litúrgicos.


II Segunda parte

Cuaresma es una palabra que significa “cuarenta”. Estos cuarentas días, la Iglesia revive el significado que tuvo para los padres de Israel su peregrinación hacia la tierra prometida. De aquí la oportunidad de meditar, en éste ciclo, los libros del Éxodo, del Levítico, y de los Números (años pares) o del Deuteronomio (años impares).

También Jesús quiso experimentar personalmente el significado de los cuarenta años del desierto, inaugurando su misión mesiánica con una estancia en el mismo. Para la Iglesia, pues, éste período significa un camino de desierto y austeridad, para llegar, por medio de la penitencia, a la verdadera libertad de la Pascua definitiva.

Durante estos días, el pueblo cristiano emprende un camino de esfuerzo liberador. En éste contexto, la privaciones cuaresmales quieren ser un instrumento, a la vez operante y simbólico, de su camino: Abstenerse de ciertos bienes materiales ayuda a descubrir el valor de los bienes más definitivos, que no son los que vemos con nuestros ojos, sino los que aún no podemos contemplar. Éste es el sentido de las oraciones cuaresmales, que con tanta frecuencia, aluden a la penitencia, al ayuno, a la mortificación corporal y a las privaciones.

Los formularios de la Liturgia de las Horas nos presentan la Cuaresma como dividida en tres etapas dinámicamente relacionadas y como en un “crescendo” que nos hace pasar del esfuerzo ascético personal a la comunión con la Pascua de Cristo. En las cuatros primeras semanas, se insiste, sobre todo (excepto en los viernes), en la penitencia y en la conversión.

A partir del lunes de la quinta semana (en la totalidad de los viernes, día de la muerte del Señor), los textos insisten, cada vez más, en la contemplación de la pasión; con ello, se quiere significar que nuestra penitencia y nuestros esfuerzos cuaresmales cobran su mayor valor cuándo se unen a la lucha de Jesús en su camino de obediencia al Padre; así, la penitencia cristiana no es un puro ejercicio ascético, sino comunión con el misterio salvador de Cristo.

En la última semana (Semana Santa), las alusiones a la Pasión son aún más frecuentes quedando ya en la penumbra la penitencia personal.

Por lo que se refiere a los formularios litúrgicos, hay que subrayar los siguiente:

a) la supresión del Aleluya, que ayuda a revivir su significado en las fiestas pascuales;
b) los signos: los de las primeras semanas aluden a la penitencia; los de las dos últimas semanas, (y los de los viernes), a la victoria de la Cruz;
c) las lecturas breves: en las primeras semanas, invitan a la conversión; en las dos últimas semanas (y en los viernes), presentan al Señor en su pasión;
d) la lectura de Laudes de los domingos presenta la Cuaresma en su vertiente de camino de alegría, camino de Pascua;
e) el cántico de las segundas Vísperas de los domingos, distinto del que se usa durante el resto del año, que nos hace comulgar con el camino doloroso del Señor.

Especialmente sugestivas son las lecturas del Oficio de lectura (que pueden suplir la lectura breve de Laudes o Vísperas): en los años impares, se leen diversos fragmentos del Libro del Deuteronomio (invitación a meditar la salida de Egipto, en vistas a la conversión personal) y la carta a los Hebreos (contemplación de la Pascua de Jesús que, a través de su muerte, llega al Reino de Dios, verdadera tierra de promisión); en los años pares, se ofrece una visión panorámica de la liberación Pascual del antigua Alianza, imagen de la Pascua cristiana, tomada de los Libros del Éxodo, del Levítico y de los Números)

Fuente: Edición de la Liturgia de las Horas para los fieles, Editorial Regina, Mallorca 87-89, Barcelona 29, España. 2006

III Tercera parte

Para poder hacer teología de cualquier tiempo litúrgico debemos partir de los textos escogidos de la Palabra de Dios, la eucología, otras oraciones, sin olvidar la "piedad popular" que expresan y actualizan los misterios de Cristo celebrados durante el Año litúrgico.

