En el Discurso que Benedicto XVI dirigió a los superiores y superioras generales de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, el día 22 de mayo de 2006, vino a indicar, con una claridad meridiana, cuál es la causa de que muchas personas dediquen su vida a Dios, hagan de su existencia un ofrecimiento al Creador, reuniéndose, así, con lo divino y tratando de trasladar, en lo posible, a este mundo muchas veces torcido, los valores mismos que la devoción encierra.
Esto era que esa causa era el «quedar transformados por el esplendor de la belleza» y que, por si eso fuera poco, «pertenecer totalmente a Cristo» (tal es la sustancia misma de la vida consagrada) quería, quiere, decir, «arder con su amor incandescente». Y esto, claro, dicha forma de actuar, tiene su raíz, radica, en las mociones del Espíritu Santo que «ha dado formas siempre nuevas de vida evangélica a través de la obra de fundadores y de fundadoras que han transmitido a una familia de hijos e hijas su carisma» (esto último lo había dicho el Santo Padre en una Carta enviada a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación vaticana de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica celebrada entre el 26 y 27 de septiembre de 2005)
Pues bien, el día 2 de febrero de este 2007 se celebra, a nivel mundial, una jornada muy especial pues está dedicada al recordatorio de una entrega que es, como hemos dicho, también muy especial. Ese día, para que no olvidemos, si es que lo hacemos y es que se hace, a aquellas personas que consagran su vida a eso, precisamente, a llevar una vida consagrada dedicada a los demás, a los que más necesitan su ayuda. De ahí que la denominación de la citada jornada, Jornada Mundial de la Vida Consagrada diga, con bastante claridad, lo que, en el fondo, significa.
Todos tenemos conocimiento de la entrega de las personas que consagran su vida a Dios y, por eso mismo, a los demás, bien sea en Órdenes e Institutos religiosos, Sociedades de vida apostólica, Institutos seculares, etc. En los más diversos campos podemos encontrarlos: en la catequesis; en la educación; en la promoción de aspectos culturales; en la obra de evangelización en sentido estricto; en la ayuda a los necesitados de las naciones más empobrecidas o pobres; en la contemplación y en la oración. También podemos encontrarlas, a estas personas, junto a las familias; junto a los enfermos y a las personas que se encuentran solas (sean ancianos o no lo sean); junto a quienes quieren tener conocimiento de la Palabra de Dios; junto a quienes se sienten perdidos en este mundo y buscan respuestas a su angustia; en la promoción de la Verdad y la difusión, en el mundo, del encuentro con el otro, aunque no sea hermano en la fe (pensemos, por ejemplo, en la labor que se hace en naciones en las que el cristianismo no es, precisamente, la religión de más arraigo); junto a quienes, todos los de antes y otros, necesitan un amor que les guarde de las asechanzas del mundo y de su vida; junto a quienes desean conocer el verdadero rostro de Dios que conocen por su cercanía buscada y aceptada y, también, junto a quienes son, por su fraternidad, hermanos todos hijos del mismo Padre.
Este año, el lema que hace que celebremos este día, es «Vida consagrada y familia» —Huellas de la Trinidad en la Historia— y tiene su raíz en la Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II Magno sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (Vita consecrata) donde se dice que «La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza» y tiene, quizá, como intención, el hecho de que esa célula básica de la sociedad tan menospreciada, a veces, como es la familia, sea reflejo de ese amor a Dios y, entonces, sea consecuente con esos valores y esas virtudes que se le saben donadas por Dios pero que, a también a veces, se dejan arrinconadas por las más diversas causas. Abundando en esto, y enlazando ideas, también en esta Exhortación se dice que, refiriéndose a los grupos citados supra, «también», se da gracias, «por todos aquellos que, en el secreto de su corazón, se entregan a Dios con una especial consagración». Y esto enlaza, por eso, a la perfección, con el citado lema ya que, así, también se nos incluye a todas aquellas personas que, a pesar de no formar parte de ningún grupo de consagrados sí constituimos, en su seno, una familia donde, también, también, esa especial dedicación a Dios y, por tanto, a los demás, es posible, es necesaria y es, por último, obligada por nuestro creer.
Por si fuera esto poco, además, el día 2 de febrero, y quizá diga mucho esto mismo, éste que celebramos esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada lo es, también, el de la Presentación de Jesús en el Templo. De todo lo que sucedió, entonces, el mismo hecho de llevarlo al Templo para dedicarlo a Dios, siguiendo la Ley de Moisés y lo dicho por Simeón a María (una espada le iba a atravesar el corazón) saben mucho estas personas consagradas a Dios y a la entrega a los hombres porque no sólo pertenecen a Nuestro Señor sino que, además, también les ha atravesado, su corazón, una espada. Pero no de dolor, sino de gozo y de amor. Por eso, en su caso, y en el nuestro, también, se trata de una consagración para la Vida, eterna, desde aquí, ahora, ya.
