sábado, 17 de marzo de 2007

Los síntomas de la vocación


Poca observación y muchas teorías llevan al error. Mucha observación y pocas teorías llevan a la verdad.

Alexis Carrel




—¿Y cuáles son los síntomas de la vocación?

La vocación suele presentarse al principio como una serie de pequeñas inquietudes, de conmociones interiores. Quieres hacer algo grande en tu vida. Sientes que Dios espera algo más de ti. Te preocupa el dolor de los hombres. Te gusta la vida que ahora llevas, pero sientes que falta algo. Son signos que se parecen al oleaje de un mar interior, que anuncia una profunda y decisiva sacudida espiritual. Como susurros lejanos de una llamada definitiva, que llegará a su hora.

—¿A qué hora?

A la mejor hora, a la hora que Dios haya pensado. Son barruntos de amor que preparan el alma hacia la generosidad de la entrega. Esas inquietudes quizá son síntomas de la vocación, señales que sirven para alertar el corazón y urgirle a luchar, a rezar, a esperar con el oído atento a lo que Dios quiera decirnos. Cada uno debe asegurarse de que actúa con diligencia, que no se duerme mientras Dios habla, que no hace oídos sordos a sus llamadas.

—¿Y puede que esos indicios sean un poco cambiantes, que "vayan y vengan"?

Cuenta Santa Teresa cómo en su alma adolescente iban y venían "estos buenos pensamientos de ser monja", pero "luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo". Es un fenómeno totalmente natural. Quizá hemos oído hablar ya muchas veces sobre la vocación, pero nunca hemos visto claro que sea nuestro camino, pero tampoco lo hemos descartado. Se trata de algo habitual en la mayoría de las decisiones de cierta relevancia en cualquier persona: ¿debo orientar en este sentido mi vida profesional? ¿será ésta la persona con quien debo casarme? ¿no debería cortar con esta mala costumbre que se ha introducido en mi vida?

Unos borrosos comienzos

Es frecuente que la voz de Dios tarde en esclarecerse, que no se escuche al principio con nitidez, quizá porque precisamos de una mejora en nuestra sensibilidad interior, y eso a veces lleva su tiempo. Debemos hablarlo con Dios en la oración, y mejorar nuestras condiciones personales para que esa semilla pueda germinar. Y quizá pedir consejo a quien realmente nos ayude a exigirnos y nos oriente para descubrir la voluntad de Dios, en vez de a quien siempre nos dice que no nos compliquemos la vida.
Los consejos

—Pero hay que escuchar el consejo de unos y de otros, no solo el de los que nos animan en un sentido.

Es bueno escuchar a todos, y debemos tener la madurez necesaria para escuchar opiniones a favor o en contra sin dar bandazos. Pero el acierto en una decisión no proviene de la media aritmética de las opiniones de los que están a favor o en contra. Hay que estar en guardia, por eso, tanto contra el entusiasmo precipitado y el optimismo ingenuo, como contra el sutil engaño de ampararnos en las opiniones que justifican las decisiones cómodas y egoístas.

—Quizá es mejor entonces no consultar con nadie y decidir por uno mismo.

Es una opción respetable. Pero toda persona con cierto nivel de responsabilidad en la vida profesional, o social, o política, busca el consejo de personas experimentadas. Para llegar a buen puerto es buena cosa contar con un buen guía, tanto si es puerto de montaña, o de mar, o de la vida espiritual.

Lo digo porque, a veces, ante la perplejidad de la duda, nos refugiamos en el aturdimiento de la frivolidad, de los días vacíos o del vértigo del atolondramiento. Y quizá entonces, aunque sea casi inconscientemente, eludimos las conversaciones o lecturas que nos hacen afrontar esas inquietudes.

No es un fenómeno nuevo ni extraño. Así ha sucedido a los santos. San Juan Bosco quería ser franciscano, pero en el fondo lo que le movía a pensarlo era el temor a no perseverar en otro lugar. Y escuchó, durante uno de sus sueños: "Otra mies te prepara Dios". Se lo contó a su confesor, que le dijo que en esos temas él no entraba. Bosco quedó sumido en la perplejidad.

