martes, 15 de abril de 2008

Infierno 2. Jesús bajó al infierno para que no haya más infierno

Publicado el 14.04.08 en el blog de Xavier Pikaza

Sigo presentando el tema de ayer, sobre el infierno, desde una perspectiva cristiana. El credo oficial más antiguo de la iglesia (el apostólico o romano) dice que Cristo bajó a los infiernos, poniendo así de relieve el momento final de su encarnación: bajó al infierno para liberar a los que estaban sometidos a la muerte irremediable. Sólo desde ese fondo se puede entender la posibilidad (o, mejor dicho, la imposibilidad) de un infierno cristiano. Jesús bajó al infierno para liberar a los allí condenados.

Fundamento bíblico

(a) Bajó a los infiernos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente: no ha experimentado la impotencia abismal, el desvalimiento pleno de la vida humana. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo. Ha desplegado la riqueza del amor; por eso muere en suma pobreza, preguntando por Dios desde el abismo de su angustia. De esa forma se ha vuelto solidario de los muertos. Sólo es solidario quien asume la suerte de los otros. Bajando hasta la tumba, sepultado en el vientre de la tierra, Jesús se ha convertido en el amigo de aquellos que mueren, iniciando, precisamente allí, el camino ascendente de la vida.

(b) Jesús fue enterrado y su sepulcro es un momento de su despliegue salvador (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad, volviendo a la tierra, puede resucitar de entre los muertos. Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero. Como Jonás «que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches...» (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, para resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7-9).

En el abismo de muerte ha penetrado Jesús y su presencia solidaria ha conmovido las entrañas del infierno, como dice la tradición: «La tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos de los cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron» (Mt 27, 51-52). De esa forma ha realizado su tarea mesiánica:

«Sufrió la muerte en su cuerpo, pero recibió vida por el Espíritu. Fue entonces cuando proclamó la victoria incluso a los espíritus encarcela¬dos que fueron rebeldes, cuando antiguamente, en tiempos de Noé...» (1 Pe 3, 18-19).

(c) Murio para destruir todos los infiernos de la muerte. Se ha dicho que esos espíritus encarcelados eran los humanos del tiempo del diluvio, como supone la liturgia, pero la exégesis moderna piensa que ellos pueden ser los ángeles perversos que en tiempo del diluvio fomentaron el pecado, siendo por tanto encadenados. No empezó a morir cuando expiró en la cruz y le bajaron al sepulcro; había empezado cuando se hizo solidario con el dolor y destrucción de los hombres, compartiendo la suerte los expulsados de la tierra. Jesús había descendido ya en el mundo al infierno de los locos, los enfermos, los que estaban angustiados por las fuerzas del abismo: ha asumido la impotencia de aquellos que padecen y perecen aplastados por las fuerzas opresoras de la tierra, llegando de esa forma hasta el infierno de la muerte.

Un texto litúrgico. La pascua vencedora.

(a) Jesús Adán. La liturgia, continuando en la línea simbólica de los textos anterior, relaciona a Jesús con Adán, el hombre originario que le aguarda desde el fondo de los tiempos, como indica una antigua homilía pascual:

«¿Que es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. Va a buscar a nuestro primer padre, como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Mt 4, 16). Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz (cf. Ef 5, 14). Yo soy tu Dios que, por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo. Y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: ¡salid!; y a los que se encuentran en tinieblas: ¡levantaos!. Y a ti te mando: despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti¬ formamos una sola e indivisible persona». (P. G. 43, 439. Liturgia Horas, sábado santo).

(b) Jesús y todos los muertos. Jesús ha descendido hasta el infierno para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren. Pero al mismo tiempo ha descendido para anunciarles la victoria del amor sobre la muerte, viniendo como gran evangelista que proclama el mensaje de liberación definitiva, visitando y liberando a los cautivos del infierno. Por eso, la palabra de la iglesia le sitúa frente a Adán, humano universal, el primero de los muertos.

En ese fondo se interpreta el tema del Cristus Victor. Hasta el sepulcro de Adán ha descendido Jesús, como todos los hombres penetrando hasta el lugar donde la muerte reinaba, manteniendo cautivos a individuos y pueblos. Ha descendido allí para rescatar a los muertos (cf. Mt 11, 4-6; Lc 4, 18-19), apareciendo de esa forma como Christus Victor, Mesías vencedor del demonio y de la muerte. Su descenso al infierno, para destruir el poder de la muerte constituye de algún modo la culminación de su biografía mesiánica, el triunfo decisivo de sus exorcismos, de toda su batalla contra el poder de lo diabólico.

Lo que Jesús había empezó en Galilea, curando a unos endemoniados, ha culminado con su muerte, descendiendo al lugar de los muertos, para liberarles a todos del Gran Diablo de la muerte. Tomado en un sentido literalista, este misterio (¡descendió a los infierno) parece resto mítico, palabra que hoy se dice y causa asombro o rechazo entre los fieles. Sin embargo, entendido en su sentido más profundo, constituye el culmen y clave de todo evangelio. Aquí se ratifica la encarnación redentora de Jesús: sus curaciones y exorcismos, su enseñanza de amor y libertad.

¿Es posible un infierno cristiano?

Desde las observaciones anteriores y teniendo en cuenta todo el proceso de la revelación bíblica, con la muerte y resurrección de Jesús, se puede hablar de dos infiernos.