En concreto la Cuaresma se interpreta teológicamente a partir del Misterio pascual, celebrado en el Triduo sacro, y unido a la celebración de los sacramentos de Iniciación cristiana y al sacramento de la Penitencia.

El acento se debe situar en la acción purificadora y santificadora del Señor. Las obras ascéticas y penitenciales deben ser signo de la participación en el misterio de Cristo, que hizo penitencia por nosotros ayunando en el desierto.

La Iglesia, al comenzar el camino cuaresmal, toma conciencia de que el Señor mismo da eficacia a la penitencia de sus fieles, por lo que esta penitencia adquiere el valor de acción litúrgica, es decir, acción de Cristo y de su Iglesia. Todo esto está recogido en la eucología del primer domingo de cuaresma:

"Al celebrar un año más la santa cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud" (Colecta); lo mismo lo encontramos en el Prefacio: "El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal..."; y también en la oración postcomunión: "...te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero...".

La cuaresma, como se ha insinuado, debe tener un carácter bautismal, sobre el que se funda el penitencial. La Iglesia es una comunidad pascual porque es bautismal. Esto se puede afirmar no sólo porque se entra en ella mediante el Bautismo, sino sobre todo en el sentido de que la Iglesia está llamada a manifestar con una vida de continua conversión el sacramento que la genera.

De aquí también el carácter eclesial de la cuaresma. Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Señor y Salvador.

No podemos concluir la reflexión sobre la cuaresma sin hacer referencia a los tres pilares que son la consecuencia y el fruto de la conversión cuaresmal, como nos dicen los Padres de la Iglesia: limosna, oración y ayuno. La fuente evangélica de estas actitudes son el eco de las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: "Cuando hagáis limosna... cuando oréis... cuando ayunéis" (Mt 6,2.5.16). Justo este evangelio es el
que se proclama el Miércoles de Ceniza y con el que se inicia la Santa cuaresma.


Cuaresma, cuarenta días que nos conducen hacia el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo.


Sermón de San Máximo de Turín (+420) sobre la Santa Cuaresma
Sermón 28; PL 587


“En el momento favorable te escuché; el día de la salvación te auxilié”. (cf Is 49,8). El apóstol Pablo continúa la cita por estas palabras: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.” (2Cor 6,2). Por mi parte, os hago testimonios de que han llegado los días de salvación, ha llegado, de algún modo, el tiempo de la curación espiritual. Podemos cuidar todas las llagas de nuestros vicios, todas las heridas de nuestros pecados, si lo pedimos al médico de nuestras almas, si...no descuidamos ninguno de sus preceptos....

El médico es Nuestro Señor Jesucristo, quien dijo. “Soy yo quien da la vida y la muerte (Dt 32,39) El Señor primero da la muerte, luego la vida. Por el bautismo, el Señor destruye en nosotros el adulterio, el homicidio, los crímenes y robos. Luego, nos hace vivir como hombres nuevos en la inmortalidad eterna. Morimos a nuestros pecados, evidentemente, por el bautismo, volvemos a la vida gracias al Espíritu de vida... Entreguémonos a nuestro médico con paciencia para recobrar la salud. Todo lo que habrá descubierto en nosotros, como indigno, manchado por el pecado, comido por las úlceras, lo cortará, lo zanjará, lo retirará para que no quede nada de todo esto en nosotros, sino sólo lo que pertenece a Dios.

La primera prescripción suya es: consagrarse durante cuarenta días al ayuno, a la oración, a las vigilias. El ayuno cura la molicie, la oración alimenta el alma religiosa, las vigilias echan fuera las trampas del diablo. Después de este tiempo consagrado a estas observancias, el alma purificada y probada por tantas prácticas, llega al bautismo. Recobra fuerzas sepultándose en las aguas del Espíritu: todo lo que fue quemado por las llamas de las enfermedades renace en el rocío de la gracia del cielo... Por un nuevo nacimiento, nacemos transformados.

sábado, 17 de febrero de 2007

Juliette Binoche: "El evangelio de san Juan es un pozo de luz"


La actriz preferida de Kieslowski, Goddard o Malle, ganadora de un óscar por "El paciente inglés" e inolvidable intérprete de "Chocolat", ha defendido siempre en público la importancia de la espiritualidad.

