Desde los inicios de la historia del cristianismo la Iglesia toma conciencia de que la Pascua es el centro de su vida. Los cristianos de los primeros siglos viven fascinados por el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo que viene a restaurar al hombre, la historia y el universo. Por esto,
y siguiendo su mandato, advierten la urgencia de una celebración única, con referencia efectiva a la Pascua donde se actualice la Cena dominical, actualizando la muerte y resurrección de Jesús.
Ya en el siglo II, el pueblo cristiano reserva un domingo particular para celebrar la Pascua. Pero para dignificarlo es necesario prepararlo con oración y ayuno.
Por otra parte con la institución, fruto del Espíritu Santo, de la Iniciación cristiana en la noche de la Pascua hace a ésta la fiesta principal de los cristianos. Es el propio san Pablo en su carta a los Romanos quien nos enseña que el Bautismo es la perfecta conformación con la muerte y la resurrección de Cristo (Cf. Rm 6,3-5). Con el tiempo, aparecerá y se desarrollará un período de instrucción catequética, moral y espiritual pensada
especialmente para los catecúmenos que recibirán su inminente
Iniciación. La ascesis cuaresmal propia de cada cristiano se abre así a las necesidades de aquellos que se encaminan hacia la fe bautismal.
Cuando tiempo después el Jueves Santo se convirtió en el día fijado para la reconciliación de los penitentes, haría que toda la comunidad cristiana asumiera el tiempo cuaresmal como tiempo de conversión y renovación a través de la ascesis y la oración.
Todos estos motivos con sus enriquecimientos históricos, con sus
luces y sombras, que el Concilio Vaticano II ha intentado purificar, ha llevado a la Iglesia, siguiendo la más genuina Tradición, a la configuración de la Cuaresma, el Triduo pascual y la cincuentena pascual tal y como se celebra hoy y se recoge en los Libros litúrgicos.
II Segunda parte
Cuaresma es una palabra que significa “cuarenta”. Estos cuarentas días, la Iglesia revive el significado que tuvo para los padres de Israel su peregrinación hacia la tierra prometida. De aquí la oportunidad de meditar, en éste ciclo, los libros del Éxodo, del Levítico, y de los Números (años pares) o del Deuteronomio (años impares).
También Jesús quiso experimentar personalmente el significado de los cuarenta años del desierto, inaugurando su misión mesiánica con una estancia en el mismo. Para la Iglesia, pues, éste período significa un camino de desierto y austeridad, para llegar, por medio de la penitencia, a la verdadera libertad de la Pascua definitiva.
Durante estos días, el pueblo cristiano emprende un camino de esfuerzo liberador. En éste contexto, la privaciones cuaresmales quieren ser un instrumento, a la vez operante y simbólico, de su camino: Abstenerse de ciertos bienes materiales ayuda a descubrir el valor de los bienes más definitivos, que no son los que vemos con nuestros ojos, sino los que aún no podemos contemplar. Éste es el sentido de las oraciones cuaresmales, que con tanta frecuencia, aluden a la penitencia, al ayuno, a la mortificación corporal y a las privaciones.
Los formularios de la Liturgia de las Horas nos presentan la Cuaresma como dividida en tres etapas dinámicamente relacionadas y como en un “crescendo” que nos hace pasar del esfuerzo ascético personal a la comunión con la Pascua de Cristo. En las cuatros primeras semanas, se insiste, sobre todo (excepto en los viernes), en la penitencia y en la conversión.
A partir del lunes de la quinta semana (en la totalidad de los viernes, día de la muerte del Señor), los textos insisten, cada vez más, en la contemplación de la pasión; con ello, se quiere significar que nuestra penitencia y nuestros esfuerzos cuaresmales cobran su mayor valor cuándo se unen a la lucha de Jesús en su camino de obediencia al Padre; así, la penitencia cristiana no es un puro ejercicio ascético, sino comunión con el misterio salvador de Cristo.
En la última semana (Semana Santa), las alusiones a la Pasión son aún más frecuentes quedando ya en la penumbra la penitencia personal.
Por lo que se refiere a los formularios litúrgicos, hay que subrayar los siguiente:
a) la supresión del Aleluya, que ayuda a revivir su significado en las fiestas pascuales;
b) los signos: los de las primeras semanas aluden a la penitencia; los de las dos últimas semanas, (y los de los viernes), a la victoria de la Cruz;
c) las lecturas breves: en las primeras semanas, invitan a la conversión; en las dos últimas semanas (y en los viernes), presentan al Señor en su pasión;
d) la lectura de Laudes de los domingos presenta la Cuaresma en su vertiente de camino de alegría, camino de Pascua;
e) el cántico de las segundas Vísperas de los domingos, distinto del que se usa durante el resto del año, que nos hace comulgar con el camino doloroso del Señor.
