Decía Chesterton que "La iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza". Con su genialidad y humor inglés, el sabio escritor alerta sobre uno de los grandes peligros que corren aquellos que “queriendo ser más papistas que el papa” se niegan a utilizar la inteligencia y se conforman con una fe infantil que se resiste a crecer y a madurar.
La fe del carbonero, no está mal, pues nadie le pedirá a nadie más de lo que puede, –¡y mucho menos Dios!– pero si se nos han dado unas capacidades, es para utilizarlas y sobre todo para ponerlas al servicio de los otros, al tiempo que nos llevan a la propia realización y al desarrollo humano y cristiano.
El “Fides quaerens intellectum”, –la fe que busca entender– era la consigna o el principio que se nos inculcaba por activa y por pasiva en las clases de Teología Fundamental, invitándonos a “pensar la fe”, y advirtiéndosenos que a la hora de los exámenes los listillos que quisieran disimular su falta de estudio con argumentos ”piadosillos”, ¡lo tendrían claro!
No está mal pensar bien
Digo esto porque la teología, que algunos definen como la fe de los “que piensan”, no es un arma desestabilizadora cuando va más allá de lo “que siempre se nos ha dicho”. Su reflexión nunca ha de ser una reflexión al margen de la fe ni contraria a la razón, y por lo mismo no es "peligrosa" ni lo es el avanzar por los caminos de la fe de su mano.
Inteligencia en el misterio
San Anselmo, que de “sospechoso de hereje” no tenía nada, nos regaló una auténtica perla que vale la pena tener presente cuando legítimamente nos preguntamos por la fe que se nos ha dado, y que libremente hemos acogido: “Señor, yo no pretendo penetrar en tu profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia con tu misterio? Pero deseo comprender de algún modo esa verdad que creo y que mi corazón ama. No busco comprender para creer, no busco comprender de antemano, por la razón, lo que haya de creer después, sino que creo primero, para esforzarme luego en comprender. Porque creo una cosa: si no empiezo por creer, no comprenderé jamás” (Proslogion 1: PL 158,227).
Desde esta plataforma quiero insistir en que la razón ilumina la fe en sintonía con la Buena Nueva del Evangelio, y que no pocas veces este diálogo entre fe y razón, pone “patas arriba” la fe que nos transmitieron en la que todo era “incuestionable”.
La crítica no hace un mal servicio a la verdad, al contrario, la garantiza, y seguramente tener una fe que se deja iluminar por la razón, y una inteligencia que es humilde para abrirse al misterio, hará que la verdad del Evangelio se anuncie como un mensaje acorde, también hoy, para nuestros contemporáneos.
Con fe e inteligencia
Fernado Pessoa en su libro “El desasociego” decía: “Soy hijo de un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes han perdido la fe en Dios por la misma razón que sus padres la habían tenido siempre: sin saber por qué”.
Necesitamos razones personales para alimentar nuestra fe y dar razones de ella; para fortalecer nuestros lazos y vínculos con Dios que lo es todo, pero que siendo un misterio inabarcable, siempre nos puede sorprender revelándonos algo que está más allá de lo establecido, formulado y creído.
Que el Señor aumente nuestra fe, y que ilumine nuestra inteligencia para que conociéndole nos adhiramos a Él con todo nuestro ser, ¡también con nuestra inteligencia!
Por eso, por favor, no nos quitemos la cabeza cuando entremos en la Iglesia, ni pensemos que “es más perfecto el que calla y asiente sin pensar”.
La fe es una cuestión personal; ni siquiera es una cuestión eclesial: ninguno puede creer por mí. Mi fe, es la fe de la Iglesia, pero la Iglesia no cree por mí.
“Fides quaerens intellectum”… un latinajo que tiene mucha miga y que abre la puerta al pan de la Verdad que es muy sabroso y que podemos gustar con la mente y el corazón.
Lucía Caram (OP)
dominicos.org/manresa
La fe del carbonero, no está mal, pues nadie le pedirá a nadie más de lo que puede, –¡y mucho menos Dios!– pero si se nos han dado unas capacidades, es para utilizarlas y sobre todo para ponerlas al servicio de los otros, al tiempo que nos llevan a la propia realización y al desarrollo humano y cristiano.
El “Fides quaerens intellectum”, –la fe que busca entender– era la consigna o el principio que se nos inculcaba por activa y por pasiva en las clases de Teología Fundamental, invitándonos a “pensar la fe”, y advirtiéndosenos que a la hora de los exámenes los listillos que quisieran disimular su falta de estudio con argumentos ”piadosillos”, ¡lo tendrían claro!
No está mal pensar bien
Digo esto porque la teología, que algunos definen como la fe de los “que piensan”, no es un arma desestabilizadora cuando va más allá de lo “que siempre se nos ha dicho”. Su reflexión nunca ha de ser una reflexión al margen de la fe ni contraria a la razón, y por lo mismo no es "peligrosa" ni lo es el avanzar por los caminos de la fe de su mano.
Inteligencia en el misterio
San Anselmo, que de “sospechoso de hereje” no tenía nada, nos regaló una auténtica perla que vale la pena tener presente cuando legítimamente nos preguntamos por la fe que se nos ha dado, y que libremente hemos acogido: “Señor, yo no pretendo penetrar en tu profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia con tu misterio? Pero deseo comprender de algún modo esa verdad que creo y que mi corazón ama. No busco comprender para creer, no busco comprender de antemano, por la razón, lo que haya de creer después, sino que creo primero, para esforzarme luego en comprender. Porque creo una cosa: si no empiezo por creer, no comprenderé jamás” (Proslogion 1: PL 158,227).
Desde esta plataforma quiero insistir en que la razón ilumina la fe en sintonía con la Buena Nueva del Evangelio, y que no pocas veces este diálogo entre fe y razón, pone “patas arriba” la fe que nos transmitieron en la que todo era “incuestionable”.
La crítica no hace un mal servicio a la verdad, al contrario, la garantiza, y seguramente tener una fe que se deja iluminar por la razón, y una inteligencia que es humilde para abrirse al misterio, hará que la verdad del Evangelio se anuncie como un mensaje acorde, también hoy, para nuestros contemporáneos.
Con fe e inteligencia
Fernado Pessoa en su libro “El desasociego” decía: “Soy hijo de un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes han perdido la fe en Dios por la misma razón que sus padres la habían tenido siempre: sin saber por qué”.
Necesitamos razones personales para alimentar nuestra fe y dar razones de ella; para fortalecer nuestros lazos y vínculos con Dios que lo es todo, pero que siendo un misterio inabarcable, siempre nos puede sorprender revelándonos algo que está más allá de lo establecido, formulado y creído.
Que el Señor aumente nuestra fe, y que ilumine nuestra inteligencia para que conociéndole nos adhiramos a Él con todo nuestro ser, ¡también con nuestra inteligencia!
Por eso, por favor, no nos quitemos la cabeza cuando entremos en la Iglesia, ni pensemos que “es más perfecto el que calla y asiente sin pensar”.
La fe es una cuestión personal; ni siquiera es una cuestión eclesial: ninguno puede creer por mí. Mi fe, es la fe de la Iglesia, pero la Iglesia no cree por mí.
“Fides quaerens intellectum”… un latinajo que tiene mucha miga y que abre la puerta al pan de la Verdad que es muy sabroso y que podemos gustar con la mente y el corazón.
Lucía Caram (OP)
dominicos.org/manresa
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