jueves, 4 de diciembre de 2008

LA PALESTINA ISLAMIZADA

Convivencia y enfrentamiento entre las religiones del Libro [1[

Roger Garaudy [2]



El periodo árabe (siglos VII-X)

En 638, cuando los musulmanes entraron en Palestina, resultó “una conquista fácil [3] ”, como escribe Al Baladhuri, historiador musulmán del siglo XI. En realidad, ni siquiera fue una conquista, una victoria militar, sino una liberación. Ante todo, porque en 636 no son los árabes los que llegan, sino el Islam. Los árabes estaban allí desde hacía más de tres milenios, desde las primeras migraciones semitas, procedentes de Arabia, en calidad de nómadas que recorrían de un extremo a otro el Creciente Fértil: amorreos, cananeos y hebreos, que poseían el mismo origen étnico y pertenecían al mismo grupo lingüístico [4] . Las inscripciones griegas descubiertas en Transjordania prueban que en tiempos de los romanos la mayoría de los habitantes eran árabes. Otros emigrantes llegados de Arabia –como todas las oleadas anteriores desde hacía tres mil años– habían creado en el siglo IV d.C. el reino de los nabateos, al sur de Palestina [5] .

Lo que llegaba en 638 con la nueva oleada de emigrantes oriundos de Arabia, era el Islam. Un Islam que no se consideraba una religión entre otras, sino como el cumplimiento de los mensajes divinos ya revelados en el Creciente Fértil. En contraste con la intolerancia de los emperadores bizantinos, la llegada del Islam resultó una liberación para los judíos y para los cristianos llamados heréticos, es decir, para la casi totalidad de la población de la región, a excepción del ocupante griego bizantino.

Santos Padres Los cristianos del Yemen eran monofisitas [6] ; más tarde, después de la conquista persa en 597, pasaron a ser nestorianos [7] , como los cristianos de Siria. Los ghasánidas del norte eran monofisitas, los lakhmidas, nestorianos en su mayoría. El arrianismo [8] se había difundido por toda Palestina. La Iglesia calcedonia, es decir, la Iglesia oficial, la cual representaba la ortodoxia, tal como había sido definida en los Concilios de Nicea y Calcedonia, estaba dirigida por los obispos de Antioquia para Siria, y de Jerusalén para Palestina. Esta Iglesia sólo se mantenía en el poder merced al emperador bizantino, que ponía a su disposición su fuerza represiva. Por esta razón, cuando los musulmanes llegaron a Siria y Palestina, fueron acogidos como liberadores por la masa de la población, árabe como ellos, y desde el punto de vista religioso, dispuesta a reconocerse en el monoteísmo riguroso del Islam, de un Islam que acogía a Abraham, Moisés y Jesucristo como mensajeros de Dios, profetas precursores de Mahoma.

Bar-hebraeur (Bar, el hebreo) escribe:

“El Dios de las venganzas envío a los árabes para liberarnos de los romanos. Nuestras iglesias no nos fueron devueltas, ya que cada cual conservó lo que poseía, pero al menos fuimos arrancados a la crueldad de los griegos, y a su odio hacia nosotros.” [9]

El fanatismo represivo de los emperadores bizantinos nos permite comprender por qué el destino de Siria y Palestina se jugó en una sola batalla, la de Yarmuk [10] , el 20 de agosto de 636, y por qué el ejército de Bizancio fue aplastado en ella. Incluso antes de la batalla estalló una revuelta de los cristianos armenios del ejército imperial. En plena lucha, los cristianos árabes de Siria se retiraron del ejército bizantino. El ocupante griego se encontró solo, abandonado de toda la población, y fue derrotado. Los ejércitos musulmanes llegaron sin combate hasta Damasco donde, después de la retirada de la guarnición bizantina, los habitantes decidieron capitular [11] . Un árabe cristiano, alto funcionario del Imperio, llamado Mansur ibn Sejun, gobernador de la ciudad a raíz de la partida de los imperiales, negoció la rendición de la ciudad, obteniendo la protección de la vida y de los bienes de todos los habitantes. Los únicos que emigraron de Palestina fueron los antiguos colonos y ocupantes griegos.