En unas recientes declaraciones ha reflexionado sobre su fe: "El primer ejemplo cristiano que recuerdo es el de mi madre, de origen polaco. De mis colegios católicos guardo un buen recuerdo, el cristianismo que encontré allí era realmente ecuménico", explica. En la adolescencia descubrió la comunidad ecuménica de Taizé: "Yo estudiaba en un colegio religioso que organizaba fines de semana allí. Fue una revelación, uno de los grandes momentos de alegría de mi vida, llegábamos de todos los lugares del mundo para rezar y cantar".

Asegura que en su vida ha tenido "dudas, momentos de vacío y de rabia", pero a pesar de todo, sus convicciones nunca se han derrumbado: "Desde muy pequeña me he sentido acompañada. En el silencio y la soledad me siento raramente sola". Y añade: "Para mí la espiritualidad nunca ha pasado por lo racional. Yo reacciono de un modo más físico que intelectual"·

Binoche asegura que en el evangelio de san Juan ha descubierto "un pozo de luz sin fondo" en el cual se sumerge regularmente: "Este evangelio es una mina, sobre todo el prólogo, un abismo que exprime el misterio del Verbo hecho carne. El hecho de que Cristo sea divino y humano, que sea el puente, que tome todos los colores de lo humano para llevar nos a lo divino, ¡es algo tan grande!" , sostiene.El mundo del cine ha agradecido siempre las interpretaciones de la Binoche. Obtuvo un óscar, estuvo nominada a otro por "Chocolat" y hace apenas un año volvió a sorprender con su interpretación en "Mary", del director norteamericano Abel Ferrara. En la película, la actriz en muchos aspectos se interpreta a sí misma, y se ha dicho que existen una cierta resonancia autobiográfica en el papel que Binoche interpreta en la película. En "Mary", Binoche interpreta a una actriz que rueda una película sobre María Magdalena y queda conmovida espiritualmente.

Resuena todavía el eco de las palabras de la actriz: "El cine es dejar pasar la luz a través de uno mismo. Está muy bien tener un espíritu crítico, pero ser crítico todo el rato no es bueno. Se emplea más energía en demoler que en construir y ya no se participa del fuego creativo de la vida, en transformar nuestras tinieblas en luz". Y concluye, confiada: "Yo creo que hasta en el fondo del infierno queda siempre un punto de luz. ¡Y yo he tenido siempre tanto deseo de alcanzarlo...!".



07.02.07 La Razón

Como modos hay de enamorarse


Si quieres conocer a una persona,no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama.
San Agustín

La pregunta sobre qué quiere Dios de mí es una pregunta personalísima, de respuesta también personalísima. No hay recetas hechas. No hay fórmulas exactas para saber cuál es la propia vocación. Dios no se repite. No hay un atlas donde, como sucede con las estrellas, uno pueda buscar y reconocer la suya. Dios llama de modos tan distintos como modos hay de enamorarse. Nos llama y nos habla de forma singular. A algunos santos, Dios les sugirió oscuramente su vocación desde su niñez: a Santa Catalina de Siena con una visión, a San Juan Bosco con un sueño. Pero fueron la excepción, y además, ellos no descubrieron el significado de aquella llamada hasta bastante tiempo más tarde.

A veces, Dios da su gracia de un modo llamativo, casi estruendoso, como hizo con San Pablo. También fue tumbativa la conversión de Paul Claudel, un literato francés que había perdido la fe muy joven, y a quien, la noche de Navidad de 1886, un taxi lo dejó, por casualidad, a las puertas de Notre Dame, en París. Se quedó solo en la gran explanada, frente a la catedral. Contempló la imponente fachada gótica con el gran rosetón central, fulgurante y multicolor en la oscuridad. Se escuchaban los cantos que celebraban la Nochebuena. Decidió entrar. El templo estaba abarrotado. Se fue abriendo paso entre la multitud, hasta llegar junto a la imagen de la Virgen.