Esto era que esa causa era el «quedar transformados por el esplendor de la belleza» y que, por si eso fuera poco, «pertenecer totalmente a Cristo» (tal es la sustancia misma de la vida consagrada) quería, quiere, decir, «arder con su amor incandescente». Y esto, claro, dicha forma de actuar, tiene su raíz, radica, en las mociones del Espíritu Santo que «ha dado formas siempre nuevas de vida evangélica a través de la obra de fundadores y de fundadoras que han transmitido a una familia de hijos e hijas su carisma» (esto último lo había dicho el Santo Padre en una Carta enviada a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación vaticana de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica celebrada entre el 26 y 27 de septiembre de 2005)
Pues bien, el día 2 de febrero de este 2007 se celebra, a nivel mundial, una jornada muy especial pues está dedicada al recordatorio de una entrega que es, como hemos dicho, también muy especial. Ese día, para que no olvidemos, si es que lo hacemos y es que se hace, a aquellas personas que consagran su vida a eso, precisamente, a llevar una vida consagrada dedicada a los demás, a los que más necesitan su ayuda. De ahí que la denominación de la citada jornada, Jornada Mundial de la Vida Consagrada diga, con bastante claridad, lo que, en el fondo, significa.
Todos tenemos conocimiento de la entrega de las personas que consagran su vida a Dios y, por eso mismo, a los demás, bien sea en Órdenes e Institutos religiosos, Sociedades de vida apostólica, Institutos seculares, etc. En los más diversos campos podemos encontrarlos: en la catequesis; en la educación; en la promoción de aspectos culturales; en la obra de evangelización en sentido estricto; en la ayuda a los necesitados de las naciones más empobrecidas o pobres; en la contemplación y en la oración. También podemos encontrarlas, a estas personas, junto a las familias; junto a los enfermos y a las personas que se encuentran solas (sean ancianos o no lo sean); junto a quienes quieren tener conocimiento de la Palabra de Dios; junto a quienes se sienten perdidos en este mundo y buscan respuestas a su angustia; en la promoción de la Verdad y la difusión, en el mundo, del encuentro con el otro, aunque no sea hermano en la fe (pensemos, por ejemplo, en la labor que se hace en naciones en las que el cristianismo no es, precisamente, la religión de más arraigo); junto a quienes, todos los de antes y otros, necesitan un amor que les guarde de las asechanzas del mundo y de su vida; junto a quienes desean conocer el verdadero rostro de Dios que conocen por su cercanía buscada y aceptada y, también, junto a quienes son, por su fraternidad, hermanos todos hijos del mismo Padre.
Este año, el lema que hace que celebremos este día, es «Vida consagrada y familia» —Huellas de la Trinidad en la Historia— y tiene su raíz en la Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II Magno sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (Vita consecrata) donde se dice que «La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza» y tiene, quizá, como intención, el hecho de que esa célula básica de la sociedad tan menospreciada, a veces, como es la familia, sea reflejo de ese amor a Dios y, entonces, sea consecuente con esos valores y esas virtudes que se le saben donadas por Dios pero que, a también a veces, se dejan arrinconadas por las más diversas causas. Abundando en esto, y enlazando ideas, también en esta Exhortación se dice que, refiriéndose a los grupos citados supra, «también», se da gracias, «por todos aquellos que, en el secreto de su corazón, se entregan a Dios con una especial consagración». Y esto enlaza, por eso, a la perfección, con el citado lema ya que, así, también se nos incluye a todas aquellas personas que, a pesar de no formar parte de ningún grupo de consagrados sí constituimos, en su seno, una familia donde, también, también, esa especial dedicación a Dios y, por tanto, a los demás, es posible, es necesaria y es, por último, obligada por nuestro creer.
Por si fuera esto poco, además, el día 2 de febrero, y quizá diga mucho esto mismo, éste que celebramos esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada lo es, también, el de la Presentación de Jesús en el Templo. De todo lo que sucedió, entonces, el mismo hecho de llevarlo al Templo para dedicarlo a Dios, siguiendo la Ley de Moisés y lo dicho por Simeón a María (una espada le iba a atravesar el corazón) saben mucho estas personas consagradas a Dios y a la entrega a los hombres porque no sólo pertenecen a Nuestro Señor sino que, además, también les ha atravesado, su corazón, una espada. Pero no de dolor, sino de gozo y de amor. Por eso, en su caso, y en el nuestro, también, se trata de una consagración para la Vida, eterna, desde aquí, ahora, ya.
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