En Jerusalén, el Patriarca cristiano Sofronio solicitó la paz, a condición de que el Califa en persona acudiera a Jerusalén para garantizarMuro Lamentaciones la seguridad. El Califa aceptó. El historiador Rappoport hace un relato pintoresco de su llegada:

“Para los habitantes de Jerusalén, habituados a la fastuosidad y a las vestiduras recamadas en oro de los emperadores bizantinos, la aparición del Califa constituyó un espectáculo sorprendente. El sucesor del Profeta, ataviado con una humilde capa de pelo de camello, penetró en Jerusalén a lomos de un camello que llevaba todo su equipaje y su provisión de dátiles para la jornada. El contraste entre esta sencillez rústica del vencedor y la extravagancia de costumbre desplegada no sólo por los emperadores de Bizancio sino también por sus representantes provinciales, era pasmoso. No podía dejar de producir una impresión favorable en una población amargada, resentida contra un gobierno que se había mostrado tan tiránico y tan rapaz.” [12]

Los cronistas árabes señalan que el Califa Omar no aceptó la invitación que le hizo el Patriarca cristiano para que rezara su plegaria en una de las iglesias de Jerusalén, por temor a que los musulmanes demasiado celosos aprovechasen la circunstancia como pretexto para reemplazar, en recuerdo de su visita, la iglesia por una mezquita.

La proclama del Califa, exhortando a la unión de todas las “gentes del Libro” (judíos, cristianos y musulmanes), garantizaba la seguridad de las personas y de los bienes, y exigía que fueran respetados los monjes cristianos: “No molestéis a los que viven retirados del mundo, con el fin de que puedan seguir cumpliendo con sus votos”. Aquí también, Rappoport, al escribir su Historia de Palestina, según la visión judía, señala:

“Fuerza es reconocer que, para los comienzos de la Edad Media, semejante proclama (generalmente observada por las tropas musulmanas) estaba llena de moderación. Respiraba justicia y tolerancia. Ni los emperadores de Bizancio, ni los obispos de la Iglesia habían expresado jamás tales sentimientos en nombre de Aquel que había predicado una religión de amor.”

Un documento como la proclama del Califa debió de producir una impresión profunda en el ánimo no solamente de los judíos, sino también de los cristianos de Siria y Palestina. Los unos sufrían los efectos de la opresión, mientras que los otros eran perseguidos por la Iglesia de Estado en razón de sus diversas opiniones religiosas. Todos padecían el yugo de los funcionarios y la carga de onerosos impuestos.

La política de los primeros califas omeyas fue tan liberal que cristianos como Mansur ibn Sarjun, después su hijo y, más tarde, su nieto,San Juan Damasceno a quien hoy conocemos como San Juan Damasceno, ejercieron las funciones de inspector general de Hacienda, es decir, eran el segundo personaje del Estado musulmán. Sólo cuando Omar II, en 720, decidió que un cristiano no podía tener acceso a los altos cargos del gobierno, salvo apostasía, San Juan Damasceno presentó la dimisión y se retiró hasta su muerte en el monasterio de San Sabas, donde no conoció represión alguna por parte de los musulmanes.

El contraste es enorme con el fanatismo de los emperadores cristianos de Bizancio. Cuando San Juan Damasceno, en plena crisis iconoclasta, escribió una admirable teología de los iconos [13] fundada en la Encarnación, el Emperador bizantino Constantino Copronimo reunía en 754 un Concilio de 338 obispos para pronunciar contra San Juan Damasceno (Mansur ibn Sarjun) una condena brutal:

“Anatema a Mansur, que ha traicionado a Cristo [...] y que profesa sentimientos mahometanos [14] . Anatema al enemigo del Imperio, el doctor de la impiedad, el adorador de imágenes. La Trinidad los ha depuesto a los tres.” [15]