Y fue entonces, mientras escuchaba el "Magníficat", cuando se produjo su conversión. "Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía. Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre, que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente, tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: "¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!". Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste Fideles aumentaba mi emoción."

En su interior se mezclaban sentimientos contrapuestos. "La religión católica seguía pareciéndome el mismo tesoro de absurdas anécdotas. Sus sacerdotes y fieles me inspiraban la misma aversión, que llegaba hasta el odio y el asco. Esta resistencia mía duró cuatro años. Me atrevo a decir que realicé una defensa valiente. Y la lucha fue leal y completa. Nada se omitió. Utilicé todos los medios de resistencia imaginables y tuve que abandonar, una tras otra, las armas que de nada me servían. Esta fue la gran crisis de mi existencia, esta agonía del pensamiento sobre la que Arthur Rimbaud escribió: "El combate espiritual es tan brutal como las batallas entre los hombres. ¡Dura noche!". Los jóvenes que abandonan tan fácilmente la fe, no saben lo que cuesta reencontrarla, y a precio de qué torturas."

Había en el interior de Paul Claudel un "hombre nuevo" que le empujaba a cambiar de vida. Pero seguía también el "hombre viejo", que resistía con todas sus fuerzas y no quería entregarse a esta nueva vida que se abría ante él. "¿Debo confesarlo? El sentimiento que más me impedía manifestar mi convicción era el miedo a la opinión de los demás. El pensamiento de revelar a todos mi conversión y decírselo a mis padres…, manifestarme como uno de los tan ridiculizados católicos…, todo eso me producía un sudor frío. Y, de momento, me sublevaba, incluso, la violencia interior que se me había hecho. Pero sentía sobre mí una mano firme. (…) No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico. (...) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios, fue la Iglesia. ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!".

Decidió entregarse a Dios. Al principio, pensaba que la vida religiosa era lo suyo. Pero al poco de estar en un convento le dijeron que probablemente aquel no era su camino. Volvió a insistir en otro lugar, un tiempo más tarde, y volvieron a decirle lo mismo. Le aconsejaron que pensara si quizá Dios no lo quería como fraile, sino en el ejercicio de la diplomacia y en el cultivo de la literatura. Entendió entonces que aquella era la voz de Dios, que le llegaba por encima de sus deseos e impresiones iniciales. Y fue un gran diplomático y una de las glorias literarias de Francia. Sirvió eficacísimamente a la Iglesia con su trabajo y con su pluma. Con el tiempo, comprendió que sus primeras decisiones fueron solo recodos de un camino que le llevaba derechamente a conocer la voluntad de Dios.

Esta suele ser la situación en la que se encuentra el alma antes de decidirse. No ve con nitidez, no escucha con claridad. Solo se tiene una inquietud, una intuición. Una llamada aún poco perceptible, pero muchas veces no por eso menos real. ¿Dónde me quiere Dios? ¿Para qué? Hay que aguzar el oído, rezar, insistir al Espíritu Santo que nos dé luz, pedir consejo.

-Pero quizá es mejor que estas cosas tan personales se decidan por uno mismo, sin dejarse influir por consejos de nadie.

Las decisiones personales importantes han de tomarse de modo personal, pero la gente inteligente y sensata las toma ayudándose del consejo de quienes le merecen confianza y autoridad moral. A veces desde fuera se ven las cosas con más objetividad, no porque desde fuera se vea mejor la vocación, sino porque desde fuera nos pueden ayudar a reflexionar sobre cómo son nuestras disposiciones de generosidad, o si, por su experiencia, juzgan que tenemos o no las condiciones necesarias para seguir un determinado camino en una determinada institución de la Iglesia.

La clave es a quién se pide ese consejo, y cómo se recibe. Hay que buscarlo en personas que posean la ecuanimidad y la rectitud necesarias para una cuestión tan importante. Y hay que recibirlo sin dejarse influir por quienes nos parece que nos empujan a seguir con precipitación un entusiasmo pasajero, y al tiempo sin dejarse convencer por quienes nos invitan a guiarnos por el egoísmo o a dejar siempre las cosas para más adelante.

