domingo, 5 de agosto de 2007

China - Llamamiento a la unidad y a la reconciliación

Carta del Papa a los católicos chinos

La esperada carta de Benedicto XVI a los católicos chinos es un llamamiento a la unidad y a la reconciliación entre todos los fieles. El Papa se refiere a una sola Iglesia en China, atribuye los “fuertes contrastes” en su seno a la interferencia de organismos estatales y, a la vez, declara su disposición al diálogo con las autoridades. La carta va acompañada de una “Nota explicativa” de la Oficina de Información de la Santa Sede, que recuerda el contexto histórico de la Iglesia en China en los últimos 50 años. Seleccionamos algunos párrafos de la nota.

La comunidad católica en China ha vivido intensamente estos últimos 50 años afrontando un camino difícil y doloroso.

La comunidad católica sufrió una primera persecución en los años cincuenta con la expulsión de los obispos y misioneros extranjeros, la encarcelación de casi todos los eclesiásticos chinos y de los responsables de los diversos movimientos laicales, el cierre de las iglesias y el aislamiento de los fieles. Al final de los años cincuenta se crearon organismos estatales como la Oficina para los Asuntos Religiosos y la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos, con el fin de guiar y “controlar” todas las actividades religiosas. En 1958 tuvieron lugar las dos primeras ordenaciones episcopales sin el mandato papal, dando inicio a una larga serie de gestos que hieren profundamente la comunión eclesial.

En el decenio 1966-1976, la Revolución Cultural, que tuvo lugar en todo el país, afectó violentamente a la comunidad católica, alcanzando también a aquellos obispos, sacerdotes y fieles laicos que se habían mostrado más disponibles hacia las nuevas orientaciones impuestas por las autoridades gubernamentales.

Obispos en comunión con Roma

En los años ochenta, con las aperturas promovidas por Deng Xiaoping, comenzó un periodo de tolerancia religiosa con algunas posibilidades de movimiento y de diálogo, que permitieron la reapertura de iglesias, de seminarios y de casas religiosas y un nuevo inicio de la vida comunitaria. Las informaciones que provenían de las comunidades eclesiales chinas confirmaban que, una vez más, la sangre de los mártires había sido semilla de nuevos cristianos: la fe había permanecido viva en las comunidades, la mayoría de los católicos había dado un testimonio ferviente de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, las familias habían sido en su interior el fulcro de la transmisión de la fe. Sin embargo, en el nuevo clima no faltaron reacciones diferenciadas en el seno de la comunidad católica.

A este respecto, el Papa recuerda que algunos pastores “no queriendo someterse a un control indebido ejercido sobre la vida de la Iglesia, y deseosos de mantener su plena fidelidad al Sucesor de Pedro y a la doctrina católica, se han visto obligados a recibir la consagración clandestinamente” para asegurar un servicio pastoral a sus comunidades (n. 8). En efecto, “la clandestinidad” –precisa el Santo Padre– “no está contemplada en la normalidad de la vida de la Iglesia, y la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la fe y de no aceptar injerencias de organismos estatales en lo que atañe a la vida interna de la Iglesia” (Ibid.).

Otros, preocupados sobre todo por el bien de los fieles y con vistas al futuro “han consentido en recibir la ordenación episcopal sin el mandato pontificio, pero después han solicitado que se les acoja en la comunión con el Sucesor de Pedro y con los otros hermanos en el episcopado” (Ibid.). El Papa, teniendo en cuenta la complejidad de la situación y deseoso de favorecer el restablecimiento de una plena comunión, ha concedido a muchos de ellos “el pleno y legítimo ejercicio de la jurisdicción episcopal”.

Interferencia de organismos estatales

Analizando atentamente la situación de la Iglesia en China, Benedicto XVI es consciente de que la comunidad sufre en su interior una situación de fuertes contrastes en los que están implicados fieles y pastores, pero pone de relieve que esa situación dolorosa no ha sido provocada por posiciones doctrinales, sino que es fruto del “papel significativo que han desempeñado organismos que han sido impuestos como responsables principales de la vida de la comunidad católica” (n. 7). Se trata de organismos cuyas finalidades declaradas, y en concreto la de llevar a efecto los principios de independencia, autogobierno y autogestión de la Iglesia, no son conciliables con la doctrina católica. Esta interferencia ha dado lugar a situaciones verdaderamente preocupantes. Es más, los obispos y los sacerdotes se han visto muy controlados y coartados en el ejercicio de su oficio pastoral.

En los años noventa, desde varias partes y siempre más frecuentemente, obispos y sacerdotes se han dirigido a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y a la Secretaría de Estado para poder recibir de la Santa Sede indicaciones precisas sobre la conducta a seguir ante algunos problemas de la vida eclesial en China. Muchos preguntaban qué actitud adoptar ante el Gobierno y los organismos estatales puestos al frente de la vida de la Iglesia.

Otras peticiones se referían a problemas estrictamente sacramentales como la posibilidad de concelebrar con obispos que habían sido ordenados sin el mandato pontificio o de recibir los sacramentos de sacerdotes ordenados por esos obispos. Por último, algunos sectores de la comunidad católica se encontraban desorientados ante la legitimación de numerosos obispos que habían sido consagrados ilícitamente.

Además, la ley sobre el registro de lugares de culto y la exigencia estatal del certificado de pertenencia a la Asociación Patriótica han suscitado nuevas tensiones y ulteriores interrogantes.

Durante aquellos años, el Papa Juan Pablo II dirigó varias veces con mensajes y llamamientos a la Iglesia en China invitando a todos los católicos a la unidad y a la reconciliación. Las intervenciones del Santo Padre han sido bien acogidas, creando una pasión por la unidad, pero las tensiones con las autoridades y dentro de la comunidad católica, por desgracia, no han disminuido.


ACEPRENSA

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