Pero Dios no abandona nunca a los que le buscan con sincero corazón, y un herrero amigo suyo le sugirió consultarlo con Don Cafasso, un sacerdote conocido por su sensatez y por su sentido sobrenatural. Don Cafasso le dio un consejo decisivo para su vida, pues le animó a seguir con sus estudios y a esperar una luz del cielo que no le había de faltar, como no le faltó. Y fue un gran santo, y fundador de una de las órdenes religiosas que mayores servicios ha prestado a la Iglesia.

—Pero creo que es importante asegurar que el consejo que pedimos sobre la vocación no resulte luego ser un consejo interesado.

La prudencia

Por supuesto. Es muy grande la responsabilidad de los que aconsejan a las personas que se plantean la posibilidad de entregarse a Dios. Son asuntos muy serios, y por eso quienes aconsejan sobre estos temas deben cuidar mucho su rectitud, para no confundir sus propios deseos con los del Espíritu Santo.

—¿Y crees entonces que una persona puede aconsejar con rectitud sobre la vocación a su propia institución?

Pienso que sí. Si esa persona es sensata, en absoluto querrá encaminar hacia su camino a alguien sin vocación para ese camino, porque en ese caso hará daño al interesado, a sí mismo y a la institución a la que teóricamente favorece. Porque la gente sin vocación no persevera.

Los fundadores han solido aconsejar mucha prudencia a la hora de aconsejar sobre la vocación. Por ejemplo, San José de Calasanz decía: "No temáis abrir cien puertas en lugar de una para que salgan todos y cerrar noventa y nueve y media para permitir la entrada a los que se presenten". Y el propio San Pablo, en su primera carta a Timoteo, recalca la importancia del discernimiento: "No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos" (I Tim. 5, 22).

Me parece que no hace falta poseer mucha perspicacia para advertir si una persona nos aconseja con rectitud o no. Pero, desde luego, haber seguido un camino no invalida para aconsejar sobre él, sino que quizá es al revés, como lo demuestra el hecho de que la mayoría de las vocaciones fieles y felices han nacido del consejo de alguien que ha servido de referencia para seguir ese mismo camino. Igual sucede, por ejemplo, con la vocación profesional, donde es muy normal que el testimonio de la vida de una persona sirva para despertar ese deseo latente, para hacerlo germinar y crecer, y para ayudar a discernir si se trata o no de su camino. No puede olvidarse que Dios, para dar a conocer su voluntad, se sirve ordinariamente de las personas que tenemos a nuestro alrededor.

Lo único importante

Como es lógico, lo que nadie puede atribuirse es ningún tipo de exclusiva o de infalibilidad en el discernimiento, ni de iluminaciones especiales sobre el discernimiento de la vocación de los demás. Como decía Benedicto XVI en un encuentro con sacerdotes: "No pretendo ser aquí ahora como un "oráculo" que responda de modo satisfactorio a todas las cuestiones. San Gregorio Magno dice que cada uno debe conocer "infirmitatem suam", sus limitaciones, y esas palabras valen también para el Papa. O sea, que también el Papa, día tras día, debe conocer y reconocer "infirmitatem suam", sus límites. Debe reconocer que solo colaborando todos, en el diálogo, en la cooperación común, en la fe, como cooperadores de la Verdad, de la Verdad que es Jesucristo, podemos cumplir juntos nuestro servicio, cada uno en la parte que le corresponde. En este sentido, mis respuestas no serán exhaustivas, sino fragmentarias."

Cuando alguien aconseja sobre la vocación de otro, no debe seguir sus propias opiniones, ni sus propios deseos, sino que por encima de todo debe ayudar a averiguar el deseo de Dios. Así lo explicaba Benedicto XVI en la homilía de inicio de su pontificado, aludiendo a que no tenía programa propio de gobierno y a que su papel no era imponer sus ideas: "Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él".

Nadie puede asegurar o negar con rotundidad al hablar del discernimiento de la vocación de otra persona. Pero una persona sí puede ayudar en ese discernimiento a otra. Puede realizar una labor de acompañamiento espiritual que arroje luz en esa tarea personal de encontrar el camino que marca Dios. Porque Dios tiene pensado algo para cada uno, y tiene pensado también un modo de hacérnoslo saber –lo contrario no tendría sentido–, y da igual el modo por el que Dios siembre en nuestra alma esa inquietud. Lo importante, y lo que con frecuencia más falta, es la respuesta, cara a Dios.


Alfonso Aguiló
Interrogantes.net

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