Ahora le toca a la Iglesia Católica ser diana de ataques, blasfemias, imágenes pornográficas, películas eróticas en las que se compara el éxtasis con la carnalidad sexual o películas con algún o varios Oscars en las que se ridiculiza a personas concretas o a la propia Institución con actitudes o posturas noñas o pasadas de moda. Podríamos seguir con esta ristra de disparates pero basta con estos botones de muestra.
Quizá sea ocasión de reflexionar por sus causas, remontarnos a sus orígenes y esbozar alguna conclusión: si la Iglesia Católica representa la Verdad y es depositaria de la única verdad por la que merece la pena vivir, para aquellos a los que molesta que una mayoría de personas beban de esa fuente, busquen ser felices a través de senderos un tanto angostos pero certeros, o lo que es peor, vivan con una coherencia contagiosa y visible su fe, resulta lógica y necesaria su beligerancia y rebeldía ante esta realidad repudiada y denostada. Pero lo que ocurre es que a esta minoría poco silenciosa y bien orquestada a través de los medios de comunicación, rezuma un fuerte olor a azufre: son pocos pero hacen daño porque tienen poder, saben actuar y cuentan con recursos económicos y sociales para conseguir sus propósitos. Y esto, no ha hecho más que empezar.
¿Cómo puede frenarse este ataque a la línea de flotación de la Institución más antigua de la historia? Son varios los niveles, en los que puede plantearse la estrategia, a nivel personal, a nivel familiar, a nivel social y a nivel eclesiástico; todos ellos, de la mano de esas figuras tan conocidas que hace años se colocaban como decoración en los cuartos de baño, de los monos que no ven, que no oyen, que no hablan: no leer lo que es negativo y atenta la conciencia de cada uno, apagar el televisor cuando no quiere verse lo que no debería ser noticia, no escuchar lo que debería silenciarse y hablar como protesta en positivo para denunciar todo aquello con lo que no se está de acuerdo, pero con argumentos convincentes.
Pero esto exige vencer el conformismo, la mal llamada pereza mental— porque la pereza no sólo es mental—, y proponerse actuaciones puntuales y eficaces que tengan repercusión mediática: es mucho más lo que une a las personas que lo que desune y por ahí es por donde hay que empezar. Una posible alternativa puede consistir en crear redes de apoyo mediático para facilitar a los medios de comunicación todo tipo de informaciones optimistas, testimonios de personas que avalen con su vida lo que defienden o sugerencias puntuales que mejoren la sociedad que tenemos y en la que maduramos. Un ingrediente fundamental de esta receta debe ser el respeto a los demás, a sus creencias, a sus convicciones y a sus opciones fundamentales; el itinerario de la convivencia pacífica —para que sea un arte y no un desastre— discurre por la cortesía, por la buena educación no por la crispación o desprecio que convierte a la persona que lo practica en un maltratador o maltratadora.
Marosa Montañés Duato
Quizá sea ocasión de reflexionar por sus causas, remontarnos a sus orígenes y esbozar alguna conclusión: si la Iglesia Católica representa la Verdad y es depositaria de la única verdad por la que merece la pena vivir, para aquellos a los que molesta que una mayoría de personas beban de esa fuente, busquen ser felices a través de senderos un tanto angostos pero certeros, o lo que es peor, vivan con una coherencia contagiosa y visible su fe, resulta lógica y necesaria su beligerancia y rebeldía ante esta realidad repudiada y denostada. Pero lo que ocurre es que a esta minoría poco silenciosa y bien orquestada a través de los medios de comunicación, rezuma un fuerte olor a azufre: son pocos pero hacen daño porque tienen poder, saben actuar y cuentan con recursos económicos y sociales para conseguir sus propósitos. Y esto, no ha hecho más que empezar.
¿Cómo puede frenarse este ataque a la línea de flotación de la Institución más antigua de la historia? Son varios los niveles, en los que puede plantearse la estrategia, a nivel personal, a nivel familiar, a nivel social y a nivel eclesiástico; todos ellos, de la mano de esas figuras tan conocidas que hace años se colocaban como decoración en los cuartos de baño, de los monos que no ven, que no oyen, que no hablan: no leer lo que es negativo y atenta la conciencia de cada uno, apagar el televisor cuando no quiere verse lo que no debería ser noticia, no escuchar lo que debería silenciarse y hablar como protesta en positivo para denunciar todo aquello con lo que no se está de acuerdo, pero con argumentos convincentes.
Pero esto exige vencer el conformismo, la mal llamada pereza mental— porque la pereza no sólo es mental—, y proponerse actuaciones puntuales y eficaces que tengan repercusión mediática: es mucho más lo que une a las personas que lo que desune y por ahí es por donde hay que empezar. Una posible alternativa puede consistir en crear redes de apoyo mediático para facilitar a los medios de comunicación todo tipo de informaciones optimistas, testimonios de personas que avalen con su vida lo que defienden o sugerencias puntuales que mejoren la sociedad que tenemos y en la que maduramos. Un ingrediente fundamental de esta receta debe ser el respeto a los demás, a sus creencias, a sus convicciones y a sus opciones fundamentales; el itinerario de la convivencia pacífica —para que sea un arte y no un desastre— discurre por la cortesía, por la buena educación no por la crispación o desprecio que convierte a la persona que lo practica en un maltratador o maltratadora.
Marosa Montañés Duato
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