Debemos pedir consejo a personas que tengan la necesaria rectitud y consideración hacia lo sagrado de la conciencia. A ese cuidado y esa solicitud se refería San Josemaría Escrivá cuando explicaba: "Si interesa mi testimonio personal, puedo decir que he concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana. Ese modo de obrar y ese espíritu se basan en el respeto a la trascendencia de la verdad revelada, y en el amor a la libertad de la humana criatura. Podría añadir que se basa también en la certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar".

Toda ayuda espiritual, igual que todo apostolado o proselitismo, es siempre dar luz a las personas para que cada una, día a día, vaya descubriendo su camino y lo siga. Quien da ese consejo, debe tenerlo presente; y quien lo recibe, debe comprender que, lógicamente, no basta con el consejo para resolver nuestro discernimiento, pues el discernimiento de la vocación es siempre personal. Es cierto que otros pueden ayudarnos mucho, como se ve en la historia personal de todos los santos a lo largo de la historia de la Iglesia.

Así sucedió, por ejemplo, a Santa Juana Francisca de Chantal. En el año 1601 falleció su marido, el Barón de Chantal, y ella quedó viuda con veintinueve años y cuatro hijos. Juana Francisca pedía constantemente a Dios que pusiera en su camino un director espiritual verdaderamente santo, capaz de ayudarla a conocer y cumplir su voluntad. En 1604 conoció a San Francisco de Sales, y enseguida comprendió que era la persona que ella buscaba. Juana Francisca se dedicó a educar a sus hijos, a administrar los muchos bienes que le había dejado su marido y a hacer numerosas obras de caridad con los pobres y enfermos que ella iba a visitar o que acudían al Castillo de Monthelon, donde vivía. Pasados los años, cuando sus hijos estuvieron ya preparados para valerse por sí mismos, ella decidió hacerse religiosa. Pero su familia se opuso totalmente. Su padre, que aún vivía, le suplicaba que no se alejara de los suyos, su hijo mayor se tendió por tierra ante el dintel de la puerta diciendo que tendría que pasar sobre él si quería irse. Pero ella seguía inconmovible en su determinación de seguir su vocación. Pasó sobre el cuerpo de su muy amado hijo, y casi desmayada por su inmenso pesar, encontró frente a la casa a su padre, se postró de rodillas ante él y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: "No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en su casa. Ruega por mí".

San Francisco de Sales encontró en Juana Francisca de Chantal la persona ideal para comenzar la fundación de una nueva comunidad de religiosas que visitaran a los pobres, de ahí su nombre de Hermanas de la Visitación de la Santísima Virgen. Resultó ser una mujer con grandes dotes de gobierno, que caminaba de ciudad en ciudad organizando nuevas comunidades en todas las provincias de Francia. Pero en 1622 falleció San Francisco de Sales y quedó ella sola al frente de una numerosa comunidad recién fundada. Buscó entonces la ayuda de San Vicente de Paul, que sería en lo sucesivo su director espiritual. Cuando fallece Juana Francisca, en 1641, hay ya ochenta y tres conventos de la Visitación en varios países de Europa. Todos sus parientes se alegrarán después y se felicitarán por pertenecer a la familia de una persona de tanta fama de santidad. Y ella siempre estuvo enormemente agradecida a la ayuda y el consejo que recibió de personas tan santas, que supieron orientarla con sabiduría y fueron decisivas para conocer su propia vocación y ser fiel a ella.


Alfonso Aguiló Interrogantes.net

viernes, 2 de febrero de 2007

Se trata de un himno al amor...

Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, IV del Tiempo Ordinario.

Jeremías 1, 4-5.17-19; I Corintios 12, 31-13,13; Lucas 4, 21-30

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Dedicamos nuestra reflexión a la segunda lectura, donde encontramos un mensaje importantísimo. Se trata del célebre himno de San Pablo a la caridad. Caridad es el término religioso para decir amor. Por lo tanto se trata de un himno al amor, tal vez el más célebre y sublime que jamás se haya escrito.