En cambio, en su monasterio de San Sabas, en la Palestina convertida en musulmana, San Juan Damasceno pudo polemizar libremente contra los principios mismos del Islam, y defender las tesis cristianas oficiales sobre la Trinidad, la divinidad de Jesucristo, y la negativa a reconocer en Mahoma a un profeta. En su tratado de las herejías De Haeresibus, podía escribir:

“Un falso profeta, llamado Mahoma, teniendo conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, y habiendo topado, sin duda, con un monje arriano, creó su propia herejía” [16 ] . A continuación formulaba una “refutación” de los fundamentos del Islam. [17]

Uno de sus discípulos, Teodoro Abu Kurra, nacido hacia 760, podía incluso escribir opúsculos violentamente polémicos –Contra la misión de Mahoma , o bien Mahoma, poseído por el demonio– y, según las enseñanzas orales de San Juan Damasceno, una Controversia Santo Sepulcro entre un sarraceno y un cristiano, atacando los problemas centrales de la teología musulmana, sin ser molestado en lo más mínimo por el Califato, en tanto que, según el testimonio de Miguel el Sirio, siendo obispo de Harran, es depuesto por el Patriarca Teodoro de Antioquia, y se retira en Jerusalén, en 813, al lado del Patriarca Tomás.

El historiador Rappoport subraya que después de haber conquistado Palestina los musulmanes, la situación de los judíos mejoró mucho allí, y su actividad intelectual se incrementó [18] . Una academia judía había sido fundada en Tiberiades inmediatamente después de la ocupación romana, por el sabio y piadoso rabino Jochanan ben Zakkaí, discípulo del célebre rabino Hillel. Sólo con la llegada de los califas pudo ser transferida a Jerusalén la academia de Tiberiades, y convertirse en un centro intelectual de primer orden donde quedó establecido el texto hebraico del Antiguo Testamento (la llamada versión masorética).

Bajo el Califa fatimí El Aziz (975-996), un cristiano, Isa ben Nestorius, se convirtió en primer ministro (visir). Nombró gobernador de Damasco a un judío, Manases ibn Hazra, de suerte que cristianos y judíos gobernaron el Estado. Una reacción se produjo bajo el Califa El Hakim. No se trata, pues, de idealizar la situación de Palestina bajo el reinado de los fatimíes de El Cairo. En 967, el Patriarca Juan fue quemado por los musulmanes, apoyados por los judíos, y el Califa El Hakim ordenó en 1009 desmantelar el Santo Sepulcro. Sea como fuere, conviene tener presente que tales episodios fueron aislados, y que jamás judíos o cristianos sufrieron en tierras del Islam persecuciones y matanzas de la vastedad de las de occidente, ya se trate de los cruzados al conquistar Jerusalén, de la exterminación de los cátaros en el siglo XIII, de la Inquisición católica que siguió a la Reconquista [19] de España entre los siglos XV y XVI, de los progroms de la “Santa Rusia” desde Ucrania a Kichinev o, finalmente, de la Alemania nazi.


El periodo de las invasiones: de Bizancio, de los turcos, de los cruzados (siglos X-XIII)

Durante todo este periodo, los judíos y los cristianos de Palestina no conocieron otras persecuciones y matanzas que las perpetradas por los invasores extranjeros, concretamente en tres ocasiones:

En 959, los ejércitos del Emperador cristiano, al mando del general Nicéforo Focas, de Bizancio, invadieron Palestina: “Degolló a los habitantes, incendió las casas, devastó los campos y los jardines, cortó los árboles frutales y vendió como esclavos a hombres, mujeres y niños. Puede decirse que manos cristianas convirtieron Tierra Santa en un desierto.” [20]

De 1071 a 1096, Palestina fue arrasada por la invasión de los selyúcidas (del nombre de un jefe de tribu turco, que reinaba en las inmediaciones de Bujara, en Asia Central). Decían ser musulmanes, pero lo cierto es que saquearon lo mismo las iglesias que las mezquitas y las sinagogas, y la suerte de los peregrinos, judíos o cristianos, hasta entonces numerosos, se hizo trágica.