(a) Hay un primer infierno, al que Jesús ha descendido del todo por solidaridad con los expulsados de la tierra y por su muerte con los condenados de la h historia. Este es el infierno de la destrucción donde los humanos acababan (acaban) penetrando al final de una vida que conduce sin cesar hasta la tumba. Había sobre el mundo otros infiernos de injusticia, soledad y sufrimiento, aunque sólo el de la muerte era total y decisivo. Pero Jesús ha derribado sus puertas, abriendo así un camino que conduce hacia la plena libertad de la vida (a la resurrección), en ámbito de gracia. En ese infierno sigue viviendo gran parte de la humanidad, condenada al hambre, sometida a la injusticia, dominada por la enfermedad. El mensaje de Jesús nos invita a penetrar en ese infierno, para solidarizarnos con los que sufren y abr ir con ellos y para ellos un camino de vida (Mt 25, 31-46).

(b) ¿Puede haber un segundo infierno? . ¿Puede haber una condena irremediable de aquellos que rechazando el don de Cristo y oponiéndose de forma voluntaria a la gracia de su vida, pueden caer en la oscuridad y muerte por siempre (por su voluntad y obstinación definitiva)?. Así lo suponen algunas formulaciones básicas), se habla de premio para unos y castigo para otros (cf. Dan 12, 2-3). Esta visión culmina, parabólicamente en Mt 25, 31-46, donde Jesús dice a los de su derecha «venid, benditos de mi Padre, heredad el reino, preparado para vosotros» y a los de su izquierda «apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».

Tomadas al pie de la letra, esas palabras suponen que hay cielo e infierno, como posibilidades paralelas de salvación y condena para los hombres. Pero debemos recordar que ese es un lenguaje de parábola y parénesis, no de juicio legalista, en el sentido que Jesús ha superado en su evangelio (cf. Mt 7, 1 par). Ese segundo infierno es una posibilidad, pero no como el cielo de la plenitud escatológica, fundada en la resurrección de Cristo. Es una posibilidad... que creemos que ha sido superada para siempre por el Dios de Jesús

(c) El Dios de Jesús sólo quiere la vida. La Biblia cristiana, tal como ha culminado en la pascua de Cristo, formulada de manera definitiva por los evangelios y cartas de Pablo, sólo conoce un final: la vida eterna de los hombres liberados, el reino de Dios, que se expresa en la resurrección de Cristo. En ese sentido tenemos que decir que, estrictamente hablando, sólo existe salvación, pues Cristo ha muerto para liberar a los humanos de su infierno. Pero desde ese fondo de salvación básica podemos y debemos hablar (¡y hemos hablado!) también de la posibilidad de una muerte segunda (cf. Ap 2, 11; 20, 6. 14; 21, 8), que sería un infierno infernal, una condena sin remedio (sin esperanza de otro Cristo).

En la línea de ese infierno segundo quedarían aquellos que, a pesar del amor y perdón universal de Cristo, prefieren quedarse en su violencia, de manera que no aceptan, ni en este mundo ni el nuevo de la pascua, la gracia mesiánica del Cristo. Sabemos que Jesús no ha venido a condenar a nadie; pero si alguien se empeña en mantenerse en su egoísmo y violencia puede convertirse él mismo (a pesar de la gracia de Jesús) en infierno perdurable. Hemos dicho «puede» y así quedamos en la posibilidad, dejando todas las cosas en manos de la misericordia salvadora de Dios, que tiene formas y caminos de salvación para todos, aunque nosotros no podamos comprenderlos desde la situación actual de injusticia y de muerte, de infierno, del mundo. Así decimos que "puede" haber infierno, porque el ser humano es capaz de muchos males... Pero esa posibilidad ha quedado superaa por el Cristo, de una forma que sólo Dios conoce.

Una tarea cristiana.Pequeña bibliografía

A nosotros, los cristianos, y a todos los hombres nos queda la tarea de que este mundo no sea infierno... Superar el infierno en esta tierra: esa es ha sido la misión de Jesús, Hijo de Dios.

(cf. R. AGUIRRE, Exégesis de Mt 27, 51b-53. Para una teología de la muerte de Jesús en el evangelio de Mateo, Seminario, Vitoria 1980; J. ALONSO DÍAZ, En lucha con el misterio. El alma judía ante los premios y castigos y la vida ultraterrena, Sal Terrae, Santander 1967, G. AULEN, Le triomphe du Christ, Aubier, Paris, 1970; L. Bouyer, Le mystére pascal, Paris 1957; W. J. DALTON, Christ´s proclamation to the Spirits. A study of 1 Pe 3, 18; 4, 6, Biblico, Roma 1965; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, El hombre y su muerte, Aldecoa, Burgos 1971; La pascua de la nueva creación. Escatología, BAC, Madrid 1996; H. U. VON BALTHASAR, «El misterio pascual»: Mysterium salutis III/II, Madrid 1971, 237-265).

Infierno 1. Una advertencia divina, un riesgo humano

13.04.08 en el blog de Xavier Picaza

Estos últimos días, a partir de unas declaraciones del Papa Benedicto XVI, con ocasión de una nueva versión de Catecismo y de algunas declaraciones de teólogos, vinculados al Magisterio de la Iglesia, se ha vuelto a hablar del infierno. En ese contexto quiero ofrecer mi pequeña propuesta, de base bíblica, a partir de lo que digo en mi Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2007). Lo hago en dos aportaciones. Hoy presento una visión religiosa de tipo introductorio. Mañana ofreceré una perspectiva cristiana. Si el tema encuentra lectores trataré después del simbolismo salvador y destructor del fuego.

Introducción

Las religiones que no ponen en su centro la gracia de Dios y la libertad (individualidad) del hombre no pueden hablar de infierno o condena final, pues en ellas todo se mantiene en un eterno retorno de vida y de muerte. Sólo las religiones que acentúan la experiencia de la gracia y dejan al hombre en manos de su propia libertad (como el judaísmo y cristianismo) pueden hablar de un infierno o condena definitiva, interpretada como castigo de Dios, en la línea de un judaísmo, cristianismo e Islam ya formados. Pero el Antiguo Testamento en cuanto tal apenas puede hablar de infierno, a no ser en sus últimos estratos y de un modo simbólico, como en Dan 12, 2 («Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua») en el libro de la Sabiduría (destrucción de los injustos).

