lunes, 25 de febrero de 2008

En Japón existe Kamagasaki

Kamagasaki
Francisco Carín, cmf

20 de Octubre del 2001.

Mañana soleada. Osaka, segunda ciudad del avanzado país del sol naciente. El aire es fresco, ya es otoño y algunos árboles comienzan a dibujarse en tonos bermejos. Unos hacen deporte, otros pasean a los bebés en sus carritos. Entre las frondas del parque hay una pequeña ciudad. Es seguramente el terreno más caro de la ciudad, a la sombra del castillo de Osaka y junto al corazón financiero de la urbe.

Esta ciudad entre los árboles no es ningún barrio residencial. Usando materiales de desecho, toldos, maderas y plásticos han ido surgiendo como hongos estas viviendas unipersonales.

Sorprende y cuestiona. ¿No era Japón un país superdesarrollado? ¿es posible? ¿Por qué?…

Seguimos adelante, visitamos la catedral de Osaka, solemne, firme, asentada, impertérrita… el metro, transbordos, estaciones, cada vez más cerca del margen, bajamos del tren. Esta estación no se parece a las otras, parece mucho más pobre que las deslumbrantes catacumbas de neón y mercancía del centro. Salimos. Un aviso: prohibido hacer fotos, excepto cuando Nobúo Masakawa, cmf, nos lo diga. A la gente que se dirija a nosotros responderemos con "konichiwa" (buenos y "arigató" (gracias). Cruzamos un semáforo, frontera del margen y entramos en Kamagasaki.

¿Qué es Kamagasaki? Urbanamente un barrio. Socialmente un vertedero. Económicamente un daño colateral. Físicamente un agujero negro. Políticamente un vacío. Cristianamente una teofanía, una encarnación, el lugar donde habita Dios… y a dónde hay que trasladarse para encontrarle.

Durante tres días hemos estado reunidos celebrando la Asamblea de la Delegación de Asia Oriental. Hoy hemos tocado tierra. La temática en torno a la cual ha girado esta asamblea y su preparación ha sido ¿Qué significa y cómo ser profeta hoy en Taiwán, Corea y Japón?. Me doy por respondido. Los hermanos Masakawa, claretianos, han convivido durante años con ellos. Convivir significa no sólo "estar" en la zona, sino intentar ser con ellos.

Nobúo nos contaba como una vez una de las personas sin techo que viven en esa zona le ofreció su propia comida para comer. Gastronómicamente no era plato de buen gusto, y sanitariamente dejaba que desear. Su estómago no está para muchos trotes, pero ¿podía rechazarlo?. Haciendo de tripas corazón comulgó con él y tomó una cucharada. Aquella persona no le pidió más; una sola cucharada bastaba para dejarle entrar en su casa. Y poco a poco se fue haciendo historia. Fujío y Nobúo buscaron sobrevivir como ellos, recogiendo latas o cartones por la calle, buscando comida entre los desechos de los mercados, asociándose con otros en esta tarea de supervivencia…

No es comprensible, es difícil de asimilar. ¿Para esto formamos a la gente? Tanta teología y filosofía ¿para qué? Es tirar el dinero... Estas voces también surgieron en nuestra Delegación. Paradoja (1): Es precisamente tanta teología y filosofía las que dan sentido a esta presencia claretiana. De no ser porque hemos estudiado dónde y cómo encontrar a Dios entre los caminos del mundo nunca habríamos acabado en Kamagasaki buscándole. Para los que sobreviven allí la presencia de los hermanos Masakawa es simbólica (2) y sacramental. Hace coincidir y desvela en ese mismo lugar y personas la acción y presencia de un Dios encarnado que de otro modo pasaría desapercibido, anónimo, mudo.

Sorprende el parque triangular, con la comida que se da varias veces a la semana por un grupo de colaboradores voluntarios (de toda raza, lengua, pueblo y nación), incluídos algunos de los sin techo, que han encontrado sentido en el servir a los demás. Aquel día sumaron casi 1.800 personas las que se acercaron a saciar el hambre. Esto es lo que sorprende de Kamagasaki, la concentración de los sin casa. Tras el almuerzo en la pequeña casa donde se hace físicamente presente el espíritu claretiano fuimos andando a otro parque. Atardecía. Me recordó el Bronx de las películas. Unos niños saltaban una valla metálica para entrar al parque infantil a jugar. La valla había sido colocada por el ayuntamiento para evitar que los sin casa hagan sus tiendas por todo el parque y lo estropeen.

Un poco más allá, hacia lo que era un paseo del parque aparecen las tiendas y nuestra tienda. Dios antes de encarnarse fue un "sin techo". Vagó por el desierto del Sinaí en una tienda con el pueblo de Israel, compartiendo su misma suerte, siendo símbolo y sacramento del éxodo de su pueblo. El silencioso hermano Fujío tiene aquí una tienda, hecha de plásticos y desechos, compartida por mosquitos y otros bichos, fría, húmeda, sofocante, lúgubre, dependiendo de las horas, días y estaciones. Su tienda es nuestra tienda. De nuestras casas pueden (podemos) decir los hombres si son buenas o no, según nuestros parámetros y expectativas. De las casas claretianas que conozco esta es la tercera en que la voz de Dios saltó en mi corazón como Juan en Isabel y escuché "y vio Dios que era bueno". Dios sabe que para los claretianos es bueno que vivamos sencillos e incluso pobremente, y hacerlo donde podríamos vivir bien lo convierte en parábola.

De vuelta, otra vez trenes, transbordos, luces y tiendas, el mundo conocido y que nos reconoce, que nos sabe conquistar y vender lo que quiere, que nos agasaja. Por fin nuestra casa, yo tengo techo, tú tienes techo, nosotros tenemos techo, vosotros tenéis techo. Pero ellos, él, Él, Ellos no tienen techo.

(1) Idea o afirmación en apariencia extraña y que se opone a la opinión general.
(2) Del griego "Symballo", hacer coincidir.

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