Papa Urbano II Las Cruzadas, a partir de 1096, fueron para Palestina la tercera catástrofe. El 27 de noviembre de 1095, décimo día del Concilio de Clemont-Ferrand, el Papa Urbano decretó la movilización de occidente, invitando a sus guerreros a tomar el camino del Santo Sepulcro, arrebatárselo a la “raza maldita” y conquistarlo para ellos mismos. Les servía de pretexto la “defensa” de los cristianos de oriente, perseguidos, en efecto, por los turcos. Para el Papa era a la vez la posibilidad de realizar la unidad, e instaurar una teocracia. Era también un medio de implantar en Tierra Santa la Iglesia Romana frente a la Iglesia de Oriente, y estar en una posición de fuerza para imponer la unidad de las Iglesias en torno al Papa: “la creación de un Estado latino en Siria y Palestina [...] crearía una base de influencia romana en oriente.” Para los caballeros la perspectiva resultaba seductora. Para ellos, el objetivo estaba claro: apoderarse de los principados de Siria y Palestina, bajo un pretexto “noble”, que ocultaba sus intenciones. De antemano recibían indulgencia plenaria del Papa para sus pecados, la remisión de las deudas en Europa y un hermoso porvenir de pillaje en oriente [21] . En cuanto a los mercaderes italianos, fueron primero prudentes, limitándose al transporte de los cruzados. Dice Claude Cohen que se debatían entre la avidez por apoderarse de los tesoros de oriente –no sólo a costa de los musulmanes sino también de sus rivales de occidente–, y el temor a perder, en una empresa arriesgada, las posibilidades de comercio en ciertos países musulmanes [22] . Los venecianos sólo enviaron refuerzos en 1100, cuando la victoria parecía segura y, con ella, fructíferos resultados comerciales.

Después de un sitio de cuarenta días, la ciudad santa de judíos, cristianos y musulmanes fue tomada por asalto al mando de Godofredo de Bouillón. Siete mil musulmanes fueron pasados a cuchillo sin distinción de edades ni de sexo. Entretanto, los judíos se habían refugiado para rezar en la sinagoga principal. Los franj [23] bloquearon todas las salidas y les prendieron fuego. Los que intentaban salir de la sinagoga incendiada eran asesinados en las callejuelas adyacentes [24] .

El sistema feudal de occidente fue implantado en el país, sin relación con su pasado ni con el de sus habitantes judíos y cristianos,Mezquita de La Roca quienes estaban más cerca de los árabes musulmanes que de aquellos extranjeros que no vacilaban en perseguir a los heréticos. Aquel Estado sin raíces no obtenía sus ingresos del propio país, sino que vivía de las remesas de dinero recaudadas en occidente por la Iglesia. Sólo podía subsistir gracias a las divisiones del mundo musulmán. Pero un jefe, Salah ed Din (Saladino), príncipe de origen kurdo que reinaba en Egipto, consiguió reunir las fuerzas hasta entonces desunidas, y liberó Jerusalén el 1 de octubre de 1107, abriendo al culto las iglesias cristianas de todas las tendencias y, con la ayuda de su médico y amigo, el gran filósofo judío Maimónides, volvió a abrir las sinagogas.

Sólo San Francisco de Asís acudió sin armas a visitar en Damieta, en pleno asedio de la ciudad en 1219, al Sultán Malek el Kamel, sobrino de Saladino, quien le recibió fraternalmente y le concedió autorización para predicar. Esta iniciativa de San Francisco no pudo restaurar la paz, porque los cruzados seguían su lucha militar, sufriendo, por otra parte, una sangrienta derrota. En 1228, el mismo Sultán Malek el Kamel, a pesar de ser el vencedor, restituyó Jerusalén pacíficamente al Emperador Federico II de Hohenstaufen, Rey de Sicilia, y gran admirador de la cultura árabe-islámica. La negativa de Federico II a participar en la Cruzada armada le había valido ser excomulgado por el Papa.