El infierno, como lugar y estado perdurable de los condenados no aparece de un modo inequívoco y explícito en el conjunto de la Biblia; por otra parte, en el Nuevo Testamento, el infierno debería entenderse desde la gracia de Dios en Cristo, que es más fuerte que todas las posibles condenas de los hombres El nombre infierno proviene de la versión latina de la Biblia (la Vulgata), que traduce con esa palabra diversos nombres y conceptos de la Biblia hebrea, que en general tienen un sentido genérico de muerte o de mundo inferior (sheol) donde se cree que están los que han muerto. Según el Nuevo Testamento, no se puede hablar desde Dios del infierno, porque Dios es sólo Padre, es sólo cielo, pura gracia. Sólo la ausencia de Dios sería “infierno”. ¿Será el hombre capaz de negar a Dios de tal manera que se vuelva infierno? ¿Será un hombre capaz de negar a los restantes hombres, de manera que se queda aislado, sólo, separado, convirtiéndose en infierno, es decir, en negación de ser, de gracia?

Imágenes fundamentales.

El tema del infierno recibe en la tradición bíblica diversos sentidos y aplicaciones… y se debe entender desde la perspectiva de la historia de la “salvación”, como lo opuesto a Dios. Así aparecen signos e imágenes de infierno:

(a) Se puede hablar del infierno de los ángeles perversos, que han sido condenados a vivir en un «abismo de columnas de fuego que descienden», como templo invertido, donde penan y purgan su pecado (1 Hen 21, 7-10). «Aquí permanecerán los ángeles que se han unido a las mujeres. Tomando muchas formas, ellos han corrompido a los hombres y los seducen, para que hagan ofrendas a los demonios como a dioses, hasta el día del gran juicio en que serán juzgados, hasta que sean destruidos. Y sus mujeres, las que han seducido a los ángeles celestes, se convertirán en sirenas» (1 Hen 19, 1-3). En esa línea se sitúa el simbolismo de Mt 5, 41, donde Jesús, Hijo de Hombre, dirá a los injustos: «apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25, 41). Los hombres pueden participar, según eso, de una condena eterna, que deriva de la falta de solidaridad que han tenido con los necesitados.

(b) Se puede hablar de un infierno entendido como «vergüenza y confusión perpetua», propia de aquellos que resucitan al fin de los tiempos para la condena (Dan 12, 2). Aquí no se destaca el fuego de la destrucción, como en el caso anterior, sino la «falta de honor», la deshonra de aquellos que no participan en el brillo de la gloria de Dios.

(c) El signo más utilizado del infierno es la gehenna. Parece claro que Jesús ha puesto de relieve la imagen de la Gehenna, pequeño valle hacia el sur de Jerusalén donde se quemaban las basuras de la ciudad, como signo de la perdición. Esta imagen se encuentra especialmente vinculada con el pecado del escándalo: «si tu mano te escandaliza córtatela…; te es mejor entrar manco en el reino que ir con las dos manos a la Gehenna» (cf. Mc 9, 42-46 par). Ella aparece también en textos parenéticos, en los que se invita a no tener miedo a los que pueden quitar la vida, pero no pueden mandar al hombre a la Gehenna, como puede hacerlo Dios (cf. Mt 10, 38; Lc 12, 5). Es evidente que esta imagen pone de relieve el riesgo de perdición en que se encuentra el hombre, pero quizá no puede aplicarse sin más a un tipo de infierno eterno. La Gehenna no es de Dios, pero puede ser un riesgo humano.

Un relato popular.

Un tipo de infierno aparece también en relatos populares, como en la parábola de Lázaro, el mendigo, y del rico sin misericordia:

«Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; y murió también el rico, y fue sepultado. En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Entonces, gritando, dijo: Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abrahán le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá» (Lc 16, 22-26).

Significativamente, el texto no habla ya de la Gehenna, sino del hades, entendido en su sentido antiguo de sheol, mundo inferior de los que han muerto. Pero ya no es un sheol-hades neutral, al van todos los muertos, sino que aparece como lugar de fuego-tormento. Por eso, se eleva a su lado la imagen del «seno de Abrahán», vinculado, sin duda a las promesas de salvación vinculadas con los patriarcas (como en Mt 8, 11 y en Mc 12, 26).

Relato apocalíptico y experiencia cristiana.

Siguiendo tradiciones orientales, el libro del Apocalipsis concibe el lugar/estado de ruptura y destrucción total de los humanos como estanque o lago de fuego y azufre que arde sin cesar (Ap 19, 20; 20, 10.14.15; 21, 8), al parecer al fondo de la tierra, como pozo del abismo. No es el hades de la tradición griega, donde los muertos esperan aún la salvación, sino el estado final de aquellos que no han querido recibir al Cristo Cordero y no están inscritos en su Libro y/o en la Ciudad final, la nueva Jerusalén (cf.2, 10-15); es lugar de muerte sin fin. A pesar de las imágenes de Ap 14, 9-11, el Apocalipsis no insiste en la condena o fracaso de los perversos como castigo-dolor sino como muerte (no vida). Por eso, en contra de la tradición simbólica posterior, reflejada por ejemplo en la Divina Comedia de Dante, el Apocalipsis no ha situado en paralelo el cielo y el infierno, como dos posibilidades simétricas de la vida.
Conforme a la visión del Apocalipsis, sólo existe una culminación verdadera: la ciudad de los justos (Ap 21, 1-22, 5); el infierno no está al lado del cielo, como si fuera el otro platillo de una balance judicial, sino que es sólo una posibilidad de no recibir la gloria que Dios ofrece a todos los hombres en Cristo. Por eso, el infierno cristiano sólo puede plantearse desde la experiencia pascual, que no confirma el la experiencia judicial anterior, de tipo simétrico, donde hay condenados y salvados, en la línea del conocimiento del bien y del mal (Gen 2-3) o de la división que la teología del pacto israelita ha marcado entre la vida y la muerte (Dt 30, 15).
Esa visión “simétrica” de condena y salvación ha pasado simbólicamente al relato parenético (de aviso) de Mt 25, 31-46 (con derecha e izquierda, salvación y condena). Pero desde el Dios de Jesús sólo hay una meta final, que es la salvación. De todas formas, el evangelio tiene que decir que la salvación es gratuita, que Dios no puede obligar a los hombres a salvarse, de manera que ellos se pueden condenar, es decir, destruirse a sí mismos, si niegan y destruyen a los otros.