Cuando apareció en el ámbito del mundo el cristianismo, el amor había tenido ya diversos cantores. El más ilustre había sido Platón, quien había escrito sobre él un tratado entero. El nombre común del amor era entones eros (de ahí los términos actuales erótico y erotismo). El cristianismo percibió que este amor pasional de búsqueda y de deseo no bastaba para expresar la novedad del concepto bíblico. Por ello evitó completamente el término eros y le sustituyó el de agape, que se debería traducir por dilección o caridad, si este término no hubiera adquirido ya un sentido demasiado restringido (hacer caridad, obras de caridad).

La diferencia principal entre los dos amores es ésta. El amor de deseo, o erótico, es exclusivo; se consuma entre dos personas; la intromisión de una tercera persona significaría su final, la traición. A veces hasta la llegada de un hijo puede poner en crisis este tipo de amor. El amor de donación, o agape, al contrario, abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo. La fórmula clásica del primer amor es la que oímos en labios de Violeta en la Traviata de Verdi: «Ámame Alfredo, ámame cuanto yo te amo». La fórmula clásica de la caridad es aquella de Jesús que dice: «Como yo os he amado, amaos así los unos a los otros». Éste es un amor hecho para circular, para expandirse. Otra diferencia es ésta. El amor erótico, en la forma más típica, que es el enamoramiento, por su naturaleza no dura mucho tiempo, o dura sólo cambiando de objeto, esto es, enamorándose sucesivamente de varias personas. De la caridad San Pablo dice en cambio que «permanece», es más, es lo único que permanece eternamente, incluso después de que hayan cesado la fe y la esperanza.

Entre los dos amores sin embargo –el de búsqueda y el de donación- no existe separación clara ni contraposición, sino más bien desarrollo, crecimiento. El primero, el eros, es para nosotros el punto de partida; el segundo, la caridad, el punto de llegada. Entre ambos existe todo el espacio para una educación al amor y un crecimiento en él. Tomemos el caso más común, que es el amor de pareja. En el amor entre esposos, al principio prevalecerá el eros, la atracción, el deseo recíproco, la conquista del otro, y por lo tanto un cierto egoísmo. Si este amor no se esfuerza por enriquecerse, poco a poco, de una dimensión nueva, hecha de gratuidad, de ternura recíproca, de capacidad de olvidarse por el otro y de proyectarse en los hijos, todos sabemos cómo acabará.

El mensaje de Pablo es de gran actualidad. El mundo del espectáculo y de la publicidad parece hoy empeñado en inculcar a los jóvenes que el amor se reduce al eros y el eros al sexo. Que la vida es un idilio continuo en un mundo donde todo es bello, joven, saludable; donde no existe vejez, enfermedad y todos pueden gastar cuanto quieran. Pero ésta es una colosal falsedad que genera expectativas desproporcionadas, que desilusiona provocando frustraciones, rebelión contra la familia y la sociedad, y abre a menudo la puerta al delito. La Palabra de Dios nos ayuda a que no se apague del todo en la gente el sentido crítico frente a lo que diariamente se le propina.

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Una consagración para la Vida

En el Discurso que Benedicto XVI dirigió a los superiores y superioras generales de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, el día 22 de mayo de 2006, vino a indicar, con una claridad meridiana, cuál es la causa de que muchas personas dediquen su vida a Dios, hagan de su existencia un ofrecimiento al Creador, reuniéndose, así, con lo divino y tratando de trasladar, en lo posible, a este mundo muchas veces torcido, los valores mismos que la devoción encierra.

