martes, 15 de abril de 2008

Infierno 2. Jesús bajó al infierno para que no haya más infierno

Publicado el 14.04.08 en el blog de Xavier Pikaza

Sigo presentando el tema de ayer, sobre el infierno, desde una perspectiva cristiana. El credo oficial más antiguo de la iglesia (el apostólico o romano) dice que Cristo bajó a los infiernos, poniendo así de relieve el momento final de su encarnación: bajó al infierno para liberar a los que estaban sometidos a la muerte irremediable. Sólo desde ese fondo se puede entender la posibilidad (o, mejor dicho, la imposibilidad) de un infierno cristiano. Jesús bajó al infierno para liberar a los allí condenados.

Fundamento bíblico

(a) Bajó a los infiernos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente: no ha experimentado la impotencia abismal, el desvalimiento pleno de la vida humana. Jesús ha vivido en absoluta intensidad; por eso muere en pleno desamparo. Ha desplegado la riqueza del amor; por eso muere en suma pobreza, preguntando por Dios desde el abismo de su angustia. De esa forma se ha vuelto solidario de los muertos. Sólo es solidario quien asume la suerte de los otros. Bajando hasta la tumba, sepultado en el vientre de la tierra, Jesús se ha convertido en el amigo de aquellos que mueren, iniciando, precisamente allí, el camino ascendente de la vida.

(b) Jesús fue enterrado y su sepulcro es un momento de su despliegue salvador (cf. Mc 15, 42-47 y par; l Cor 15, 4). Sólo quien muere de verdad, volviendo a la tierra, puede resucitar de entre los muertos. Jesús ha bajado al lugar de no retorno, para iniciar allí el retorno verdadero. Como Jonás «que estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches...» (Mt 12, 40), así estuvo Jesús en el abismo de la muerte, para resucitar de entre los muertos (Rom 10, 7-9).

En el abismo de muerte ha penetrado Jesús y su presencia solidaria ha conmovido las entrañas del infierno, como dice la tradición: «La tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos de los cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron» (Mt 27, 51-52). De esa forma ha realizado su tarea mesiánica:

«Sufrió la muerte en su cuerpo, pero recibió vida por el Espíritu. Fue entonces cuando proclamó la victoria incluso a los espíritus encarcela¬dos que fueron rebeldes, cuando antiguamente, en tiempos de Noé...» (1 Pe 3, 18-19).

(c) Murio para destruir todos los infiernos de la muerte. Se ha dicho que esos espíritus encarcelados eran los humanos del tiempo del diluvio, como supone la liturgia, pero la exégesis moderna piensa que ellos pueden ser los ángeles perversos que en tiempo del diluvio fomentaron el pecado, siendo por tanto encadenados. No empezó a morir cuando expiró en la cruz y le bajaron al sepulcro; había empezado cuando se hizo solidario con el dolor y destrucción de los hombres, compartiendo la suerte los expulsados de la tierra. Jesús había descendido ya en el mundo al infierno de los locos, los enfermos, los que estaban angustiados por las fuerzas del abismo: ha asumido la impotencia de aquellos que padecen y perecen aplastados por las fuerzas opresoras de la tierra, llegando de esa forma hasta el infierno de la muerte.

Un texto litúrgico. La pascua vencedora.

(a) Jesús Adán. La liturgia, continuando en la línea simbólica de los textos anterior, relaciona a Jesús con Adán, el hombre originario que le aguarda desde el fondo de los tiempos, como indica una antigua homilía pascual:

«¿Que es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. Va a buscar a nuestro primer padre, como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Mt 4, 16). Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz (cf. Ef 5, 14). Yo soy tu Dios que, por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo. Y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: ¡salid!; y a los que se encuentran en tinieblas: ¡levantaos!. Y a ti te mando: despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti¬ formamos una sola e indivisible persona». (P. G. 43, 439. Liturgia Horas, sábado santo).

(b) Jesús y todos los muertos. Jesús ha descendido hasta el infierno para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren. Pero al mismo tiempo ha descendido para anunciarles la victoria del amor sobre la muerte, viniendo como gran evangelista que proclama el mensaje de liberación definitiva, visitando y liberando a los cautivos del infierno. Por eso, la palabra de la iglesia le sitúa frente a Adán, humano universal, el primero de los muertos.

En ese fondo se interpreta el tema del Cristus Victor. Hasta el sepulcro de Adán ha descendido Jesús, como todos los hombres penetrando hasta el lugar donde la muerte reinaba, manteniendo cautivos a individuos y pueblos. Ha descendido allí para rescatar a los muertos (cf. Mt 11, 4-6; Lc 4, 18-19), apareciendo de esa forma como Christus Victor, Mesías vencedor del demonio y de la muerte. Su descenso al infierno, para destruir el poder de la muerte constituye de algún modo la culminación de su biografía mesiánica, el triunfo decisivo de sus exorcismos, de toda su batalla contra el poder de lo diabólico.

Lo que Jesús había empezó en Galilea, curando a unos endemoniados, ha culminado con su muerte, descendiendo al lugar de los muertos, para liberarles a todos del Gran Diablo de la muerte. Tomado en un sentido literalista, este misterio (¡descendió a los infierno) parece resto mítico, palabra que hoy se dice y causa asombro o rechazo entre los fieles. Sin embargo, entendido en su sentido más profundo, constituye el culmen y clave de todo evangelio. Aquí se ratifica la encarnación redentora de Jesús: sus curaciones y exorcismos, su enseñanza de amor y libertad.