En principio, el mensaje pascual del cristianismo es sólo experiencia de salvación, que se funda en el amor de Dios que ha dado a los hombres su propia vida, la vida de su Hijo (cf. Jn 3, 16; Rom 8, 32). Desde esa perspectiva deben replantearse todos los datos bíblicos anteriores, incluido el lenguaje de Jesús sobre la Gehenna y la amenaza de Mt 25, 41. Ese replanteamiento no es una labor de pura exégesis literal de la Biblia, sino de interpretación social y cultural del conjunto de la revelación bíblica y de la historia de las religiones. En este campo queda por hacer una gran labor, que resultará esencial en los próximos decenios de la teología y de la vida de la iglesia, cuando se superen en ella una serie de supuestos legalistas y dualistas que han venido determinándola desde el surgimiento de las iglesias establecidas de occidente, a partir del siglo IV d. C.

Pero una vez que se replantea y se supera el tema del infierno escatológico (del fuego final de un juicio de Dios) viene a surgir con mucha más fuerza el tema del infierno histórico, creado por la injusticia de los hombres que oprimen a otros hombres y por los diversos de enfermedad y opresión que sufren especialmente los pobres. Éste es el infierno del que se ocupó realmente Jesús; de ese infierno quiso liberar a los hombres y mujeres, para que pudieran vivir a la luz de la libertad y del gozo del Reino de Dios. El tema de fondo de Mt 25, 31-46 (y de la parábola del rico Epulón) no es el infierno “más allá” (tras la muerte), sino el infierno de este mundo, el infierno al que condenamos a los demás, el infierno del hambre, de la soledad y de la muerte.

Entendidas así, las parábolas en las que hay un reino del diablo que se opone al de Dios (como algunas de Mt 13 y 25) pertenecen a la retórica religiosa, más al corazón del mensaje de Jesús, a no ser que se interpreten en forma de advertencia, para que los hombres no construyan sobre este mundo un infierno.

lunes, 14 de abril de 2008

¿Bendecir parejas de hecho estables en misa de esponsales?

Publicado el 3o de Marzo-2008 en Atrio, por Juan Masiá
    He escrito esta columna desde la práctica pastoral, principalmente en el Japón, de algunos “desposorios inusitados” de parejas mixtas, internacionales o de emigrantes. Espero pueda ayudar en el acompañamiento de algunas parejas y que no se asusten los canonistas.
Una boda se puede celebrar en media hora. Un matrimonio como comunión de vida y amor, tarda mucho en realizarse. En el latín de los canonistas, tras un coito se llama “consummatum”, es decir, consumado. Pero la unión física de decenas de coitos pouede ser compatible con la realidad de que la unión de esas dos personas siga siendo sinfonía incompleta. La unión y consumación personal es un proceso que lleva tiempo y en muchas ocasiones se interrumpe a mitad de camino, sin culpa de ninguna de ambas partes…

Dicho esto, como prólogo antropológico, vamos al grano de este post de tema pastoral.

La práctica pastoral (sobre todo, en situaciones de pluralidad, secularidad, migraciones, etc….) nos hace aprender obviamente lo que no se nos hubiera ocurrido al limitarnos a los manuales tradicionales de clase de teología moral, derecho canónico o pastoral. Por experiencia se comprueba el resultado positivo de acompañar pastoralmente a las parejas desde los primeros pasos de su convivencia de hecho estable hasta la formalización del matrimonio canónico, pasando por la ceremonia de esponsales. Son parejas que, como creyentes, desean ver bendecida su unión, aunque las circunstancias (desde la adquisición del piso hasta la consolidación del empleo, pasando por diversas situaciones familiares, laborales, académicas, etc.) no aconsejen la oportunidad de formalizar su unión.

Se puede usar en esos casos la ceremonia prevista para la misa de esponsales (en lenguaje tradicional, hoy casi en desuso, se hablaba de “petición de mano” y “toma de dichos” en los desposorios antes de la boda). La pareja lee su compromiso y lo deposita sobre el altar en el ofertorio. Tras la comunión reciben la bendición sobre el comienzo del proceso de su unión que culminará más tarde (a veces, meses después) en la celebración del matrimonio canónico. (Lo he hecho así, comprobando prácticamente los frutos y buenos resultados).

Esta práctica tiene la ventaja de que no se requiere ningún trámite burocrático, ni parroquial ni civil. Se trata de una bendición prevista litúrgicamente. La manera de llevarse a cabo la convivencia de hecho no es asunto en el que deba entrometerse quien acompaña pastoralmente respetando las decisiones en conciencia de los “cónyuges in via”. Esta práctica pastoral presupone, eso sí, algo mucho más importante:

    1. Una teología del matrimonio como proceso, que distingue entre una ceremonia de boda, que dura una hora, y la comunión de vida y amor, que tarda años en completarse.
    2. Una revisión de la moral tradicional sobre la sexualidad, que la haya superado en una moral de las relaciones, centrada en el criterio del mutuo respeto y la ayuda mutua para crecer humanamente.