Esto era que esa causa era el «quedar transformados por el esplendor de la belleza» y que, por si eso fuera poco, «pertenecer totalmente a Cristo» (tal es la sustancia misma de la vida consagrada) quería, quiere, decir, «arder con su amor incandescente». Y esto, claro, dicha forma de actuar, tiene su raíz, radica, en las mociones del Espíritu Santo que «ha dado formas siempre nuevas de vida evangélica a través de la obra de fundadores y de fundadoras que han transmitido a una familia de hijos e hijas su carisma» (esto último lo había dicho el Santo Padre en una Carta enviada a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación vaticana de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica celebrada entre el 26 y 27 de septiembre de 2005)

Pues bien, el día 2 de febrero de este 2007 se celebra, a nivel mundial, una jornada muy especial pues está dedicada al recordatorio de una entrega que es, como hemos dicho, también muy especial. Ese día, para que no olvidemos, si es que lo hacemos y es que se hace, a aquellas personas que consagran su vida a eso, precisamente, a llevar una vida consagrada dedicada a los demás, a los que más necesitan su ayuda. De ahí que la denominación de la citada jornada, Jornada Mundial de la Vida Consagrada diga, con bastante claridad, lo que, en el fondo, significa.

Todos tenemos conocimiento de la entrega de las personas que consagran su vida a Dios y, por eso mismo, a los demás, bien sea en Órdenes e Institutos religiosos, Sociedades de vida apostólica, Institutos seculares, etc. En los más diversos campos podemos encontrarlos: en la catequesis; en la educación; en la promoción de aspectos culturales; en la obra de evangelización en sentido estricto; en la ayuda a los necesitados de las naciones más empobrecidas o pobres; en la contemplación y en la oración. También podemos encontrarlas, a estas personas, junto a las familias; junto a los enfermos y a las personas que se encuentran solas (sean ancianos o no lo sean); junto a quienes quieren tener conocimiento de la Palabra de Dios; junto a quienes se sienten perdidos en este mundo y buscan respuestas a su angustia; en la promoción de la Verdad y la difusión, en el mundo, del encuentro con el otro, aunque no sea hermano en la fe (pensemos, por ejemplo, en la labor que se hace en naciones en las que el cristianismo no es, precisamente, la religión de más arraigo); junto a quienes, todos los de antes y otros, necesitan un amor que les guarde de las asechanzas del mundo y de su vida; junto a quienes desean conocer el verdadero rostro de Dios que conocen por su cercanía buscada y aceptada y, también, junto a quienes son, por su fraternidad, hermanos todos hijos del mismo Padre.

Este año, el lema que hace que celebremos este día, es «Vida consagrada y familia» —Huellas de la Trinidad en la Historia— y tiene su raíz en la Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II Magno sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (Vita consecrata) donde se dice que «La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza» y tiene, quizá, como intención, el hecho de que esa célula básica de la sociedad tan menospreciada, a veces, como es la familia, sea reflejo de ese amor a Dios y, entonces, sea consecuente con esos valores y esas virtudes que se le saben donadas por Dios pero que, a también a veces, se dejan arrinconadas por las más diversas causas. Abundando en esto, y enlazando ideas, también en esta Exhortación se dice que, refiriéndose a los grupos citados supra, «también», se da gracias, «por todos aquellos que, en el secreto de su corazón, se entregan a Dios con una especial consagración». Y esto enlaza, por eso, a la perfección, con el citado lema ya que, así, también se nos incluye a todas aquellas personas que, a pesar de no formar parte de ningún grupo de consagrados sí constituimos, en su seno, una familia donde, también, también, esa especial dedicación a Dios y, por tanto, a los demás, es posible, es necesaria y es, por último, obligada por nuestro creer.

Por si fuera esto poco, además, el día 2 de febrero, y quizá diga mucho esto mismo, éste que celebramos esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada lo es, también, el de la Presentación de Jesús en el Templo. De todo lo que sucedió, entonces, el mismo hecho de llevarlo al Templo para dedicarlo a Dios, siguiendo la Ley de Moisés y lo dicho por Simeón a María (una espada le iba a atravesar el corazón) saben mucho estas personas consagradas a Dios y a la entrega a los hombres porque no sólo pertenecen a Nuestro Señor sino que, además, también les ha atravesado, su corazón, una espada. Pero no de dolor, sino de gozo y de amor. Por eso, en su caso, y en el nuestro, también, se trata de una consagración para la Vida, eterna, desde aquí, ahora, ya.