Al cabo de dos siglos de guerras incesantes, el último cruzado reembarcaba en San Juan de Acre, aunque incluso antes de la derrota definitiva de los cruzados, nuevas calamidades se abatieron sobre Siria y Palestina: la invasión de los turcos kharizmenos en 1240, que afectó a toda la región, asesinando en Jerusalén a millares de cristianos, además de destruir la ciudad. Cuando los turcos fueron vencidos por los mamelucos, mercenarios del Sultán de Egipto, Palestina vivió bajo la dominación egipcia. Por poco tiempo, sin embargo, ya que, en 1250, cayó sobre ella una nueva avalancha de los mongoles, unidos a los cruzados por una promesa de neutralidad.

La dominación turca (siglos XIII-XIX)

Cuando el 1453 los turcos osmanlíes derrotaron al Emperador Constantino Paleólogo y tomaron Constantinopla, el destino deEjercitoOtomano Palestina fue entregado una vez más a la dominación extranjera. Sólo conoció un momento de prosperidad en la “Edad de Oro” del Imperio Otomano, bajo el reinado de Solimán el Magnífico. Pero, aparte de este claro, la economía de Palestina iba de mal en peor: su agricultura y su industria, así como sus puertos, languidecían; gravosos cánones abrumaban a los campesinos; las industrias textiles, y la producción de aceite y jabón se debilitaban, aplastadas por los impuestos y las apropiaciones del ocupante; la peste en 1513 diezmó la población.

La situación de Palestina bajo la dominación musulmana de los otomanos es raramente idílica, por eso fueron frecuentes las rebeliones contra su dominación. De 1614 a 1633, el Emir druso Fakhr ad Din se subleva en el Líbano y ejerce su influencia sobre una parte de Palestina. Un siglo más tarde, un jefe de tribu árabe, Omar ez Zahin, conocido por el nombre Daher, lucha por la independencia. A partir de su capital, Safed, libera Tiberiades. Después, en 1749, Acre, y se convierte entonces en señor de casi toda Galilea. Pero tras la derrota del mameluco Alí Bey de Egipto, que lo había apoyado momentáneamente, es derrotado en 1775. Un Pachá turco, Jazzar (“el carnicero”) reina despóticamente, arruinando el país por medio de impuestos sobre todos los productos de consumo. Reina veinte años, a pesar de las revueltas de los campesinos del Líbano en 1780, las de los beduinos de Palestina algunos años después, y de múltiples motines en Damasco y en el Líbano, en 1789, 1790, y de nuevo en Damasco en 1798. contra esta resistencia, Jazzar desencadena a sus jenízaros y ahoga en sangre las insurrecciones. Todavía gobernaba Jazzar la mayor parte de Palestina y de Siria cuando, en febrero de 1799, Bonaparte invadió Palestina. Sería rechazado con la ayuda que los ingleses prestaron a Jazzar. Comienza entonces la riada de europeos sobre el mundo árabe. Al cabo de un siglo, en 1917, Inglaterra y Francia acordarán repartirse los despojos del Imperio Otomano, a raíz de la derrota alemana. Pero ya hacía mucho tiempo que el destino de Palestina se fraguaba lejos de ella, en Occidente.




NOTAS.-

[1] Texto basado en un extracto del capítulo IV, págs 114-131, del libro Palestina, tierra de los mensajes divinos, Editorial Fundamentos, Madrid, 1987.

[2] Roger Garaudy (1913- ) Filósofo y político francés, nacido en Marsella. Después de cursar estudios de filosofía en la Sorbona, se doctoró por esta Universidad y, en 1953, por la de Moscú, con su tesis Théorie matérialiste de la conscience. Muy joven ingresó en el Partido Comunista francés, de cuyos comités Central y Ejecutivo formó parte respectivamente desde 1945 y 1956 hasta 1970. Fue durante muchos años director del Centro de Estudios e Investigaciones Marxistas y considerado como el más relevante ideólogo marxista francés, sobre todo a partir de sus intentos de contacto y conciliación de su doctrina con el humanismo cristiano, con cuyos representantes cualificados mantuvo diálogos públicos en diferentes ocasiones. En 1970 culminó la divergencia de su reformismo ideológico con el partido, que lo llevó a su expulsión del mismo, y en 1981 se presentó como independiente a las elecciones presidenciales. Tras su matrimonio con la palestina Salma Farouqui, impulsó el diálogo entre las religiones abrahámicas, convirtiéndose al Islam en 1982. (Nota de la Redacción).