Naturalmente, cuando lean esta noticia quienes estén bajo el condicionamiento estricto de las normativas canónicas, presentarán objeciones. Pero la teología moral debe ir más allá del derecho canónico; la pastoral, más allá de la teología moral; y la praxis basada en el evangelio de Jesús y el sentido común deberían facilitarnos la audacia para cambiar e innovar sin miedo.

El caso de estas parejas que, por ser creyentes, desean ver bendecida su unión, merece comprenderse y atenderse pastoralmente con flexibilidad. Son, por otra parte, una minoría, comparadas con el número de quienes, aun sin haber abandonado sus creencias, prescinden por completo de las normativas de una iglesia cuyas posturas timoratas, negativas y condenatorias les han hecho alejarse de ella.

Si no lo hacemos así, por miedo a lo que se diga desde Roma, llegaremos tarde, como en tantas otras ocasiones. Desde esa preocupación pastoral por no abandonar al pueblo creyente he redactado esta información.

domingo, 13 de abril de 2008

San Benito, Padre de Europa

Palabras de Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles, 9 abril 2008, dedicada a san Benito de Nursia, fundador del monacato en occidente, patrono de este pontificado.


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de san Benito, fundador del monaquismo occidental, y patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san Gregorio Magno, que al escribir sobre san Benito dice: «Este hombre de Dios que brilló sobre esta tierra con tantos milagros no resplandeció menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina» (Diálogos II, 36). El gran Papa escribió estas palabras en el año 592; el santo monje había muerto 50 años antes y todavía estaba vivo en la memoria de la gente y sobre todo en la floreciente orden religiosa que fundó.

San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea. La fuente más importante sobre su vida es el segundo libro de los Diálogos de san Gregorio Magno. No es una biografía en el sentido clásico. Según las ideas de su época, quiso ilustrar mediante el ejemplo de un hombre concreto –precisamente san Benito-- la ascensión a las cumbres de la contemplación, que puede realizar quien se abandona en Dios. Por tanto, nos ofrece un modelo de vida humana como ascensión hacia la cumbre de la perfección. San Gregorio Magno narra también, en este libro de los Diálogos, muchos milagros realizados por el santo, y también en este caso no quiere simplemente contar algo extraño, sino demostrar cómo Dios, advirtiendo, ayudando e incluso castigando, interviene en las situaciones concretas de la vida del ser humano. Quiere demostrar que Dios no es una lejana hipótesis situada en el origen del mundo, sino que está presente en la vida del hombre, de cada hombre.

Esta perspectiva del «biógrafo» se explica también a la luz del contexto general de su tiempo: entre los siglos V y VI, el mundo estaba trastornado por una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres.

Al presentar a san Benito como «astro luminoso», Gregorio quería indicar en esta tremenda situación, precisamente aquí, en esta ciudad de Roma, la salida de la «noche oscura de la historia» (Cf. Juan Pablo II, Insegnamenti, II/1, 1979, p. 1158). De hecho, la obra del santo, y de manera particular su Regla, ofrecieron una auténtica levadura espiritual, que cambió con el pasar de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída de la unidad política creada por el Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos del continente. De este modo nació la realidad que nosotros llamamos «Europa».

El nacimiento de san Benito es fechado alrededor del año 480. Procedía, según dice san Gregorio, «ex provincia Nursiae», de la región de Nursia. Sus padres, acomodados, le enviaron a estudiar a Roma. Él, sin embargo, no se quedó mucho tiempo en la ciudad eterna. Como explicación totalmente creíble, Gregorio menciona el hecho de que el joven Benito estaba disgustado por el estilo de muchos de sus compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta, y no quería caer en los mismos errores. Sólo quería agradar a Dios: «soli Deo placere desiderans» (II Diálogo, Prólogo 1).

De este modo, antes de concluir sus estudios, Benito dejó Roma y se retiró en la soledad de los montes que se encuentran al Este de esta ciudad. Después de una primera permanencia en el pueblo de Effide (hoy Affile), en el que se asoció durante un cierto período de tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo eremita en la cercana Subiaco. Allí vivió durante tres años completamente solo, en una gruta, que a partir del Alta Edad Media constituye el «corazón» de un monasterio benedictino llamado «Sacro Speco» («gruta sagrada»). El período que pasó en Subiaco, período de soledad con Dios, fue para Benito un momento de maduración. Allí debía soportar y superar las tres tentaciones fundamentales que todo ser humano: la tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza.

Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones habría podido dirigir a los demás una palabra útil para sus situaciones de necesidad. De este modo, tras pacificar su alma, era capaz de controlar plenamente los impulsos de su ego para ser creador de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios en el valle de Anio, cerca de Subiaco.

En el año 529, Benito dejó Subiaco para asentarse en Montecasino. Algunos han explicado que esta mudanza fue una manera de huir de las intrigas de un eclesiástico local envidioso. Pero esta explicación se ha revelado poco convincente, pues su muerte improvisa no llevó a Benito a regresar (II Diálogos 8). En realidad, tomó esta decisión pues entró en una nueva fase de su maduración interior y de su experiencia monástica. Según Gregorio Magno, el éxodo del remoto valle de Anio hacia el Monte Casio --lugar elevado que domina la llanura circunstante, visible desde lejos--, tiene un carácter simbólico: la vida monástica en el escondimiento tiene una razón de ser, pero un monasterio tiene también una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad: tiene que dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. De hecho, cuando el 21 de marzo de 547 Benito concluyó su vida terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó un patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue dando en todo el mundo.

En todo el segundo libro de los Diálogos, Gregorio nos muestra cómo la vida de san Benito estaba sumergida en una atmósfera de oración, fundamento de su existencia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad de Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente de este modo no perdió de vista nunca los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas.

Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su misión. En la Regla califica la vida monástica de «escuela del servicio del Señor» (Prólogo 45) y pide a sus monjes que «nada se anteponga a la Obra de Dios» (43,3), es decir, al Oficio Divino o Liturgia de las Horas. Subraya sin embargo que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (Prólogo 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos», afirma (Prólogo 35). De este modo, la vida del monje se convierte en una armonía fecunda entre acción y contemplación «para que en todo sea Dios glorificado» (57, 9). En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, hoy exaltada con frecuencia, el primer e irrenunciable compromiso del discípulo de san Benito es la sincera búsqueda de Dios (58, 7) sobre el camino trazado por Cristo, humilde y obediente (5,13), el amor al que no debe anteponer nada (4, 21; 72, 11), y precisamente de este modo, en el servicio al otro, se convierte en hombre de servicio y de paz. En el ejercicio de la obediencia vivida con una fe animada por el amor (5,2), el monje conquista la humildad (5,1), a la que dedica todo un capítulo de la Regla (7). De este modo, el hombre se conforma cada vez más con Cristo y alcanza la auténtica autorrealización como criatura a imagen y semejanza de Dios.

A la obediencia del discípulo le tiene que corresponder la sabiduría del abad, que en el monasterio «hace las veces de Cristo» (2, 2; 63, 13). Su figura, descrita sobre todo en el segundo capítulo de la Regla con un perfil de belleza espiritual y de compromiso exigente, puede considerarse como un autorretrato de Benito, pues --como escribe Gregorio Magno-- «el santo no podía de ninguna manera enseñar algo diferente de lo que vivía » (Diálogos II, 36). El abad tiene que ser al mismo tiempo un padre tierno y también un maestro severo (2, 24), un verdadero educador. Inflexible contra los vicios, sin embargo está llamado sobre todo a imitar la ternura del Buen Pastor (27,8), a «servir más que a mandar» (64, 8), a «enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras» (2,12). Para ser capaz de decidir con responsabilidad, el abad también tiene que escuchar «el consejo de los hermanos» (3,2), porque «muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor» (3,3). ¡Esta actitud hace sorprendentemente moderna una Regla escrita hace casi quince siglos! Un hombre de responsabilidad pública, al igual que en los ámbitos privados, debe ser siempre un hombre que sabe escuchar y que sabe aprender de lo que escucha.

Benedicto califica a la Regla como «mínima», delineada para la «iniciación» (73, 8); en realidad, sin embargo, ofrece indicaciones útiles no sólo para los monjes, sino también para todos los que buscan una guía en su camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha podido mantener su fuerza iluminadora hasta hoy. Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito patrono de Europa pretendía reconocer la obra maravillosa desempeñada por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea. Hoy Europa, que acaba de salir de un siglo profundamente herido por dos guerras mundiales y por el derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado como trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de la propia identidad. Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente, de lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, ha causado, como ha revelado el Papa Juan Pablo II «un regreso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad» (Insegnamenti, XIII/1, 1990, p. 58). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje sigue siendo un verdadero maestro del que podemos aprender el arte de vivir el verdadero humanismo.

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martes, 8 de abril de 2008

Nicolás de Cusa adelantó a Galileo y a Da Vinci

Con este artículo presentamos una de las figuras que han adornado a la Iglesia con sus variadas virtudes y sabiduríaque su altura espiritual iba pareja a su altura científica o artística, lo que demuestra que la fe no solo no coharta la libertad y la inteligencia, sino que la dignifica.

En este artículo aparecen sus dotes científicas y su mente creativa y en otro artículo posterior aportaremos datos sobre su obra espiritual.

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Apasionado de la matemática y consejero de tres papas, Nicolás de Cusa hacía ciencia copernicana 150 años antes que Galileo y Copérnico.

Uno de los tópicos en historia de la ciencia es pensar que se pasa del “oscurantismo” medieval al nacimiento de la ciencia moderna de manera súbita. De la noche a la mañana surge un grupo de hombres extraordinarios que deciden darle la vuelta a nuestra manera de ver el mundo: Galileo, Kepler, Descartes… Es cierto que sus aportaciones supusieron una “revolución” pero no es menos cierto que cada uno de ellos (como todo hombre de ciencia) debe gran parte del éxito de su trabajo a sus predecesores.

Un “eslabón perdido” con nombre y apellidos

Existe por tanto una transición real, y no un salto abrupto, entre la manera de hacer ciencia de la Edad Media y las revoluciones de la Edad Moderna. Si tuviéramos que darle nombre y apellidos a nuestro “eslabón perdido” sin duda elegiríamos a Nikolaus Krebs, más conocido por Nicolás de Cusa. Iserloh lo describe de manera muy plástica: “está en el otoño de la Edad Media, pero también en la primavera de los tiempos modernos”.

Nació en 1401 en la ciudad alemana de Krebs (Cusa en latín). A los dieciséis años recibió la tonsura clerical y viajó por Europa estudiando gramática y filosofía, para obtener finalmente el doctorado en Derecho Canónico en Padua a la edad de 22 años. Paralelamente había nacido en él la pasión por las matemáticas y las ciencias naturales.
Una anécdota de su insaciable curiosidad científica la encontramos en su estancia en Colonia. Visitando la biblioteca de la cartuja encontró el Liber contemplationis de Ramón Llull, una de las figuras más eximias del medioevo hispano. No dejó escapar la oportunidad: se interesó por la obra y tomó diversas anotaciones.

Precursor del “giro copernicano”

Nicolás de Cusa mantuvo que la Tierra no era el centro del mundo y, basándose en la observación de los eclipses, que ésta era menor que el Sol y mayor que la Luna. También afirmó que el Sol, la Tierra y los demás cuerpos celestes se encuentran en movimiento y difieren en sus velocidades. También propuso la rotación terrestre como explicación al ciclo de los días. Por todo ello se le puede considerar con justicia un precursor de Copérnico. Sus intuiciones e ideas influyeron no sólo en éste sino en figuras tan ilustres como Kepler, Leonardo da Vinci y Giordano Bruno.