Especialmente sugestivas son las lecturas del Oficio de lectura (que pueden suplir la lectura breve de Laudes o Vísperas): en los años impares, se leen diversos fragmentos del Libro del Deuteronomio (invitación a meditar la salida de Egipto, en vistas a la conversión personal) y la carta a los Hebreos (contemplación de la Pascua de Jesús que, a través de su muerte, llega al Reino de Dios, verdadera tierra de promisión); en los años pares, se ofrece una visión panorámica de la liberación Pascual del antigua Alianza, imagen de la Pascua cristiana, tomada de los Libros del Éxodo, del Levítico y de los Números)
Fuente: Edición de la Liturgia de las Horas para los fieles, Editorial Regina, Mallorca 87-89, Barcelona 29, España. 2006
III Tercera parte
Para poder hacer teología de cualquier tiempo litúrgico debemos partir de los textos escogidos de la Palabra de Dios, la eucología, otras oraciones, sin olvidar la "piedad popular" que expresan y actualizan los misterios de Cristo celebrados durante el Año litúrgico.
En concreto la Cuaresma se interpreta teológicamente a partir del Misterio pascual, celebrado en el Triduo sacro, y unido a la celebración de los sacramentos de Iniciación cristiana y al sacramento de la Penitencia.
El acento se debe situar en la acción purificadora y santificadora del Señor. Las obras ascéticas y penitenciales deben ser signo de la participación en el misterio de Cristo, que hizo penitencia por nosotros ayunando en el desierto.
La Iglesia, al comenzar el camino cuaresmal, toma conciencia de que el Señor mismo da eficacia a la penitencia de sus fieles, por lo que esta penitencia adquiere el valor de acción litúrgica, es decir, acción de Cristo y de su Iglesia. Todo esto está recogido en la eucología del primer domingo de cuaresma:
"Al celebrar un año más la santa cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud" (Colecta); lo mismo lo encontramos en el Prefacio: "El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal..."; y también en la oración postcomunión: "...te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero...".
La cuaresma, como se ha insinuado, debe tener un carácter bautismal, sobre el que se funda el penitencial. La Iglesia es una comunidad pascual porque es bautismal. Esto se puede afirmar no sólo porque se entra en ella mediante el Bautismo, sino sobre todo en el sentido de que la Iglesia está llamada a manifestar con una vida de continua conversión el sacramento que la genera.
De aquí también el carácter eclesial de la cuaresma. Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Señor y Salvador.
No podemos concluir la reflexión sobre la cuaresma sin hacer referencia a los tres pilares que son la consecuencia y el fruto de la conversión cuaresmal, como nos dicen los Padres de la Iglesia: limosna, oración y ayuno. La fuente evangélica de estas actitudes son el eco de las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: "Cuando hagáis limosna... cuando oréis... cuando ayunéis" (Mt 6,2.5.16). Justo este evangelio es el
que se proclama el Miércoles de Ceniza y con el que se inicia la Santa cuaresma.
Cuaresma, cuarenta días que nos conducen hacia el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo.
Sermón de San Máximo de Turín (+420) sobre la Santa Cuaresma
Sermón 28; PL 587
“En el momento favorable te escuché; el día de la salvación te auxilié”. (cf Is 49,8). El apóstol Pablo continúa la cita por estas palabras: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.” (2Cor 6,2). Por mi parte, os hago testimonios de que han llegado los días de salvación, ha llegado, de algún modo, el tiempo de la curación espiritual. Podemos cuidar todas las llagas de nuestros vicios, todas las heridas de nuestros pecados, si lo pedimos al médico de nuestras almas, si...no descuidamos ninguno de sus preceptos....
El médico es Nuestro Señor Jesucristo, quien dijo. “Soy yo quien da la vida y la muerte (Dt 32,39) El Señor primero da la muerte, luego la vida. Por el bautismo, el Señor destruye en nosotros el adulterio, el homicidio, los crímenes y robos. Luego, nos hace vivir como hombres nuevos en la inmortalidad eterna. Morimos a nuestros pecados, evidentemente, por el bautismo, volvemos a la vida gracias al Espíritu de vida... Entreguémonos a nuestro médico con paciencia para recobrar la salud. Todo lo que habrá descubierto en nosotros, como indigno, manchado por el pecado, comido por las úlceras, lo cortará, lo zanjará, lo retirará para que no quede nada de todo esto en nosotros, sino sólo lo que pertenece a Dios.
La primera prescripción suya es: consagrarse durante cuarenta días al ayuno, a la oración, a las vigilias. El ayuno cura la molicie, la oración alimenta el alma religiosa, las vigilias echan fuera las trampas del diablo. Después de este tiempo consagrado a estas observancias, el alma purificada y probada por tantas prácticas, llega al bautismo. Recobra fuerzas sepultándose en las aguas del Espíritu: todo lo que fue quemado por las llamas de las enfermedades renace en el rocío de la gracia del cielo... Por un nuevo nacimiento, nacemos transformados.
miércoles, 21 de febrero de 2007
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