[3] Baladhuri, Futh al buldan, Ed. de Coeje, Leyden, 1866, CXVI, 126, pág. 132.

[4] Para conocer mejor la historia antigua de Palestina, véase Roger Garaudy, “ ¿Qué es Palestina? ”, en revista Alif Nûn nº 40, julio de 2006. (Nota de la Redacción).

[5] Véase José Lupiáñez, Petra, la ciudad rosa , Port-Royal, Granada, 2004. (Nota de la Redacción).

[6] Los monofisitas rechazaron la doble naturaleza de Cristo, considerándolo como puramente divino.

[7] Los nestorianos rechazaban la doble naturaleza de Cristo, y lo consideraban como puramente humano.

[8] Los arrianos consideraban a Cristo como el Verbo increado de Dios.

[9] Bar-hebraeus, Chronicon Ecclesiasticum, edición el latín Abbeloos et Lamy, 3 volúmenes, L, 1872-1877, T.L., col. 276. Idéntico juicio es formulado por Miguel el Sirio, en Crónica Universal, trad. francesa J.B. Chabot, 4 volúmenes, 1899-1910, tomo II, págs. 431-432.

[10] El río Yamuk es un afluente del Jordán.

[11] “Rudamente sojuzgados por Bizancio, aspiraban a cualquier régimen que les desembarazara de la odiosa opresión griega”, escribe monseñor Nasrallah, Sant-Jean de Damas , Ed. Harissa, París, 1950, pág. 19.

[12] Angelo S. Rappoport, Histoire de la Palestine, Ed. Payot, 1932, pág. 177.

[13] San Juan Damasceno, La fe ortodoxa, seguido de Defensa de los iconos, publicación del Institut Orthodoxe Français de Théologie, París, 1966.

[14] La acusación resulta todavía más absurda ya que, precisamente, los musulmanes prohibían también las imágenes.

[15] Junto a San Juan Damasceno, habían atemorizado a Jorge de Chipre y Germán de Constantinopla.

[16] Historia de los Concilios , III, 703-705.

[17] Ciertos historiadores consideran este capítulo 101 de De Haeresibus como perteneciente a una época más tardía. Sea como fuere, esto no afecta en nada al hecho de que un cristiano, bajo el reinado de los califas, pudiese poner en tela de juicio los fundamentos del Islam, mientras que una discusión sobre los iconos le valía el anatema de un Concilio.

[18] Véase Haim Zafrani, “ Los judíos del occidente musulmán ”, en revista Alif Nûn nº 44, diciembre de 2006. (Nota de la Redacción).

[19] Para una visión de la Reconquista desde el punto de vista de un musulmán, véase Abdelatif Oufkir, “ Al-Andalus y el Islam en el subconsciente colectivo español ”, en revista Alif Nûn nº 49, mayo de 2007. (Nota de la Redacción).

[20] Angelo S. Rappoport, ob. cit. pág. 183.

[21] Claude Cohen, Orient et Occident a l´époque des Croisades , Ed. Aubier-Montaigne, París, 1983, pág. 58.

[22] Claude Cohen, op. cit. pág. 69.

[23] Hace referencia a los “francos”, apelativo con el que se conocía a los cristianos occidentales en Oriente Medio. (Nota de la Redacción).

[24] Amin Maalouf, Les croisades vues par les arabes, Ed. Lattes, París, 1983, pág. 12. (Nota del autor)
Véase la traducción al español, Las cruzadas vistas por los árabes , Alianza Editorial, Madrid. Para más información sobre las Cruzadas, véase también María Antonia Loste, Las Cruzadas (Monografías) , Ediciones Anaya, Madrid, 1990; Bizancio, el Islam y las Cruzadas. (Nota de la Redacción).

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