Un “argumento de autoridad” para Descartes

El libro más famoso de Nicolás de Cusa es “De docta ignorantia” (expresión prestada de san Agustín y san Buenaventura). En él expone una epistemología y una teología muy diferente de la tradicional. Llega a afirmar que el mundo es una imagen de Dios y su Trinidad. Partiendo de esta base postula la infinitud del espacio. Cuando más tarde Descartes proponga un espacio-tiempo infinito acudirá a Nicolás como argumento de autoridad para respaldar sus tesis.

Nuestro hombre no dudaba en “flirtear” con el concepto de infinito, imprescindible para las matemáticas contemporáneas. De hecho fue el primero que presentó el círculo como un polígono de lados infinitos (tal como se explica hoy día).

Adelantado a Galileo en la crítica a la escolástica

En uno de sus libros Nicolás de Cusa reprocha a la Filosofía de la Naturaleza escolástica (embrión de la Física actual) su incapacidad para medir (mensurare). Afirma que todo conocimiento científico debe estar fundamentado en la medición, otorgando a la geometría un papel protagonista en la ciencia.
La escolástica había recogido de Aristóteles una manera de hacer ciencia muy especulativa y poco experimental, en la que se recurría frecuentemente a la autoridad de los clásicos.
Nicolás de Cusa proponía recurrir a la “autoridad de las mediciones”. Por ello se esforzó por mejorar aparatos de medida (el reloj, la balanza) e inventó otros como el batómetro, que sirve para evaluar rápidamente la profundidad de ríos y lagos.
Muchas de sus sugerencias fueron realizadas en tiempos de Galileo, casi 150 años después. Nicolás de Cusa y Galileo compartieron la misma crítica a la manera de la escolástica de enfocar la filosofía de la naturaleza y abrieron el camino a la ciencia experimental, si bien es Galileo quien normalmente se lleva todo el mérito.

Y todo ello sin dejar de ser un gran hombre de Iglesia

Nicolás de Cusa fue obispo y cardenal y un hombre de confianza para los papas Nicolás V, Eugenio IV y Pío II. Fue nombrado legado pontificio y se le encomendó una misión muy ecuménica: lograr la unión con los griegos. Otro encargo de la Santa Sede fue lograr la firma de un concordato con el Imperio Austro-Húngaro, empresa que culminó con éxito. Fue Obispo de Brixen (Alemania) y tuvo que sufrir durante todo su mandato la oposición feroz de los poderes políticos. De hecho, acabó sus días en el exilio.

La vida de Nicolás es una prueba “empírica” de que la entrega y el servicio abnegado y constante a Cristo y a su Iglesia no sólo no es un impedimento para el desarrollo de la ciencia, sino que constituye una guía y estímulo para ésta.

lunes, 7 de abril de 2008

Desde ayer me llamo "Magdi Cristiano Allam"


Publicamos este artículo que nos ha llamado fuertemente la atención. Vemos muy positivamente el valor de este periodista recibiendo el bautismo de manera pública y haciéndolo público, aun sabiendo a lo que se expone. Nos unimos a su alegría pascual fraternalmente y nos congratulamos por su encuentro con Cristo.

También encuentro positiva su alusión a la "renuncia" a evangelizar al mundo musulmán por parte de los cristianos. Si tenemos en cuenta que evangelizar no es un acto que prescinda de la libertad de consciencia, sino que la afirma, precisamente por el anuncio de la Buena Nueva. Jamás un anuncio supone la coacción a la libertad del oyente. Si la Evangelización cayera en el proselitismo más o menos enmascarado, ya no sería evangelización y haría un mal servicio a la verdad y la caridad de la Revelación cristiana.

Igualmente es digna de apoyarse la necesidad de que los cristianos conversos del Islam no hayan de vivir su elección en las catacumbas, repudiados de su familia y sus amigos, sujetos a posibles represalías, tanto en países de mayoría musulmana como cristiana. Necesitamos despertar a la necesidad de presionar socialmente para que las instituciones pertinentes admitan y declaren claramente la libertad de consciencia en las elecciones religiosas y espirituales y emprender acciones encaminadas a ello. Ya que nos interroga profundamente el hecho de que, el exponer su conversión de esta manera puede resultar para muchos musulmanes como una exhibición provocativa que no está cortada por el mismo patrón de las insistentes declaraciones cristianas sobre la necesidad de unir esfuerzos por la paz y la convivencia entre las religiones.

Por otra parte, nos interrogamos igualmente sobre la pertinencia de esta declaración pública. Esta publicación podría tener consecuencias negativas ya que podría interpretarse por parte de muchos musulmanes como una exhibición provocativa de los cristianos. .No es que queramos ignorar las múltiples acciones violentas del mundo musulmán contra la libertad religiosa, sino que, precisamente por ello, los cristianos debemos ser profundamente cuidadosos en ser coherentes con la caridad cristiana que proclamamos y postular las mejores virtudes musulmanas para neutralizar las desviaciones y violencias que sufren las sociedades musulmanas, aunque, bien lo sabemos, no solo ellas, sino también las sociedades que ellos consideran cristianas, es decir, el mundo occidental.

La no violencia evangélica es un delicado equilibrio en que la verdad y la caridad jamás se excluyen mútuamente. Un equilibrio a veces muy difícil de conseguir, pero que siempre debemos intentar. Y a partir de esta reflexión previa os pedimos que leáis este artículo.

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Querido Director:

Lo que voy a contarte se refiere a una elección mía, de fe religiosa y de vida personal, que no quiere de ninguna manera involucrar al Corriere della Sera, del cual me honro de formar parte desde 2003, como uno de sus Vice directores. Te escribo, por tanto, como protagonista del hecho, como ciudadano privado.