¿Es posible un infierno cristiano?

Desde las observaciones anteriores y teniendo en cuenta todo el proceso de la revelación bíblica, con la muerte y resurrección de Jesús, se puede hablar de dos infiernos.

(a) Hay un primer infierno, al que Jesús ha descendido del todo por solidaridad con los expulsados de la tierra y por su muerte con los condenados de la h historia. Este es el infierno de la destrucción donde los humanos acababan (acaban) penetrando al final de una vida que conduce sin cesar hasta la tumba. Había sobre el mundo otros infiernos de injusticia, soledad y sufrimiento, aunque sólo el de la muerte era total y decisivo. Pero Jesús ha derribado sus puertas, abriendo así un camino que conduce hacia la plena libertad de la vida (a la resurrección), en ámbito de gracia. En ese infierno sigue viviendo gran parte de la humanidad, condenada al hambre, sometida a la injusticia, dominada por la enfermedad. El mensaje de Jesús nos invita a penetrar en ese infierno, para solidarizarnos con los que sufren y abr ir con ellos y para ellos un camino de vida (Mt 25, 31-46).

(b) ¿Puede haber un segundo infierno? . ¿Puede haber una condena irremediable de aquellos que rechazando el don de Cristo y oponiéndose de forma voluntaria a la gracia de su vida, pueden caer en la oscuridad y muerte por siempre (por su voluntad y obstinación definitiva)?. Así lo suponen algunas formulaciones básicas), se habla de premio para unos y castigo para otros (cf. Dan 12, 2-3). Esta visión culmina, parabólicamente en Mt 25, 31-46, donde Jesús dice a los de su derecha «venid, benditos de mi Padre, heredad el reino, preparado para vosotros» y a los de su izquierda «apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».

Tomadas al pie de la letra, esas palabras suponen que hay cielo e infierno, como posibilidades paralelas de salvación y condena para los hombres. Pero debemos recordar que ese es un lenguaje de parábola y parénesis, no de juicio legalista, en el sentido que Jesús ha superado en su evangelio (cf. Mt 7, 1 par). Ese segundo infierno es una posibilidad, pero no como el cielo de la plenitud escatológica, fundada en la resurrección de Cristo. Es una posibilidad... que creemos que ha sido superada para siempre por el Dios de Jesús

(c) El Dios de Jesús sólo quiere la vida. La Biblia cristiana, tal como ha culminado en la pascua de Cristo, formulada de manera definitiva por los evangelios y cartas de Pablo, sólo conoce un final: la vida eterna de los hombres liberados, el reino de Dios, que se expresa en la resurrección de Cristo. En ese sentido tenemos que decir que, estrictamente hablando, sólo existe salvación, pues Cristo ha muerto para liberar a los humanos de su infierno. Pero desde ese fondo de salvación básica podemos y debemos hablar (¡y hemos hablado!) también de la posibilidad de una muerte segunda (cf. Ap 2, 11; 20, 6. 14; 21, 8), que sería un infierno infernal, una condena sin remedio (sin esperanza de otro Cristo).

En la línea de ese infierno segundo quedarían aquellos que, a pesar del amor y perdón universal de Cristo, prefieren quedarse en su violencia, de manera que no aceptan, ni en este mundo ni el nuevo de la pascua, la gracia mesiánica del Cristo. Sabemos que Jesús no ha venido a condenar a nadie; pero si alguien se empeña en mantenerse en su egoísmo y violencia puede convertirse él mismo (a pesar de la gracia de Jesús) en infierno perdurable. Hemos dicho «puede» y así quedamos en la posibilidad, dejando todas las cosas en manos de la misericordia salvadora de Dios, que tiene formas y caminos de salvación para todos, aunque nosotros no podamos comprenderlos desde la situación actual de injusticia y de muerte, de infierno, del mundo. Así decimos que "puede" haber infierno, porque el ser humano es capaz de muchos males... Pero esa posibilidad ha quedado superaa por el Cristo, de una forma que sólo Dios conoce.

Una tarea cristiana.Pequeña bibliografía

A nosotros, los cristianos, y a todos los hombres nos queda la tarea de que este mundo no sea infierno... Superar el infierno en esta tierra: esa es ha sido la misión de Jesús, Hijo de Dios.

(cf. R. AGUIRRE, Exégesis de Mt 27, 51b-53. Para una teología de la muerte de Jesús en el evangelio de Mateo, Seminario, Vitoria 1980; J. ALONSO DÍAZ, En lucha con el misterio. El alma judía ante los premios y castigos y la vida ultraterrena, Sal Terrae, Santander 1967, G. AULEN, Le triomphe du Christ, Aubier, Paris, 1970; L. Bouyer, Le mystére pascal, Paris 1957; W. J. DALTON, Christ´s proclamation to the Spirits. A study of 1 Pe 3, 18; 4, 6, Biblico, Roma 1965; J. L. RUIZ DE LA PEÑA, El hombre y su muerte, Aldecoa, Burgos 1971; La pascua de la nueva creación. Escatología, BAC, Madrid 1996; H. U. VON BALTHASAR, «El misterio pascual»: Mysterium salutis III/II, Madrid 1971, 237-265).

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