Ayer de noche me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta manera, finalmente ha visto la luz, por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión, y su consciente y manifiesta exteriorización. Estoy especialmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que me ha conferido los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, en el transcurso de la solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y he asumido el nombre cristiano más sencillo y explícito: "Cristiano".

Desde ayer me llamo "Magdi Cristiano Allam".

Para mí ha sido el día más hermoso de mi vida. Conseguir el don de la fe cristiana el día de la Resurrección de Cristo, de manos del Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. Teniendo casi 56 años, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que señala un cambio radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la resurrección de Cristo ha reverberado en mi alma, librándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia con los "diferentes", condenados acríticamente como "enemigos", prevalecen sobre el amor y el respeto del "prójimo" que es siempre y en todas partes "persona". Mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, y he podido adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto por primera vez el verdadero y único Dios, que es Dios de la Fe y de la Razón.

Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y profunda meditación interior, de la cual no habría podido sustraerme, puesto que desde hace cinco años estoy obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia fija de mi casa y escolta de policías permanente, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte de los extremistas y de los terroristas islámicos, tanto de los que residen en Italia como de otros del exterior. He tenido que preguntarme sobre la actitud de quienes han emitido públicamente las fatwe (declaración por la que cualquiera puede matarlo) de los responsables jurídicos islámicos, denunciándome a mí, que era musulmán, como "enemigo del Islam", "hipócrita cristiano copto que finge ser musulmán para dañar al Islam", "mentiroso y difamador del Islam", legitimando así mi condena a muerte. Me he preguntado cómo es posible que alguien como yo, que ha luchado con convicción y hasta el cansancio por un "Islam moderado", asumiendo la responsabilidad de exponerse en primera persona a las denuncias del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del Islam, basándose en una legitimación del Corán.

Por esto he llegado a comprender que, más allá de la contingencia de los fenómenos extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, la raíz del mal está inscrita en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo.

Paralelamente, la Providencia me ha hecho encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, han llegado a ser un punto de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores.Me refiero en primer lugar a muchos amigos de Comunión y Liberación, con don Julián Carrón a la cabeza. A religiosos como don Gabriel Mangiarotti, Sor Maria Gloria Riva, don Carlo Maurizi y al Padre Yohannis Lahzi Gaid; al descubrimiento de los salesianos, gracias a don Angelo Tengattini y a don Maurizio Verlezza, que culminó en la amistad con el Rector Mayor, don Pascual Chávez Villanueva, y hasta el abrazo con altos prelados de gran humanidad, como el cardenal Tarcisio Bertone, monseñor Luigi Negri, Giancarlo Vecerrica, Gino Romanazzi y, sobre todo, don Bruno Fisichella, que me ha seguido en mi trayectoria espiritual de aceptación de la fe cristiana. Pero, sin duda, el encuentro más extraordinario y significativo en mi decisión de convertirme ha sido el del Papa Benedicto XVI, al que he admirado y defendido como musulmán por su maestría al señalar el ligamen indisoluble entre la fe y la razón, como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, y al cual adhiero plenamente como cristiano para llenarme de nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado.

Querido Director, me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me acarreará una enésima y muy grave condena a muerte por apostasía. Tienes toda la razón. Sé bien a lo que me expongo, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, con la espalda derecha y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe. Y lo haré aún más después del gesto histórico y valeroso del Papa, quien desde que conoció mi deseo, enseguida aceptó administrarme él mismo los sacramentos de la iniciación cristiana. Su Santidad ha lanzado un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que hasta ahora ha sido demasiado prudente en la conversión de los musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y callando sobre la realidad de los convertidos en los países cristianos. Por miedo. Por el miedo de no poder ayudar a los convertidos, condenados a muerte por apostasía, y por el miedo de las represalias que podrían tener los cristianos que viven en los países islámicos. Benedicto XVI, con su testimonio, está diciendo que es necesario vencer el miedo y no tener ningún temor de afirmar la verdad sobre Jesús, también a los musulmanes.

Por mi parte, yo digo que ya es hora de poner fin a la arbitrariedad y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay millares de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay millares de musulmanes convertidos al cristianismo, que son constreñidos a silenciar su nueva fe por miedo de ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros.

Por una de esas "casualidades" en las que se ve la mano discreta del Señor, mi primer artículo escrito en el Corriere el 3 de setiembre de 2003, se titulaba "Las nuevas catacumbas de los islámicos convertidos". Era una investigación sobre algunos neo-cristianos que denunciaban en Italia su profunda soledad espiritual y humana, debida a la pasividad de las instituciones del estado, que no protegen su seguridad, y al silencio de la propia Iglesia. Por eso espero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio obtengan el convencimiento de que ha llegado el momento de salir de las tinieblas de las catacumbas y de afirmar públicamente su voluntad de ser plenamente ellos mismos. Si aquí, en Italia, en la cuna del catolicismo, en nuestra casa, no estamos en condiciones de garantizar a todos la plena libertad religiosa, ¿cómo podremos ser creíbles cuando denunciamos la violación de esta libertad en otras partes del mundo? Ruego a Dios que esta Pascua especial lleve a la resurrección espiritual del espíritu a todos los fieles en Cristo que hasta ahora han sido dominados por el miedo.

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Artículo publicado por Magdi Cristiano Allam, subdirector del Corriere della Sera, el pasado domingo 23 de marzo de 2008, horas después de recibir su bautismo en la Fe cristiana por Benedicto XVI, durante la Vigilia Pascual. El escrito adopta la forma de una carta dirigida al director del diario.

Traducido por: Fundación Crónica Blanca, de jóvenes periodistas católicos

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